Azúcar helada
Tal y como está la cosa, hay que apreciar a esta banda islandesa. Vivimos en una época en que la mayoría de los grupos destacan por no destacar en nada, y los que lo hacen en algo a menudo es gracias a alguna originalidad al márgen de la música. Unas pocas bandas destacan por su calidad y, finalmente, otras menos, lo hacen por aportar al a la maltrecha inventiva pop. Este es el caso de The Sugar Cubes.Desde el momento en que Böjrk y compañía comienzan a desgranar sus canciones, sorprende la inmediata sensación de estar oyendo algo diferente, tal vez, raro. Los ritmos vitales de un habitante de Islandia y un español son radicalmente distintos, y consecuentemente, los ritmos musicales de The Sugar Cubes no se asemejan a ninguno de los ritmos que tocan de cerca la fibra latina. Y a pesar de eso, y aquí llega la sorpresa, la distancia que se establece entre el grupo y los asistentes es mínima, un factor en el que el grupo no intenta hacer gran hicapié -de hecho poseen una frialdad también diferente, un posible reflejo de lo que a lo mejor es una actitud cálida desde el punto de vista islandés, opuesto, una vez más, al español-, pero al que el público se suma a la más mínima insinuación. Y esto lleva a la inevitable conclusión de que The Sugar Cubes es una banda original. Consiguen atraer pese a una base rítmica densa en exceso y, por momentos, machacona, y unas melodías truncadas cada pocos segundos por los aullidos de su cantante, lo que a los ojos del público pareció infundir un cierto morbo a las interpretaciones del grupo islandés. Sin melodías claras y con -los anteriores planteamientos es aplausible ese algo capaz de enganchar a los asistentes a una sala Jácara prácticamente llena.
The Sugar Cubes
Bójrk Gudmundsdottir, voz; Einar Benediktsson, voz y trompeta; Bragi Olafsson, bajo; Siggi Baldursson, batería; Thor Jonsson, guitarra; Magga Ornolfsdottir, teclados. Madrid, sala Jácara, 1 de diciembre.
Tan sólo un pero: ¿merecía la pena pagar 2.000 pesetas por un espectáculo en el que la parte visual es mínima, o sea, que es como oír el disco en casa, pero de pie e incómodo?
Es el principal aspecto negativo de todas estas bandas, el relegar el aspecto visual prácticamente a la nada, olvidando que el directo es algo más que una sucesíón de canciones más o menos acertadas, que lo que diferencia un vinilo de una entrada es que -se supone- la entrada conlleva un derecho contemplativo. Pero, ¿qué hacer cuando no hay nada que contemplar?
Sin ser de lo peor en este aspecto, The Sugar Cubes no parecen haber apostado por un verdadero espectáculo.
Babelia
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