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Vivir de pie

"El tiempo... El inexorable. Partir. Moverse. Vivir. Vivir de pie...". Jacques Brel se pregunta: "¿Será imposible vivir de pie?". Diez años después de su muerte vive en una exposición que se puede visitar hasta el 7 de enero en el Centro Valonia-Bruselas de Paría, en la plaza de la cultura y de los titiriteros, justo detrás de los periscopios gigantes del Beaubourg.Más que una exposición, es un viaje. "Para ser es preciso moverse". Es una caja de sensaciones que persigue y consigue dejar vivir a Brel, revivirlo, escucharle hablar y cantar, rememorar su infancia, aquella que le habían robado, sentir su país, penetrar en las candilejas y recrear la aventura "hasta la inaccesible estrella".

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Las cajas de cartón, recuerdo del negocio familiar, encierran, tiradas en el suelo, el color sepia de las fotografías antiguas. Al lado, los dibujos infantiles expresan el deseo de libertad. Las fotos recorren su infancia bruselense, su adolescencia, sus amigos, sus momentos felices. Pero también mayo de 1940, la guerra, cuando "las soldadescas fatigadas me devuelven mi belgitud'. Mal estudiante -151 puntos sobre 200 en religión, 126,5 sobre 160 en francés, 52 sobre 240 en flamenco-, Brel escribía novelas de adolescente. En la primera, de 19 páginas, describía, en un tono grandioso y sepulcral, cómo Kho-Barim contaba la violación de una pirámide por el lord inglés Byrthon. Tres años después, en 1947, publica dos números de un periódico de cuatro hojas, Le Grand Feu. Su divisa, "reemplazar el gusto burgués del confort y del lujo por el deseo de que la vida sea útil para algo". Tenía 18 años.

El recorrido se detiene en su país, "le plat pays", el de "las catedrales por únicas montañas", el del "viento del Norte" y "el hilo de los días por único viaje". De allí, el Brel piloto y navegante solitario escapa en un velero, "pero lo importante no es el barco, es el mar". Un espacio en forma de ala de avión o de vela -la del barco, pero también la de los molinos de Don Quijote de la Mancha- acoge una serie de pantallas que repiten sin cesar imágenes que evocan las lecturas de la infancia, los héroes, los paisajes: llanuras, canales, el mar bravío, las playas desiertas, el velero, el cuaderno de bitácora, el cielo gris, los bancos de los parques, las hojas muertas...

En lo alto se oyen los sonidos de los carillones y de las sirenas de las fábricas, y el ruido del viento.

El viaje transcurre también por los caminos del Brel artista. Fotos, cartas, documentos inéditos y las letras de sus canciones recuerdan sus espectáculos, sus giras -300 conciertos por año-, sus intérpretes, sus películas. Una proyección de una hora remonta a los paseantes al 6 de octubre de 1966, su adiós al Olympia.

Al final, de nuevo las catedrales y las islas Marquesas, donde Brel fue enterrado, en un cementerio frente al mar y en medio de un bosque de cocoteros, muy cerca de la tumba de Paul Gauguin.

Diez años después, su hija France funda la Fundación Brel para luchar contra el cáncer y apoyar proyectos culturales o sociales. Una fundación para vivir de pie.

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