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Fugaz gira europea de Baker para oír a los aliados

Francisco G. Basterra

FRANCISCO G. BASTERRA, Esta vez los europeos no pueden quejarse. Están siendo oídos en la formación de la política exterior norteamericana. Cuando mañana el nuevo secretario de Estado norteamericano, James Baker, llegue a Madrid, escuchará tanto como hablará, en una actitud humilde, desconocida hasta ahora en la diplomacia de EE UU, que está manteniendo a lo largo de la gira que en seis días le llevará a través de 14 capitales de la OTAN. Anoche, el canciller de la República Federal de Alemania (RFA), Helmut Kohl, le sugirió la posibilidad de que no se modernicen las armas nucleares de corto alcance estacionadas en su país, sino incluso que se desmantelen si fructifican las conversaciones entre las superpotencias.

Baker se limitará a exponer unas ideas muy generales, insistiendo en que el viaje demuestra que la Alianza continúa jugando un papel clave en la política exterior de EE UU. Pero todavía no hay un nuevo pensamiento exterior en Washington que oponer al ya ofrecido por Mijail Gorbachov. Bush se reunió el pasado fin de semana con cinco sovietólogos de las principales universidades norteamericanas.Únicamente en Bonn, la escala más importante, Baker se ha enfrentado a un problema concreto, pero sobre el que tampoco EE UU quiere imponer su solución: el deseo de Kohl de posponer la decisión de modernizar los misiles nucleares de corto alcance hasta después de las elecciones generales del año próximo.

"Queremos que los aliados estén en el despegue de nuestra política para que puedan estar también en el aterrizaje y no ser simplemente informados del mismo a posteriori, repite Baker, un abogado tejano, alter ego y compañero de dobles en tenis de su íntimo amigo, el presidente George Bush. Baker desea recoger las ideas de los aliados sobre Gorbachov y la política hacia el Este para utilizarlas en la revisión de la estrategia hacia el Moscú de la perestroika que se está preparando en Washington.

Sin plan de vuelo

Esta en principio loable actitud receptiva, que refleja las promesas de la nueva Administración norteamericana de poner fin al unilateralismo de la era de Reagan, esconde, sin embargo, la ausencia de un plan de vuelo de política exterior en Washington. Ni Bush, a pesar de su amplia experiencia internacional, ni Baker, tienen una visión del mundo establecida, como la tuvieron al comienzo de sus presidencias Nixon, Carter o Reagan. Son pragmáticos sin una concepción estrategia global.

Baker recorre Europa como un relámpago, sin tener ni siquiera con él al nuevo secretario de Estado adjunto para Asuntos Europeos, que no ha sido nombrado. Sólo el Departamento de Estado, sin contar lo que están haciendo el Consejo de Seguridad Nacional y el Pentágono, está revisando 28 aspectos diferentes de la política exterior de EE UU. Este país no sabe aún qué arsenal estratégico quiere. El Pentágono ni siquiera cuenta aún con un jefe. El designado secretario de Defensa, John Tower, batalla para su confirmación contra alegaciones de alcoholismo, conflicto de intereses y carácter mujeriego.

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Acuciado por la situación en El Salvador, Nicaragua y Panamá, todavía Baker no cuenta con el hombre que llevará la política hacia Latinoamérica. Y tampoco sabe Estados Unidos qué hacer con la deuda del Tercer Mundo.

El agujero más grande, y que más puede separar a Washington de sus socios en la Alianza Atlántica, es cómo responder a Gorbachov. Para Bush, Baker y el tercer responsable de la política exterior de EE UU, el general Brent Scowcroft, consejero de Seguridad Nacional, Reagan y Shultz abrazaron demasiado emocionalmente las reformas en la URSS personalizando en exceso la relación con Moscú. "Cautela, prudencia y realismo" son las consignas de la nueva Administración.

Pero los europeos y, sobre todo, la República Federal de Alemania, están dejando, muy rápidamente, de ver a la URSS como el enemigo militar desbordándose por la llanura centroeuropea. Existe un temor al otro lado del Atlántico de que la presidencia de Bush no comprende aún los profundos cambios de la situación internacional que refleja el ministro de Exteriores, Hans Dietrich Genscher -alguien que quisiera ir mucho más deprisa que Washington-, al afirmar que "Europa debe buscar su orden pacífico. Cualquiera que se adhiere a prejuicios hostiles pasados de moda se opone a la corriente de la historia".

Por el contrario, en Washington se estima que Gorbachov está buscando separar a los europeos de la OTAN y de Estados Unidos y se contemplan con cierta aprensión los viajes, este año, de Gorbachov a Bonn, Londres y París.

En Estados Unidos preocupa que el 10% de los alemanes apoye la completa desnuclearización de la RFA. La guerra fría no se da en Washington por definitivamente concluida, y tampoco se desearía, tal como piden los aliados, levantar, sin nuevas concesiones soviéticas aparte de su retirada de Afganistán, el embargo al comercio de alta tecnología con el Este decretado en 1979 tras la invasión de Kabul.

Una cumbre atlántica, posiblemente en mayo en Bruselas, a la que acudirá el presidente norteamericano, sancionará el nuevo mapa de carreteras de la relación Este-Oeste. Antes, el 7 de marzo en Viena, Baker y su colega soviético, Edvard Shevardnadze, mantendrá su primera reunión de trabajo.

Pero, de momento, las señales que envía Washington indican qu la conclusión de un tratado START, sobre armas estratégicas, prácticamente anudado por la Administración de Reagan tendrá que esperar.

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