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Murió el actor norteamericano John Carradine, padre de Robert, Keith y David

Uno de los mejores secundarios de Hollywood

El pasado domingo, día 27 de noviembre, moría en Milán el actor norteamericano John Carradine, magnífico secundario especializado en papeles de malvado y padre de una dinastía de actores. Tres de sus cinco hijos son hoy muy populares: Robert, Keith y David. Había nacido en Nueva York en 1906, en Greenwich Village, hijo de un padre abogado y una madre cirujana. Él, que en realidad se llamaba Richmond Reed Carradine, tenía espíritu aventurero y se lanzó muy joven a recorrer el país.

Llegó a la costa californiana de polizón en un tren cargado de plátanos. Durante un tiempo ejerció como pintoresco recitador de Shakespeare en Sunset Boulevard. El cine le reclamó en 1930 bajo el nombre artístico de John Peter Richmond, que mantuvo hasta 1935.John Carradine, delgado, de cara alargada y mirada escéptica, se hizo famoso como el elegante tahúr surista al que daba vida en La diligencia, la célebre película de John Ford. En muy pocas ocasiones fue otra cosa que un estupendo secundario, especializado en papeles de malvado. En María Estuardo, con un pendiente en la oreja, era el más odioso consejero de la reina; en Hitler's madman encarnaba a Heydrich, el sanguinario virrey nazi en Checoslovaquia. Cuando le ofrecían papeles de protagonista, no se liberaba de esa convención que le había situado en el bando de los malvados: Barbazul es un buen ejemplo de ello.

Comprometido

Durante los años treinta y cuarenta era una presencia imprescindible y le encontrábamos en todo tipo de productos, desde los más comprometidos y brillantes, tipo Las uvas de la ira, de su amigo Ford, hasta las características series B, como La venganza del hombre invisible. Luego, cuando Hollywood dejó de ofrecerle la posibilidad de encadenar una película tras otra, buscó rodajes en México o Nueva Zelanda, se puso en manos de cineastas jóvenes, como el Nicholas Ray de Johnny Guitar y La verdadera historia de Jesse James o el Martin Scorsese de Boxcar Bertha, y los alternó con nuevas apariciones como característico. Ya mayor, su físico le convirtió en el sepulturero ideal de los westerns o de las cintas de terror.El último gran proyecto que contó con su presencia fue El último magnate, la adaptación que Elia Kazan hizo de Scott Fitzgerald, en la que él era un anciano encargado de mostrar los estudios a los visitantes y de contarles las leyendas que ocultaba cada plató. Él decía de sí mismo: "Estoy orgulloso de haber intervenido en algunas de las mejores películas de todos los tiempos, aunque también he hecho muchas porquerías. Hollywood me permitió ganar centenares de dólares, pero no hacerme rico. Nunca fui una estrella".

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