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LITERATURA Y 'PERESTROIKA'

El barco moscovita de los tontos

Dudintsev, premio nacional de Literatura 1988 de la URSS, presenta en Madrid su última novela

El escritor soviético VIadimir Dudintsev (Kupyarisk, Ucrania, 1918 presenta hoy en Madrid su última novela, Los vestidos blancos, premio nacional de Literatura este mismo año en la URS S y cuya primera edición ha lanzado cinco millones de ejemplares. Dudintsev uno de los mitos vivos de la literatura soviética, fue conocido internacionalmente por la amonestación pública de que le hizo objeto Jruschov en 1957, tras la publicación del polénico No sólo de pan vive el hombre, una crítica a la burocracia y a la corrupción institucional.

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Con la historia a las espaldas

VIadimir Dudintsev es un escritor convencido y preparado orgánicamente para convencer. No se trata sólo de que crea lo que dice y lo que hace, sino que la musculatura de su voz y de su cara apoyan por completo su forma de decir las cosas. Es rotundo, seco, y sus palabras tienen siempre un eco sombrío de pagoda. Parece que suenan a través de un altavoz casero escondido en el púlpito. Y esa impresión no queda rebajada cuando los ojillos se ríen tras un brillo difícil de interpretar. Él escribe sobre "el bien y el mal, ese es mi tema", y no se sabe si el escritor ha hecho a su tema, o viceversa. Pero empaque tiene de sobra para enfrentarse a él."No hay otra maldad que la del sufrimiento. El mal es ahistórico, es la voluntad de hacer sufrir. El bien es la capacidad para liberar a la gente de ese sufrimiento. Pero tanto el bien como el mal salen del sufrimiento, nacen con él". Detrás de las leyes, de las instituciones, ha estado siempre la voluntad de hacer daño, "y eso no ha cambiado en absoluto a lo largo del tiempo". A pesar de ello, no está de acuerdo. con el tópico existencialista de que "malo es el que necesita hacer daño a los otros para vivir", porque "la maldad no necesita del sufrimiento ajeno, sólo necesita metas y le basta con cumplirlas".

Si la historia del mundo es la historia del mal, cabe entonces preguntar qué posibilidades hay de cambiarlo. "El mundo sí es posible cambiarlo". "El mundo, sí", repite como si quedara algún secreto detrás de esa afirmación. "Pero habría que ponerse de acuerdo en los fundamentos de la acción", desvela más tarde; "uno de los mayores problemas de la humanidad es su forma de entender las cosas, uno de sus mayores desastres". Y concluye, tranquilamente, con el mismo tono de voz con que podría haber dado su apellido: "Hay demasiado imbécil y su imbecilidad no les impide desear cualquier cosa. He visto mucho imbécil en mi propio país". Este- tema también parece apasionarle. Hace poco ha hecho pública una lista de tontos, en la que han entrado particulares y autoridades, a la que ha bautizado como "-el barco moscovita de los tontos.

Sus problemas con los poderes soviéticos vienen de antiguo. Vuelve Jruschov a la memoria. "No sólo lúe Jruschov. También estuvo detrás un importante sector burocrático totalmente cualificado para gobernar la nave de los tontos. Entre todos me crearon unas condiciones de vida insoportables. Yo había empezado a tener hijos, y durante años, durante muchos años, no pude obtener un solo kopeck de la caja estatal. Lo único que me ha salvado es la potencia creativa, las ganas de seguir escribiendo".

La escritura

Del escribir, lo importante es saber que uno no puede dejar de hacerlo. "Junto a otras tres cosas: charlar con un amigo que vuelve de un largo viaje, comer una buena comida y rascarse donde a uno le pica". "Cuando un general del KGB me pone su brazo pesado encima de la cabeza sin saber para qué, todavía necesito tomar un apunte para no olvidar esa emoción. Escribiré mientras me pasen cosas así".

Entre las emociones que no se olvidan permanece, claro está, la famosa alocución de Jruschov al Congreso de Escritores soviético. En un momento dado, el mandatario preguntó si VIadimir Dudintsev, objeto de su recriminación, y tras un repaso terrible a su figura, se hallaba entre los presentes. "Yo no dije nada, ni siquiera me levanté. Pero entonces mis compañeros empezaron a gritar que sí y se abalanzaron hacia mi asiento con la intención de ponerme en alto para que Jruschov me viera. Me agarré a los brazos de la silla y hubo una pelea. Quedé tan asombrado por la reacción de la gente que, nada más librarme de ella, empecé a tomar notas. Aquello era un diamante en bruto".

Tras el fallido deshielo de Jruschov, es inevitable la comparación con la perestroika. "Soy confiado y optimista respecto a los deseos de Gorbachov y a la sinceridad de su proyecto político. Pero desconfío mucho de su destino final. Hay demasiada gente en contra. Muchos burócratas que saben que el cambio significa su muerte, que van a perder todo lo que han conseguido con sus malas artes. Creo que el exceso de accidentes ferroviarios en los últimos tiempos, incluso Chernobil, son respuestas de esa gente, que prefiere el caos a lo que se les viene encima. En cualquier otro sitio no podrían trabajar ni de barrenderos. Son especialistas en montar mafias, en utilizar las debilidades del ser humano, se han servido siempre de la teoría del látigo y el bollo. Aunque en público proclaman su adhesión a la perestroika".

Antes de decir las últimas palabras, Dudintsev ha mirado al vacío, ha carraspeado muy ligeramente y se ha vuelto luego con la decisión de los convecidos. Y ha soltado todo lo que llevaba dentro. Al final, sonríe un poco, completamente tranquilo.

Ahora queda para el diagnóstico la manera en que el público español y el europeo (casi en las mismas fechas aparece la traducción alemana) van a recibir una obra característica de la disidencia en la URS S. Los vestidos blancos regresa como novela a una de las situaciones preferidas por Dudintsev: la investigación de la verdad en un entorno diseñado para su ocultación. Es un asunto común a su generación, pero este autor siempre se diferencia en las resoluciones de un argumento cuyo sentido no resulta fácil desentrañar. Vencerá el poder o el héroe. Tal vez ambos.

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