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Dustin Hoffman se convierte en la estrella de la Berlinale

Delgado, muy pequeño, con barba erizada y gris de dos semanas, alargada por la edad su nariz prominente y con andares vacilantes detrás de una sonrisa de niño obediente, el actor norteamericano Dustin Hoffman se parece a cualquier cosa menos a lo que entendemos por una estrella. Sin embargo, lo es: basta con observar el uso irónico que hace de su mirada para saberlo.

Se dice aquí, en Berlín, que el gran divo Tom Cruise se ha negado a venir a presentar con él la película Rain man por un temor más que fundado a quedar reducido a la sombra de Hoffman. El filme, dirigido por Barry Levinson, es convincente y el trabajo de Hoffman más que convincente.La sala de conferencias del hotel Palace se convirtió en una sala abarrotada e impenetrable después del estreno de Rain man. Fue difícil ver llegar allí a Dustin Hoffman, oculto bajo los sobacos de la docena de gorilas que le conducían al estrado, donde también quedó sumergido por debajo del nivel del mar de cabezas. Habló poco y dijo menos: unos cuantos lugares comunes aprendidos de memoria y escrito por el departamento de publicidad de la United Artists. Sabía que bastaba su presencia para el rito del reconocimiento a la estrella se cumpliera. Y se cumplió.

Presencia anónima

La presencia del actor es com pletamente anónima. Pero este hombre de aspecto tan común es un maestro en la composición de personajes no comunes, y ahí reside su poder, su fascinante capacidad para arrastrar a la gente, que le ha convertido en uno de los dos o tres actores mejor pagados del mundo.

Es Dustin Hoffman -y ahí están su Pequeño gran hombre, Papillón, Tootsie y Lenny para demostrarlo- un excepcional histrión, es decir, un individuo con sorprendente capacidad para acumular signos en cada gesto que hace, lo que convierte a cada uno de sus movimientos, por pequeño que sea, en una auténtica explosión dentro de la pantalla.

El misterio de su eficacia -que en Rain man llega a uno de sus puntos más altos- reside en la facilidad que este actor de apariencia tan normal posee para representar lo anormal. Se espera siempre de él lo inesperado, y lo da. En Rain man, Hoffman representa a un enfermo, un autista profundo, que se ve forzado a cruzar, encerrado en su coraza psíquica protectora, Estados Unidos de punta a punta. A lo largo del viaje, Hoffman tiene tiempo para meterse al público en el bolsillo y para convertir a Tom Cruise -que sigue imitando descaradamente a Paul Newman, aunque sin llegar al grado de subnormalidad en que lo hizo en Cocktail- en ese antagonista menor que el verdadero protagonista de la película necesita para que le dé la réplica.

La película es sencilla, elegante y bien construida: un melodrama comedido que, gracias a la habilidad y el talento de Hoffman, no llega a caer en el ternurismo, porque el actor se las arregla, como siempre, para hacerla discurrir a mitad de camino entre el patetismo y el humor, pero siempre más cerca de este último.

Cuando Barry Levinson, el director, y Tom Cruise, el antagonista, se ponen serios en Rain man, allí está Dustin Hoffman para en el momento oportuno romper la solemnidad con algunas de sus inimitables exageraciones perfectamente controladas.

Dueño del festival

Ayer, en la recta final de la Berlinale, la simple presencia de Hoffman le hizo dueño del festival. El actor conmovió. Una fortísima ovación despidió la presentación internacional de Rain man, película que ya ha sido galardonada con tres Globos de Oro y que tiene ocho designaciones para los oscars. Mañana, martes, día de los premios, se cree por aquí que es más que posible que se adueñe de Berlín entero.

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