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La 'traición' de Valentino

El rey de los estilistas italianos se traslada a París

Finalmente se ha ido esta semana a París con la colección, como la desairada o incomprendida que coge a los niños y se traslada a casa de su madre. Previamente ha echado pestes de Roma, se ha enemistado con sus asiduas y ha sido tirado del moño por sus colegas milaneses. Pero Valentino Garavani -Valentino, el rey de los estilistas italianos- no parece preocupado. Aunque su traslado a la capital francesa, calificado de traición por sus compatriotas, debilita la moda italiana, aquí ha dejado sólo incondicionales.

Todo empezó en la Semana de la Alta Costura Italiana, esa conjunción de grandes cuyos modelos llenaron las pasarelas romanas del 16 al 20 de este mes. Rocco Barocco, Gianfranco Ferré, Lanfetti, Raniero Gattinoni, Sarli, Balestra, André Laug, Mila Schoen, Raffaella Curiel. Y, por supuesto, Valentino.El divino Valentino hizo su desfile el día 19 por la noche. Pero antes se desató. Dijo que aquí no hay más capital de la alta costura que París, o, lo que es igual, que el made in Italy ha perdido la carrera. Mandó por delante a su portavoz oficial, director gerente y alter ego, Giancarlo Giammetti, a calentar el ambiente. Y éste, mayor o menor voz de su amo, se pasó con el veneno. "A los desfiles", afirmó, "va una pretendida gente mundana que no cuenta. No nos contentamos con las ridículas manifestaciones de la alta costura romana. Da corte leer los nombres que ocupan la primera fila en los desfiles. Son gente que no nos importa: mujeres solas, mujeres desgraciadas que encuentran en el desfile una razón de vivir, actrices que ya no hacen una película, que salen a la luz para la ocasión y luego vuelven al anonimato".

Giammetti citó a Marisa Laurito, conocidísima presentadora de televisión, y a la condesa Marta Marzotto, gran frecuentadora de los salones romanos, musa y amante del pintor Guttuso hasta la muerte de éste. "Tener a la Marzotto en primera fila", dijo la voz de Valentino, "no es lo que nos hace vivir. Al menos, en París las mujeres del público miran los vestidos porque se los pueden comprar, y no para pedirlos prestados".

Las marquesas rugen

Pero a las marquesonas, a las actrices, a las señoras del préstamo del frufrú, la caña de Valentino las excitó. Y allí estaban ellas al día siguiente: la condesa Marzotto la primera -el socio de Valentino la telefoneó para excusarse, como hizo con todas las clientas que le pidieron explicaciones-, rugiendo, diciendo que hace 20 años que sigue los desfiles del héroe desde la primera fila y que no pensaba cambiar de sitio. También en primera línea, María Pía Fanfani, presidenta de la Cruz Roja Italiana y esposa del ministro económico que le presta apellido, vestida por Mila Schoen, que criticó la larga lengua del protagonista y dejó caer deliciosamente que por estar tan lleno de maldad el mundo de la moda es por lo que ella se encuentra mucho mejor entre las víctimas de los terremotos y entre los leprosos. Y estaba el portavoz socialista, Ugo Intini, y millonarias consortes, como Gabriella Farinon de Romanazzi.Junto a las risas, también las críticas al astro, como la de la condesa Pecci Blunt, o la de Anammaria Jacorossi, mujer de uno de los hombres más poderosos de Italia, quien dijo que había estado a punto de no asistir y añadió que Valentino se hace ahora el esnob porque tiene Nueva York y París a sus pies, "pero olvida que quienes les hemos llevado al éxito hemos sido nosotras".

Dada la crisis de la moda italiana y el hecho de que todos sus diseñadores se empeñen en aparecer unidos ante la situación como una piña, los propios compañeros de Valentino tampoco se han recatado. Gianfranco Ferré le ha acusado de querer más espacio en los periódicos. El hermano de Gianni Versace, Santo, ha calificado la provocación de Valentino de "metedura de pata clamorosa".

La también milanesa Rafaella Curiel ha dicho que "los insultos a los clientes son intolerables", para añadir: "¿Que se quiere ir a París? Pues que lo haga. No sería el primero". Y Giorgio Armani se ha lamentado de que "hagamos todo lo posible por desacreditarnos en nuestra propia casa", y ha recordado que ya en los años sesenta hombres como Capucci, Fabiani y Somonetta emigraron a la capital francesa para acabar comprobando que allí tampoco es oro todo lo que reluce.

A la crisis de la alta costura -en el mundo la compran 4.000 personas, y los italianos se quejan de que por problemas económicos cada vez descienden más las de su nacionalidad-, las peleas de corrala y la falta en Roma de un escenario para los desfiles se han sobrepuesto, en la Semana de la Alta Costura, los cócteles, las envidias y las cenas en los palacios de la nobleza romana. Esa nobleza que se sienta en primera fila en los desfiles y luego, según Valentino, pide los trajes prestados.

El diario La Repubblica ha llegado a escribir sobre esta situación de la moda italiana que aquí se canta y se baila mientras se hunde el Titanic. Y es lógico. Porque, que se sepa, nunca fue menester de marquesas, millonarias consortes o políticos de salón preocuparse por los icebergs mientras está sonando la orquesta.

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