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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La razón palestina

YASIR ARAFAT ha confirmado personalmente ante la Asamblea General de la ONU, reunida para la ocasión en Ginebra, los importantes cambios adoptados por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en su reciente reunión de Argel, donde tomó la decisión de reconocer de hecho a Israel, condenar el terrorismo y aceptar las resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas como base para la solución del problema palestino, en el marco de una conferencia internacional. La negativa del visado a Arafat por parte de EE UU ha tenido un efecto de bumerán: la Asamblea de la ONU se ha trasladado a Suiza para asegurar la participación del líder palestino. Y la propia delegación norteamericana ha escuchado en Ginebra lo que trató de impedir que se dijese en Nueva York. De estas peripecias se desprende la simpatía que las nuevas posiciones de la OLP van ganando en casi todos los países del mundo. Con dos excepciones, EEUU -que ayer mostró ya su disposición a la negociación directa- e Israel, cuya importancia no se puede ignorar.La OLP ha derrotado en su seno las posiciones extremistas, centradas en el uso de la violencia, y, en un giro de 180 grados respecto de los principios aprobados en la Carta Nacional Palestina, ha optado de modo inequívoco a favor de las negociaciones internacionales y del diálogo con Israel para lograr que el pueblo palestino pueda crear, en los territorios ocupados, un Estado propio. Una solución de este género ha sido defendida de modo constante por la ONU. Mientras tanto, Israel sigue defendiendo las mismas tesis de siempre: trata a la OLP de 1988 lo mismo que a la de los años sesenta, y Shamir ha calificado de "gran embuste" las declaraciones de Arafat. Todo parece indicar que el Gobierno israelí se resiste a reconocer el cambio de la política palestina, porque necesita una OLP terrorista para justificar la prolongación de la ocupación militar y la negativa intransigente a una conferencia internacional. Tal actitud aleja al Gobierno de Tel Aviv de muchos de los sectores que han apoyado en el mundo la causa de Israel, incluidos influyentes sectores judíos.

Sólo EE UU salva a Israel de un aislamiento absoluto. Los anteriores gestos de Washington uniéndose a Israel en la negativa a abrir el diálogo con la OLP eran difícilmente comprensibles a la luz de los intereses fundamentales que tiene EE UU en la zona. En 1979, los acuerdos entre Egipto e Israel, patrocinados por Carter, dividieron a los árabes. Hoy se está produciendo un proceso de unidad y de cohesión entre los pueblos descendientes de Ismael: Egipto vuelve a ocupar un lugar central, y los extremismos pierden vigor. La política de Arafat se inscribe, a este respecto, en el marco de un mundo árabe más unido, inclinado a la moderación y a soluciones de diálogo. Parece ahora que EE UU ha dejado de ignorar el deterioro de su prestigio en esa zona tan decisiva para sus intereses a causa de su política en el tema palestino.

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