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Tribuna:UN ANÁLISIS DE LA IZQUIERDA / 1
Tribuna
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¿Tiene todavía el socialismo un futuro?

Esta pregunta ha sido formulada periódicamente durante casi los últimos 200 años, en cada coyuntura crítica de la teoría y el movimiento cuya autodenominación era socialista. Y puede haber muy pocas dudas de que el socialismo, como movimiento y como teoría, está viviendo en estos momentos una de sus horas en las que más se ha visto puesto a prueba.Los cada vez más francos reconocimientos de las burocracias gobernantes en las sociedades tipo soviética de que sus largos y, en la medida en que las vidas humanas están afectadas, costosos experimentos han fracasado tanto política como económicamente, amenazan con la extinción del socialismo como tal. Tradicionalmente, los socialistas solían invocar la Historia con mayúsculas como su principal testigo. Sin embargo, este testigo no es ni justo ni imparcial. Por ejemplo, esta vez implica en la prueba a la parte inocente: aquellos socialistas que no fueron responsables del terror estalinista ni del fracaso económico, y que además fueron incluso los primeros críticos abiertos dé la tiranía socialista y de los sueños irrefrenados de una sociedad planificada.

En estos momentos de mea culpa ya no bastan simplemente las religiosas declaraciones de lealtad a la causa. Esta vez se necesita un inventario honesto.

Teoría y práctica

¿Cuáles fueron los componentes tradicionales de la teoría y la práctica socialistas la primero, el que aparecía en todo proyecto y en todo movimiento socialista era la cuestión social inscrita en el ideario político.

Los socialistas, sin excepción, tomaron postura frente a la pobreza, la corta esperanza de vida, la explotación, la carencia cultural de los trabajadores como responsabilidad histórica de la sociedad capitalista.

Segundo, las teorías y los movimientos socialistas habían venido tradicionalmente suscitando la cuestión de las incapacitadoras cargas del trabajo, el hecho de que toda una clase muy numerosa de la población, en realidad la mayoría en las sociedades modernas estuviera encadenada de por vida a los tipos de trabajo más agotadores y degradantes. La crítica apasionada de esta esclavitud emancipada implicaba la promesa, manifiesta o encubierta, en la nueva sociedad proyectada de la emancipación del trabajo en alguna forma.

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Tercero, los socialistas siempre han expresado el sordo pero fuerte sentimiento de la multitud de que la racionalidad del mercado es una mera fachada levantada frente a la irracionalidad fundamental de la vida social si esta última es abandonada a las fuerzas de la competencia y al culto del crecimiento industrial. El viejo proyecto de una sociedad pIanificada surgió precisamente de este rasgo inherente del socialismo.

Cuarto, la comunidad, las formas comunitarias de vida como opuestas al individualismo egoísta predominante en el mundo industrial constituía una características permanente de los principios socialistas.

Quinto, el legado de las grandes revoluciones políticas; las teorías y los movimientos socialistas extendían casi siempre a las desigualdades sociales el principio de la igualdad política o igualdad ante la ley. La panacea propuesta por los socialistas no era necesariamente un igualitarismo absoluto; no obstante, la cuestión ha ocupado siempre en su ideario un lugar elevado.

Sexto, alguna clase de internacionalismo, que iba desde un interés constante y activo en los asuntos mundiales (actitud que nunca se cuestionaba la legitimidad de la nación-estado) hasta los proyectos directos y los experimentos de una república mundial (en la forma de las internacionales, de las comunidades socialistas y cosas por el estilo) ha sido siempre algo inseparable de la teoría y la práctica del socialismo.

Una última, y final, adición a la concepción socialista, adición que nunca se extendió más allá del importante peto estrecho círculo de aquellos intelectuales que normalmente se incorporaban a la versión más radical de las teorías, los movimientos y los partidos socialistas, era una romántica desilusión con la prosa de la sociedad burguesa, una añoranza de la gran aventura de la revolución.

Caducidad

Sus críticos tradicionales acusan normalmente a los socialistas de lo caduco de su programa. Los argumentos corrientes utilizados contra ellos han sido los de que sus adversarios ya han hecho realidad buena parte de sus legítimas demandas o todas ellas; por consiguiente, están persiguiendo cuestiones anticuadas y trastornando así la saludable atmósfera del mundo moderno. Hasta ahora, sólo una minoría de los críticos estaba preparada para reconocer la duradera validez de los puntos del ideario socialista, mientras hacían hincapié en que el tratamiento radical de las distintas enfermedades sociales, por lo demás correctamente identificadas, aportaría más sufrimiento que recuperación o que al menos remisión. (Pero, con toda probabilidad, este tipo de crítica será la voz dominante en la actual situación).

Creemos que las críticas del. primer tipo sólo fueron correctas en la medida en que se centraron en los pronósticos políticos de los socialistas referentes al cambio venidero, nunca al declarar caducos los propios componentes del socialismo. Los observadores honestos de la sociedad contemporánea apenas pueden dejar de encontrar -todavía importantes y válidos casi todos esos componentes, a veces incluso problemas acuciantes, aun cuando el filo de algunos de ellos haya sido embotado por la práctica del Estado del bienestar y por la intervención socialdemócrata. Si esto es así, ¿qué es lo equivocado en el socialismo?

Nos enfrentamos a una imagen radicalmente distinta si dirigimos nuestra atención a los métodos políticos recomendados por el socialismo. En este aspecto, el legado socialista o bien carece de inventiva o bien es original pero fatal. La única innovación que el socialismo añadió al arsenal del arte de gobernar moderno ha sido, mucho antes de la subida de los socialistas al poder en algún país, la idea de una dictadura revolucionaria. Después de la toma del poder, esta idea degeneró en la práctica del terror totalitario. Además, siempre ha existido un elemento de esterilidad, que es al mismo tiempo un rasgo muy cuestionable, en la imaginación política socialista. Marx, que soñó con la eliminación total de la esfera política en una futura sociedad emancipada, fue únicamente el más consistente, pero dista mucho de ser el único socialista de esta clase. Es bien cierto que otro tipo de socialistas, los socialdemócratas o socialistas democráticos, llevó a cabo una primera reconciliación con el sistema parlamentario. Incluso contribuyó considerablemente a la causa de la democracia al movilizar a su electorado en favor del sufragio universal. Pero su fantasía siguió siendo estéril. Aceptaron las pautas políticas convencionales de sus enemigos en la cuestión social. La democracia les parecía el camino más cómodo hacia su propio poder cuyo carácter político permanecía en la oscuridad, o bien mantenían el punto de vista trivial de que la democracia es idéntica al gobierno de la mayoría y, por supuesto, ellos representaban a la mayoría. La única innovación socialista buena en la esfera política, a saber, la democracia directa, como apareció en la Comuna de París, en la forma de los soviets rusos y en los consejos y comités de la clase trabajadora de la revolución húngara de 1956, nunca tuvo una oportunidad histórica para su continuidad. Y, lo que es más sorprendente, fue tratada por lo general con más escepticismo por los comentaristas socialistas que por los no socialistas.

¿Debe entonces leerse nuestra conclusión en la forma que sigue: nada está mal en el ideario original del socialismo, mientras que todo está mal en su imaginación política? ¿Vamos a situar ahí la fuente de la crisis? La grave y difícil situación actual del socialismo parece tener en realidad unas causas más complejas.

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