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HACIA LA PAZ EN CENTROAMÉRICA

El acuerdo de Costa del Sol coge por sorpresa a EE UU

Francisco G. Basterra

FRANCISCO G. BASTERRA Estados Unidos, no advertido de antemano, ha recibido con estupor y "escepticismo" el acuerdo de los cinco presidentes centroamericanos, firmado en la localidad salvadoreña de Costa del Sol, que, si se lleva a término, significará la muerte definitiva de los contra el y cerrojazo a la política norteamericana de intervención directa en Nicaragua. La Administración de Bush anunció ayer que "analizará" el alcance del acuerdo con sus aliados del istmo, pero que se mantiene escéptica sobre los compromisos democratizadores de Daniel Ortega, "que en el pasado ha incumplido reiteradamente".

Bush, en su primera declaración sobre el acuerdo, dijo anoche que el mismo contiene elementos positivos "y otros inquietante". El presidente expresó también sus dudas de que Ortega cumpla con su compromiso de democratizar Nicaragua. "Tenemos que ser cautelosos", añadió Bush, quien reafirmó un genérico apoyo a la contra y a la necesidad de que EE UU continúe enviando ayuda humanitaria a los rebeldes.La Casa Blanca dijo ayer que la contra no está acabada -"sería prematuro afirmarlo"-. De momento, el 31 de marzo los antisandinistas percibirán el último dólar de ayuda humanitaria del contribuyente estadounidense. Sus dirigentes se quejaron ayer del "abandono" de EE UU, que ahora tendrá que enfrentarse a un problema de repatriación -en Miami no cabe un solo refugiado latino más- de un ejército mercenario que creó y alimentó.

"Todo está en revisión", anunció el portavoz presidencial, Marlin Fitzwater, y "no hay calendario" para establecer una nueva política, que pasa por un análisis conjunto de los acuerdos con los Gobiernos de El Salvador, Honduras, Costa Rica y Guatemala, que realizará el Departamento de Estado, y posteriormente, la coordinación del Consejo de Seguridad Nacional, que ofrecerá opciones al presidente. De momento, Bush parece descartar, a pesar de la presión de Ortega, que le ofrece negociaciones bilaterales para un acuerdo de seguridad, abrir un diálogo bilateral con Managua, roto por EE UU hace cuatro años.

La vía diplomática

Washington, cogido con el pie cambiado y sin haber formado aún el equipo que llevará la políticia hacia Latinoamérica, pierde por primera vez la iniciativa en Centroamérica y se ve obligado a probar la vía diplomática de la negociación, cediendo el protagonismo a los países de la región. "Seguiremos el camino diplomático durante algún tiempo, hasta ver si Ortegra cumple con sus promesas", dijo el vicepresidente Dan Quayle, que hace dos semanas prometió en Caracas a los líderes latinoamericanos y a Felipe González que EE UU no impondrá sus soluciones.

El secretario de Estado, James Baker, que estaba en Europa mientras los centroamericanos se reunían en El Salvador, no fue advertido de sus términos cuando la semana pasada recibió en Washington a los cancilleres de Costa Rica y Honduras. Baker se limitó a decirles que la formulación de una nueva política norteamericana hacia Centroamérica llevaría tiempo y que Bush estaba dispuesto a probar la vía de la negociación. Lo que no se esperaba EE, UU es un acuerdo inmediato que, en su opinión, deja a los sandinistas sin la presión suficiente para cumplirlo.

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"Los acontecimientos van muy rápido en la región, y nadie nos está diciendo qué hacer", comentó un diplomático estadounidense reflejando el desconcierto del Departamento de Estado. El hombre elegido por Baker para secretario de Estado adjunto para Latinoamérica, Bernard Aronson, no ha sido aún nombrado oficialmente, y ya comienza a sugerirse que su confirmación encontrará problemas en el Senado. Su único activo es que pertenece al Partido Demócrata, lo que la Administración considera importante para restablecer una política bipartidaria en el Congreso hacia Centroamérica.

Pero Aronson, que no sabe español, y desconoce por completo Latínoamérica, es al mismo tiempo uno de los demócratas que apoyaron la ayuda militar a los contra y ésta es su única conexión con la América hispana. Estos antecedentes no parecen los más indicados para dirigir una política que deje atrás la era Reagan y su obsesión por Nicaragua.

Los presidentes centroamericanos, que habían retrasado su reunión para dejar tiempo a que Washington indicara cuál será su política, han colocado a Estados Unidos ante un hecho consumado. La Administración de Bush va a darle una oportunidad -no tiene más remedio, aunque no sea la opción que más le agrade- al camino de la diplomacia mientras prepara alternativas para el caso de que éste fracase y los dirigentes sandinistas incumplan sus compromisos de democratización interna.

"Los rebeldes siguen en la región y no hay nada en los acuerdos que nos impidan darles ayuda humanitaria", explicó ayer la Casa Blanca.

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