La brisa, tras el sofocón
El calor sofocante que agobió al país durante cuatro días, con temperaturas superiores a los 37 grados, aflojó el domingo al caer la noche. Una fina llovizna soplada por el viento del sur barrió Buenos Aires y lavó las manchas de sangre. La transición democrática argentina había rendido -aunque nadie se rindió- quizá el último examen a que debía someterse antes de que se aprobara a sí misma.La paradoja es cruel, pero allí está: dos de los muertos y la mayoría de los heridos del combate que enfrentó entre sí a tropas supuestamente leales y rebeldes del Ejército de Tierra son civiles, uno de ellos miembro del partido comunista. El Gobierno y las fuerzas políticas reconocen que sin esa movilización el sistema hubiera sido violado nuevamente. Esta sociedad, que venía padeciendo desde la derrota en la guerra de las Malvinas un profundo proceso de revisión de sus propias culpas, ha reaccionado con dignidad y orgullo en defensa de sus libertades.
Quedan, después de tres días, historias de vida conmovedoras como la del español Salvador Navarro, nacido en Canarias, con 40 años de residencia en Argentina. El abuelo se enfrentó a la guardia rebelde llevando a un niño de la mano y les dijo: "Por cosas como las que ustedes están haciendo aquí, murieron un millón de españoles en la guerra civil. Mis hijos y mis nietos son argentinos, y éste es uno de ellos", dijo, "quien les viene a pedir que no hagan más locuras".
Los vecinos y militantes pintaron carteles y cantaron consignas claras: "Rebeldes leales / son todos criminales". No dudaron, no retrocedieron ante los gases, las amenazas y los disparos de fusil. Y en cada lugar, siempre, había un grupo de ancianas que cubrían su cabeza con pañuelos blancos. Entre el jueves y el viernes próximo, ellas, las Madres de Plaza de Mayo, organizan su ya tradicional "marcha de la resistencia".
[El Grupo de apoyo a las Madres expresó ayer en Madrid su adhesión a dicha marcha y su rechazo a "todo intento de ley de amnistía"].
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