Sin prejuicios
Últimamente se ha vuelto vegetariano y eso alarma a sus amigos. Adelgaza, lo que parece incomprensible si se ha probado una comida de la señora Sciascia, una sombra de pelo blanco que siempre sabe dónde encontrar los libros a los que recurre el escritor de forma constante para apoyar su conversación. Su manera de fumar llega a destacar. Quiere decirse, que llama la atención cuando no tiene encendido un cigarrillo.
Habla en voz tenue, con poco aliento. Es tímido y, pese a la imagen de dureza que pueden dar sus escritos, resulta en el trato un hombre extremadamente afable, capaz de separar constantemente la ironía de¡ sarcasmo, a quien visitan los amigos con gusto evidente, y con un sentido de la hospitalidad notable en un país que la aprendió de los árabes. Guarda en todo momento lo que sorprende en sus libros: la capacidad, insólita a los 67 años y aún antes, de enfrentarse a las cosas con ojos nuevos, sin prejuicios.
La manzana
Aunque él cree que los sicilianos le aman "porque saben que, en el fondo los defiendo", no es difícil escuchar críticas a Sclascia aún en Palermo. No se comprende sobre todo su denuncia del montaje antimafía, al que se adhirieron voces interesadas. Él se siente como el que fuera su amigo, el pintor Guttuso: "Incluso cuando pinto una manzana, ahí está Sicilia". Ex diputado europeo por el partido radical, no le interesa el separatismo y menos, dice, si es el de una región más rica.
Ya no viaja como antes. Teme al avión, pero no porque se vaya a caer, sino por la claustrofobia. Como siempre, reparte su tiempo entre La noce (La nuez), su pequeña finca de Racalmuto, en donde vive en verano, y su piso de Palermo, custodiado tan sólo por un anciano portero que habla con veneración y también familiaridad del professore. El suyo es un piso amplio, empequeñecido por los estantes de libros que a menudo contienen joyas bibliográficas, y por los cuadros. Muchos cuadros, grabados y dibujos casi todos, elegidos por los ojos de un escritor: tienen historias.
Qué cuadros. Tres o cuatro grabados de Goya, caprichos y tauromaquias, algún grabado de Durero, alguno de Manet, varios de Picasso y entre ellos el retrato de Vollard, el que encargó al pintor su serie más famosa, una miniatura primorosa de Stendhal... cuadros y libros se aprietan por toda la casa. Sobre el despacho, el retrato de Pirandello.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.