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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Escupir sobre el espejo

"EN TIEMPO de tribulación, no hacer mudanza", aconsejaba el de Loyola. Desoyéndole, los dirigentes socialistas, abrumados por la sensación de haberse convertido en blanco de todas las pelotas, han decidido pasar a la acción. Pero como la zozobra turba el juicio, sus iniciativas están produciendo problemas más graves que aquellos que trataban de atajar. Ocurrió en vísperas de la huelga del 14-D y es ahora el caso con la ocurrencia de resolver el desamparo sindical mediante la designación de responsables políticos del partido en las fábricas. El asunto fue planteado el pasado fin de semana en una reunión de la ejecutiva socialista con los secretarios regionales y provinciales de organización.La argumentación es que la ruptura con UGT ha privado al PSOE de canales de comunicación en el interior de las empresas, por lo que urge crear una red alternativa. Ante las primeras reacciones de los sindicatos, los autores de la idea se han apresurado a precisar que esa red no realizará una actividad sindical paralela, sino que se limitará a "canalizar la información socioeconómica sobre las decisiones del partido, y eventualmente del Gobierno". El asunto no tendría mayor importancia -si se prescinde del sorprendente sentido de la inoportunidad: en vísperas de la decisiva última reunión Gobierno-centrales- de no ser porque incide en una tentación que se ha demostrado decisiva en la crisis que afecta hoy al proyecto socialdemócrata en España. A, saber, la tentación de un vanguardismo de nuevo cuño que se hace presente en la pretensión ingenua de que es posible suprimir toda mediación entre la minoría esclarecida y los trabajadores. Bajo pretexto de la catastrófica corporativización de los sindicatos, algunos teóricos socialistas han imaginado escenarios en los que las justas ideas de la vanguardia se impondrían directamente, por su evidencia misma, a las masas. La hipótesis según la cual es posible desarrollar una política económica que favorezca los intereses de los más desfavorecidos al margen -y eventualmente en contra- de las organizaciones de clase se ha revelado como una ensoñación, según demuestra toda la experiencia del reformismo, desde Bernstein hasta nuestros días. No se sabe de ningún proyecto socialdemócrata que haya podido cuajar al margen de la complicidad, implícita o explícita, de los sindicatos, único, instrumento capaz de disciplinar las reivindicaciones salariales a cambió de determinadas contrapartidas (por ejemplo, el incremento de las inversiones sociales o el acrecentamiento del poder sindical en las empresas). Y ello al margen de la mayor o menor brillantez o coherencia interna de los programas destilados por los partidos.

Si el objetivo es, según se afirmó en la reunión del lunes, "recuperar el mnsaje de 1982", la prioridad corresponde a la recomposición de los lazos del PSOE con UGT. Ese objetivo resulta directamente contradictorio con la iniciativa de los responsables políticos de fábrica". Y ello porque, o bien se trata de ir creando las bases para una UGT bis, proyecto utópico además de no deseable; o bien de doblar la estructura de representación sindical con una red cuyos objetivos serían específicamente antisindicales, lo que no resultaría menos utópico, y sí aún más indeseable, por la dinámica de confrontación que abriría. Esos responsables, se precisa, no serían elegidos por los trabajadores de la fábrica en cuestión, sino "designados por las direcciones provinciales del partido de acuerdo con los militantes de cada empresa". Si se tiene en cuenta que ese partido es el que está en el poder -con el detalle añadido de que uno de cada tres miembros del mismo ocupa puestos políticos remunerados-, se comprende la alarma que la desgraciada iniciativa ha sembrado por doquier. Pues ¿cómo evitar la impresión de que esas personas actuarán de acuerdo con criterios ajenos a los intereses del colectivo de trabajadores al que pertenecen? Más concretamente: ¿cómo evitar, en esas condiciones, que los socialistas presentes en las empresas sean tenidos por elementos amarillos puestos allí por la dirección o por el Gobierno para vigilar a los trabajadores más activos en la defensa de las reivindicaciones laborales del colectivo? Es decir, ¿quién está aquí conspirando contra la imagen de los socialistas?, ¿quién se ha empeñado en obligar a los militantes de ese partido a escupir contra el espejo?

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