El libro de un amigo, los enemigos y los amigos
Quisiera continuar con el tema tratado por Furio Colombo en el Espresso de la semana pasada sobre el debate americano si se puede criticar el libro de un amigo. Estoy de acuerdo con él, el debate es ingenuo. No sólo, como él dice en el New York Review of Books, los intelectuales del mismo ambiente hablan los unos de los otros, pero incluso cuando el New York Times Review of Books va a buscar un crítico de Kansas City que no pertenezca a la clique del East Coast, es raro que no encuentre a alguien que tenga alguna relación con el reseñado.Desde el comienzo de los tiempos cada ambiente cultural ha sido construido por personas que se conocían muy bien entre sí. Sócrates encontraba en la plaza a los sofistas contra quienes polemizaba; los filósofos de la Edad Media se degollaban el uno al otro, pero iban a las mismas aulas y a las mismas tabernas; Descartes iba a discutir con los sabios alemanes y todos mantenían densas correspondencias que duraban una vida. Naturalmente, en la época en que el Concorde va de París a Nueva York en tres horas, todos se cruzan en congresos, mesas redondas, ocasiones conviviales.
La verdadera cuestión es más bien que en esta densa red de contactos se crean tanto amistades como enemistades. Y, por tanto, es preciso distinguir entre conocidos y amigos.
Los amigos son aquellos que, en este vórtice de encuentros, están recíprocamente de acuerdo en cuestión de gustos, ideas, política cultural. De este modo, sucede que si un autor es criticado favorablemente por un desconocido (con frecuencia es un joven principiante que escribe en una publicación marginal, en caso contrario ya se habrían encontrado), si antes no eran amigos, lo serán después, y el círculo se cierra.
Lo que el discurso moralista no tiene en cuenta es que -por una especie de vitalidad biológica del sistema- en este complejo nudo de encuentros y costumbres las amistades se hacen y se deshacen. Como autor he tenido relación con amigos que nos dábamos unas palmaditas en la espalda hasta un mes antes de que me criticaran duramente; y con personas que consideraba simples conocidos, con los que nunca tuve comercio de amorosos sentimientos, que se convirtieron en mis estimadores (naturalmente, desde entonces he pensado que son individuos adorables).
La historia de las letras (y de las ciencias) está llena de amigos que emprenden duelos mortales y de alianzas que se hacen y se deshacen en base a acontecimientos políticos, culturales, académicos. Asimismo, está llena de amigos que, invitados a escribir sobre el libro de un amigo, al no poder hablar bien de éste encuentran mil pretextos para evitar el encargo. Evidentmente, también está llena de amigos que se hacen favores más allá de lo lícito, pro en esto no veo cómo se puede moralizar sobre el mundo de las letras, cuando el fenómeno se ha constatado, desde el comienzo de los tiempos, en política, economía y comercio e incluso en los cóclaves.
El debate nace porque, por razones puramente mitológicas, la gente acepta la idea de que un banquero trabaje con otros banqueros, y que los ministros de Asuntos Exteriores tengan encuentros entre ellos, mientras que los escritores deberían ser unos personajes misteriosos que viven en un castillo en ruinas, desdeñando el contacto con otros seres humanos. Sin embargo, con frecuencia se llega a ser escritor tratando con otros escritores, aprendiendo el uno del otro, desde los poetae novi hasta los minimalistas.
Por tanto, el problema no es sólo, como sugiere Colombo, descubrir las cartas, que a veces ya están descubiertas. Ni tampoco pretender que quien hace una crítica la haga con dignidad, porque se trata de una elección moral que no puede ser impuesta por ley.
Son los lectores quienes deben leer sabiendo que el mundo de la crítica también es un mundo hecho de gente que se ama o que se odia (a veces por razones de carácter o de intereses, pero también muchas veces por razones ideales, por las que sinceramente consideran enemigos a quienes escriben cosas que no nos gustan). Es preciso leer sabiendo que se está asistiendo a un teatro de pasiones. En el ejercicio de estas legítimas pasiones, los buenos críticos son los que saben poner en juego observaciones técnicas e ideas que el lector decidirá hacerlas propias porque, en cualquier caso, las encuentra persuasivas, aunque sepa que se han inspirado en el odio o en el amor.
Babelia
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