Los precios de vértigo indican una nueva tendencia
Cuando Jasper Johns cobraba 500 dólares mensuales de la nómina del galerista Leo Castelli corría el año 1957. Es dudoso que Johns pensase entonces que a sus 58 años lograría romper la barrera del sonido en materia de precios, vinculado a un galerista visto entonces más como un soñador que como un marchante.El hombre de a pie mira azorado los precios pagados esta semana en subasta de arte que en rápida sucesión escalan a alturas de vértigo, y la respuesta trivial es que el capricho no tiene precio. Tras romper un récord el jueves, una obra de Johns casi dobló al día siguiente en Sotheby's de Nueva York el precio de 24 horas antes con más de 2.000 millones de pesetas.
¿Es esto un capricho? Todo parece indicar que no. La tendencia de precios crecientes se ha destapado, no por azar, tras el crash bursátil de octubre de 1987. Las subastas de la pasada primavera en Londres abrieron el fuego. La pintura moderna británica vendió unos 240 millones de pesetas, pese a que un 26% de la obra quedó colgada.
Otro dato significativo fue que firmas relegadas del impresionismo británico, hasta ahora sin demanda, rompieron récords. El movimiento se trasladó a España hace ya dos años, cuando la obra de la vanguardia española multiplicó sus precios por 15 en promedio en menos de cinco años.Pero no sólo se trata de la vanguardia. Una obra del preciosista del XIX Francesc Miralles se vendió en 11 millones de pesetas, superando todas las previsiones. Es obvio que no se pueden comparar los precios, pero lo importante en cualquier mercado es localizar una tendencia. Y hay argumentos suficientes para decir que no es el capricho lo que pasa por las salas.
La formación de los precios en el mercado del arte actúa por consenso, y si una subasta rompe récords indica que el consenso general es de alza. Jasper Johris lleva años en cabeza de los precios para autores vivos. Lo que hay es un nuevo nivel.
¿Por qué? Es posible que el motivo fundamental sea la fuerte incertidumbre que otras formas de inversión tienen en la actualidad, sumado a las posibilidades de desgravación fiscal que el arte tiene en el mundo.
Que el nuevo nivel de precios puede no ser un disparate parece quedar indicado por el dato de que los galeristas William Acquavella y Arnold Glimscher fueron responsables de precios récord en obras de Rothko, Lichtenstein, Pollock y De Kooning. Es obvio que ellos creen que podrán tener mercado en el futuro para vender aún más caro. Es probable que a Walter Benjamín le hubiera encantado sacar conclusiones nuevas sobre el arte en la era de la reproductibilidad técnica tras esta escalada.
Babelia
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