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Tribuna:POR LA PAZ EN ORIENTE PRÓXIMO / 1
Tribuna
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La doble culpabilidad

La comunidad europea descubre que podría tener una política común y un papel determinante en Oriente Próximo, y sobre todo, para empezar, en el conflicto palestino-israelí. Es al sueco Olof Palme y a los italianos La Pira y luego a Andreotti a quienes corresponde la primera iniciativa de ese tipo antes de quedar relegada por los proyectos del francés Pierre Mendès France, del israelí Nahum Goldmann y del austriaco Bruno Kreiski. Por tanto, se puede decir que los verdaderos militantes de esta idea fueron, y siguen siéndolo hoy, Claude Cheysson, Jacques Delors, Felipe González y Roland Dumas.Este proyecto no sólo es ambicioso. Supone resuelta una parte del problema. Al pretender acercar los puntos de vista israelí y palestino, el proyecto implica la legitimidad, reconocida o por reconocer, de un Estado palestino independiente. Es decir, que en el comienzo y, en todo caso, después de las últimas declaraciones de Yasir Arafat reconociendo la realidad legal -ya que no el derecho a la existencia- del Estado israelí, este proyecto se presenta como el de un grupo de presión destinado a obtener de Israel un acuerdo sobre la construcción en la Cisjordania ocupada y en Gaza de una soberanía palestina. Los recientes encuentros de Madrid, en los que Arafat fue recibido como jefe de Estado por el rey Juan Carlos y por el presidente González, dieron ocasión a una nueva evaluación de las diferentes estrategias, métodos y fórmulas para vencer las reticencias israelíes. No se trató el tema de las eventuales objeciones árabes porque cada uno hace como si no existieran. Estas líneas están destinadas a mostrar cuáles son los límites de la ambición europea y cuáles podrían ser los medios para que triunfen.

Nosotros, europeos, sabemos muy bien que somos en gran parte responsables tanto del antisemitismo como del colonialismo. Es decir, que en gran parte somos responsables tanto de la creación del Estado de Israel como del rechazo inicial opuesto por la nación árabe a la creación de ese Estado. A finales del siglo XIX, dos grandes movimientos nacionalistas nacieron casi al mismo tiempo: uno israelí, o más bien judío, como reacción al antijudaísmo desencadenado por el caso Dreyfus; el otro árabe, como reacción al colonialismo occidental y, de hecho cada vez más, pese a la presencia otomana, al colonialismo europeo. El nacionalismo judío, que se presenta en ese momento a menudo como el verdadero portador de los valores europeos y que adquirirá toda su fuerza después de la Shoah -bárbara transgresión de esos valores-, surgirá como un subproducto de la Europa colonialista y antiárabe.

Cuatro guerras

Las huellas dejadas por ese bautismo de los orígenes parecerán indelebles durante mucho tiempo. Fueron necesarias no menos de cuatro guerras y la ruptura inaugural del presidente Sadat, que provocó una brecha histórica en la ética fundamental del rechazo árabe, para que el nacionalismo judío, convertido en israelí, quedara más o menos separado del colonialismo y pudiera ser apreciado de acuerdo a los deseos de un solo precursor árabe en la materia: el presidente Burguiba. En Jericó, en un discurso memorable, el líder tunecino levantó acta de la dimensión nacionalista del Estado hebreo y profetizó que no se podría descolonizar la parte de Palestina ocupada por ese Estado que gozaba además de la legalidad internacional. A comienzos de los años sesenta preconizaba ya que había que remitirse a la ONU. No por ello sobrevivió menos la doble responsabilidad de los europeos a la emancipación de todos los pueblos colonizados y, en especial, de los pueblos árabes. De hecho, aún son visibles las huellas originales en ambos campos. Los israelíes estiman que, al fin y al cabo, sólo pueden contar con ellos mismos y que el antijudaísmo latente de Europa siempre puede transformarse, por interés o por indiferencia, en una israelofobia. En cuanto a los árabes, juzgan que Europa es proamericana y que Estados Unidos nunca dejará de lado a Israel, por solidaridad imperialista.

La conciencia de esta doble culpabilidad también está presente en Europa misma, al punto de conducir a comportamientos inhibidores o sospechosos. Provoca a menudo lo que los psicoanalistas llaman el retorno de lo reprimido. Así, los hombres de mi generación, marcados por el combate anticolonialista y que encontraron normal, siguiendo su inclinación, el comprender la causa árabe al menos en algunas de sus recaídas palestinas, se encontraron en ese camino junto a hombres cuyo antijudaísmo se expandía con arrogancia en esta causa. Igual que los militantes de la causa israelí y sionista, descubrirían entre sus filas a todos aquellos cuyo racismo antiárabe se había desencadenado en las guerras coloniales volcándose luego contra los inmigrantes. O, como decía Malraux, si bien es bueno saber por qué se combate, es importante saber al lado de quién se hace. Y para el caso, la vigilancia se impone tanto más cuanto que, en nombre de una cierta conciencia culpable, algunos están dispuestos a aceptar no importa qué alianza. La Europa en formación, fundada sobre la universalidad de los valores y de los principios, no podría elegir ni entre los protagonistas del racismo ni entre sus víctimas.

Junto a este activismo sospechoso existe un comportamiento derrotista por virtud. No sabríamos mezclarnos entonces con este Oriente complicado en el que nuestras ideas simples nunca lograron otra cosa que despertar viejos demonios y provocar situaciones que se han vuelto contra nosotros. Se puede comprender esta humildad. Las intervenciones europeas siempre son denunciadas por unos o por otros como supervivencia residual de la mentalidad coloniaL En Líbano, caso ejemplar de absurdo trágico, cada uno tuvo, en determinado momento, la impresión de perder a la vez sus intereses y su alma. De la misma manera, y es esencial, que se tiene la cabal idea de que, desde el reino de las superpotencias y del equilibrio del terror, el planeta parece más o menos regido ya sea por uno de los dos gigantes, ya sea por un condominio soviéticoestadounidense. Segunda observación: una Europa dividida nada puede esperar de sus intervenciones. Hemos visto que se sentía culpable. Vemos que es débil. Hay que renunciar a ciertos discursos; por mi parte, yo hice más de uno sobre el milagro de la presencia francesa y sobre Francia. Es una de las conversiones difíciles que impone la mutación del gran conjunto a construir.

Traducción: Jorge Onetti.

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