Condena de Jünger
El señor Cristóbal Miranda, de París, en carta al director publicada el lunes 19 de diciembre de 1988, se escandaliza de las críticas aparecidas en el suplemento Libros del domingo 11 de diciembre de 1988 sobre Ernst Jünger y Alberto Moravia.Los palos que da el crítico Leopoldo Azancot al libro Yo y él, de Moravia, y, a su través, a toda la obra del autor italiano, parece responder a un ajuste de cuentas largamente gestado por parte del autor de La novía judía para con el autor de El desprecio. Un litigio a resolver, sin duda, por los lectores de ambos escritores. Por mi parte, prefiero a Azancot.
Otra cosa es que don Cristóbal niegue, por el mero hecho de haber sido "el oficial del Ejército nazi que ocupó París", la consideración de "gran escritor, cuyo estilo es de una secreta y sombría belleza" con la que el crítico Rafael Conte acierta a calificar a Jünger. Sería excesivo entrar en el análisis de la posibilidad, implícita en la redacción del señor Miranda, de que el movilizado capitán Jünger, del Ejército regular alemán, ocupara -¡él solo!- Ville Lumière en 1940. Lo que resulta evidente es que la carta del señor Miranda responde a un tipo de confusión peor que la que el crítico Gómez de Liaño destaca como ignorancia de Sartre en su odio por el vate alemán.
La obra literaria del hombre Jünger responde plenamente al siglo que ha vivido y constituye uno de los jalones fundamentales de la lenta y dolorosa aventura intelectual europea que nació de la ruptura cultural que supuso la I Guerra Mundial. Malo es que, tanto en literatura como en otras actividades humanas, primen las valoraciones apriorísticas realizadas a partir de percepciones estereotipadas de la realidad. Traer a colación al político Francisco Franco, que eso fue al cabo, para criticar al pensador y escritor Jünger es, después de todo, realizar un rendido homenaje al fallecido caudillo de las derechas españolas.
Acaso urgido por la necesidad de dar a conocer su opinión, don Cristóbal yerra más de lo que cabe suponer en un lector asiduo. Desde luego, su sumarísima condena de Jünger permite entrever que ha leído poco, no sólo la obra de dicho autor, sino la obra de la amplia variedad existente de autores europeos de mérito en este siglo.
A la postre, se me hace que el aparato crítico del que dispone el señor Miranda para formalizar sus opiniones literarias estriba únicamente en la necesidad de imponer sopas sabrosas, de buen gusto, con arreglo a sus particulares preferencias ideológicas. Ésa es su confusión-
Madrid.
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