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Isamu Noguchi, crisol de culturas

Uno de los últimos supervivientes de la etapa heroica de la vanguardia norteamericana, la que transformó el Nueva York de posguerra en capital mundial del arte contemporáneo, el escultor Isamu Noguchi, nacido en Los Ángeles el 17 de noviembre de 1904, murió de una ataque al corazón, el pasado día 30 en Nueva York cuando trabajaba en un proyecto para diseñar el mayor parque de la ciudad de Sapporo.Fue, en su vida y en su obra, un ejemplo de: sincretismo cultural, adelantándose en eso a la cada vez más forzosamente común imagen del hombre actual, que, sea de donde sea, debe adoptar un imprescindible uniforme cosmopolita. Hijo del poeta japonés Yone Noguchi y de la escritora norteamericana Leonie Gilmour, y educado a medias entre Japón y Estados Unidos, el único rasgo trascendente a estas tan contradictorias raíces familiares fue su temprana vocación artística de vanguardia, totalmente insólita en la América del primer tercio de siglo.

Viaje a París

De esta manera, tras unos primeros estudios universitarios en la Escuela (le Medicina de la uiniversidad de Columbia, de Nueva York, Isamu Noguchi decidió ya en la década de los veinte dedicarse a la escultura. Esta decisión, cuando entonces iba acompañada de una búsqueda vanguardista, significaba marchar a París, que fue donde se instaló Noguchi en 1927, convirtiéndose en- discípulo de Constantin Brancusi.

Al retornar a Nueva York realizó su primera muestra personal y comenzó a relacionarse con muchas de las más relevantes figuras de la creación artística norteamericana, entre las que no sólo había que contar a artistas plásticos, sino también a ingenieros, arquitectos, coreógrafos, escritores, etcétera. En este sentido merece destacarse su relación personal y colaboración artística con Martha Graham, Buckminster Fuller, Frank Lloyd Wright, Marcel Duchamp, George Balanchine, Alexander Calder, John Cage, Louis Kahn, Willen de Kooning, Arshile Gorky, etcétera. Al margen de la importancia de todos los nombres citados, a los que habría que añadir la de otras figuras míticas de la vanguardia histórica europea, el muralismo mexicano y el arte japonés, esta relación revela por sí misma la complejidad de intereses y actividades de Noguchi, que, en efecto, ha hecho prácticamente de todo: por supuesto, escultura en primer lugar y en el sentido más lato del término, pero también pintura, coreografía, diseño industrial, instalaciones, arquitectura, jardinería y hasta escribir unas apasionantes memorias autobiográficas, donde da cuenta de las mil experiencias y aventuras que vivió por todo el mundo, pues de América a Europa y, en general, toda Asia, de China a Japón, no hay sitio donde no hubiera estado, siempre en búsqueda de nuevos conocimientos.

Carácter ecléctico

Con estas inquietudes y vivencias, no es extraño que la obra de Noguchi sea un constante entrecruzamiento de culturas e influencias, y que, por tanto, tenga, vista retrospectivamente, un carácter muy ecléctico. Por eso, donde mejor se puede apreciar seguramente el sentido de su obra es en el Isamu Noguchi Garden Museum de Nueva York, donde, rompiéndose con la dicotomía interior-exterior, se puede apreciar una selección de su variadísima evolución artística.

En 1986 representó en solitario a su país en el pabellón norteamericano de la 42ª edición de la Bienal de Venecia, la última sanción honorífica para un artista que, ya octogenario, seguía recibiendo encargos de colaboración de las figuras actualmente más prominentes, como el arquitecto Arata Isozaki, responsable del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, de la discoteca neoyorquina Paladium o del estadio olímpico de Barcelona, con el que trabajó en el Museo Seibu de Tokio o en el propio pabellón de Venecia.

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