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Friedrich Wilhelm Murnau, padre del cine moderno

Hoy hace un siglo nació en Westfalia el cineasta alemán

Aunque corta y cercenada cuando despegaba hacia sus vuelos mayores, la obra de Murnau es universalmente considerada, junto a la del austriaco Erich von Stroheim, como la parte del cine mudo que presagió el sonoro, en la encrucijada de la década de los años veinte y treinta. Dos de sus filmes para Hollywood, Amanecer y Tabú, son considerados como cimientos del cine moderno, pues sintetizan la tradición del expresionismo alemán -que inmortalizó en su Nosferatu- con el realismo estadounidense y de las vanguardias europeas de los años cincuenta y sesenta. De ahí que la obra de Murnau no sea erosionada por el tiempo.

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La leyenda

Su familia eligió para la refinada y un poco sombría sensibilidad del joven Murnau estudios de arte. Era un muchacho introvertido y de carácter hermético, que guardaba celosamente -y éste fue un rasgo permanente- su vida privada de las miradas ajenas, lo que contrastaba con su precoz decisión de compaginar su tendencia a la meditación filosófica solitaria con la vida extrovertida de actor de teatro.Estudió filología en Berlín y filosofia en Heidelberg, pero en estos semilleros de la alta cultura alemana buscó la manera de abrir una puerta secreta por la que integrarse casi clandestinamente a los sótanos de la baja cultura: ingresó en la escuela teatral de Max Reinhardt en 1910 con el seudónimo de Helmuth.

Al comenzar en 1914 la Gran Guerra, fue movilizado. Alcanzó el grado de teniente, se convirtió en un experto aviador y, una vez más, sus hechos contradijeron a su carácter. Un meditador introvertido, que se dedicaba a merodear por los teatros, se convirtió en un militar con mando. Pero Murnau se limitó a extraer de su paso por el ejército la convicción de que sabía dirigir y podía trasladar su capacidad para ejercer autoridad en un cuartel a la escena y al plató de cine.

Al licenciarse, y tras ver el filme de Robert Wienne El gabinete del doctor Caligari, que le conmovió como a todos los de su generación, decidió que su futuro era el cine y, para ello, asociado con algunos de sus compañeros en la compañía de Max Reinhardt, entre ellos el protagonista de Caligari, Conrad Veidt, fundó una pequeña productora: la Murnau Veidt Filmgesellschaft. En ella realizó en 1919 sus dos primeros filmes, Der knabe in blau y Satanás. Y desde el comienzo fue considerado como uno de los creadores -con Wienne, Paul Wegener y Fritz Lang- de la escuela expresionista alemana, que, junto al naciente cine soviético y al conglomerado de Hollywood, conformaron los vértices sobre los que el cine mudo llegó a ser un arte total.

Del terror al amor

Tres años, después, en 1922, saltó a la fama mundial con la primera -un monumento del cine de terror- adaptación al cine del mito de Drácula. Así surgió su célebre Nosreratu.Al gran histrión y cacique del cine alernán de los años veinte Emil Jannings, que hacía y deshacía repartos a su antojo, no le pasó desapercibida la aparición de este inimitable director. La colaboración entre Jannings y Murnau abarca filmes que, sin llegar al impacto de Nosferatu, tienen un lugar en la historia del expresionismo, como Fausto y Tartufo. Pero es el filme El último, clave en la carrera de Murnau, el que deciole e¡ destino final de Murnau.

En este filme hay un anticipo de la simbiosis entre el expresionismo -que caló enteramente en el cine de Hollywood años más tarde, con el exilio en 1933 de Lang y otros cineastas que huían de Hitler- y el realismo californiano. Por ello, tras el triunfo de El último, Murnau fue llamado por la Fox, que le ofreció un contrato regio. Así se puso la primera piedra del monumento lírico de Amanecer, una obra que aparece siempre en las listas de las mejores películas de todos los tiempos.

En la primera entrega de los Oscar, celebrada en 1928, Amanecer se llevó tres estatuillas: mejor actriz (Janet Gaynor), mejor producción artística y mejor fotografia. Pero su llegada, de un solo paso, a la cumbre le creó a Murnau conflictos. El primero, derivado de su triunfo: las revistas sensacionalistas husmearon en una vida privada que el cineasta mantenía cerrada a cal y canto. Murnau era homosexual y esto traía problemas en Hollywood. Esta circunstancia, unida al perfeccionismo que encarecía sus películas, hizo que en las dos siguientes los productores mermaran la autonomía creativa de que había gozado en Amanecer.

Después de dos películas menores (Los cuatro diablos y El pan nuestro de cada día, en 1928 y 1929), Murnau se unió al documentalista Robert Flaherty y con él comenzó un filme en los mares del Sur. El tándem no funcionó y Murnau se quedó solo al frente de su singular Tabú. Fue el principio del fin. Volvió a Hollywood. Tres días antes del estreno de Tabú, su descapotable se estrelló contra un muro en una cuneta de la carretera de Santa Bárbara. Murió Murnau en el acto, entre las piernas desnudas de su criado filipino, un hermoso muchacho de 14 años.

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