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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Entre realidad y fantasía

El 19 de septiembre de 1783 Montgolfier hace una demostración pública en Versalles; el 24, Le mariage es representado en privado ante el duque de Fronsac y sus amistades. El 27 de abril de 1784 la obra de Beaumarchais es, por fin, estrenada en la Comédie; el 23 de junio, la corte aclama el vuelo, también en globo, claro está, de Pilâtre de Rozier. Todos los habitantes de Aguas Frescas (el palacio-cortijo del conde de Almaviva), todos los aldeanos de los alrededores, se encuentran y bailan sin saber que la Revolución está próxima, que Querubin acabará acostándose con la condesa y luego morirá, que la comedia se encamina a pasos agigantados hacia un drama social, banal y social, conocido por La mère coupable. Que Pilâtre de Rozier va a matarse con su globo el 15 de junio de 1785...Esa folle journée termina, pues, sin consecuencias: el conde no saca la espada -al contrario, pide perdón, se humilla ante su mujer-, Figaro se casa con Susana, Querubin se acuesta con la condesa y Pilátre de Rozier surca el cielo de Versalles, orgulloso, con su globo.

La folle journée ou Le mariage de Figaro

De Pierre-Agustin Caron de Beaumarchais. Intérpretes: Catherine Samie, Geneviève Casile, Alain Pralon y Dominique Rozan. Escenografía y vestuario: Yannie Kokkos. Música original de Georges Aperghis. Coreografía: Caroline Mercadé. Dirección: Antoine Vitez. Comédie Française (Sala Richelieu), 20 de marzo de 1989.

Es ahí, a partir de ese sin consecuencias, cuando el director puede abordar Le mariage como una especie de réverie sobre un siglo que expira, como una villegiatura en la que es agradable pasearse, con la conciencia tranquila, relativamente tranquila, del que conoce el final, las consecuencias. Así es como lo veía Visconti, como lo ve Strehler, como lo ve Vitez.

Liberado de una cierta ganga sociológica y política, Le mariage de Vitez-Kokkos, se convierte en una obra que busca, y consigue, un equilibrio entre la realidad y la fantasía. Toda la escena, desde el comienzo al final de la obra, está dominada por ese bosquejardín, por esa naturaleza pictórica en la que los personajes parecen moverse como en una pieza de Marivaux.

Especial atención muestra este montaje por el elemento femenino de las obras, ese Ah! les femmes! con el que Beaumarchais parece anunciar todo un teatro de bulevar, pero que, al margen de su inequívoca sabiduría -son ellas las que mueven los hilos de la pieza-, Vitez gusta de mostrárnoslas como un personaje colectivo, inteligente, autónomo, que exige respeto y cariño.

Ternura por el conde

En cuando al conde, Vitez parece sentir una cierta, ternura por ese personaje en vías de extinción. El conde es un hombre civilizado, razonable -cómo no va a serlo si la razón es él-, hábil, bastante más hábil que: el torpe Figaro, pero tiene, ay, uri vicio incorregible: no conoce a Figaro, lo que hay antes y después de él, las consecuencias. En cambio, la gran ventaja de Figaro, del torpe Figaro, es que se conoce muy bien al conde. Vitez lo quiere lejos, infinitamente lejos del púlpito laico, de la tribuna revolucionaria que ese charlatán de Figaro parece presagiar; en este montaje, el célebre morceau de bravure, agradecidísimo, se convierte en una confidencia grave que Figaro (un Richard Fontana sensacional) transmite al público y cuyas frases, tantas veces oídas, tantas veces jaleadas, llegan ahora en medio de un silencio impresionante, como si nunca hubiesen sido pronunciadas.

Por los interminables aplausos de un público que se negaba a abandonar la sala, me atrevería a jurar que ese renacimiento de la Comédie como Théâtre de la Nation, categoría que Vitez quiere devolver a la Sala Richelieu, va por muy buen camino.

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