El poeta que sí existió
Una exposición sobre Fernando Pessoa mostrará en Madrid seis poemas inéditos
¿Qué es la fama tras la muerte?", se preguntaba a los 15 años Fernando Pessoa, en un poema hasta ahora inédito y que parece profecía: "Una vida que no es una vida..."Pocos como el poeta portugués encarnan el mito del triunfo tras la muerte, menos frecuente en escritores que en pintores. Cuando murió, buena parte de su obra aguardaba en el baúl legendario que le acompañó por su existencia de nómada de tranvía. Desde entonces, las varias personalidades que han ido apareciendo tras su planchada apariencia de empleado contribuyen a pintar el siglo. En su centenario, el lunes se inaugura en la Biblioteca Nacional de Madrid, antes que en Lisboa, una exposición que mostrará seis poemas inéditos.
Es muy posible que las crónicas del segundo centenario de Pessoa no tengan mucho que ver con las del primero, porque ocurre que la vida del poeta, o mejor dicho la versión que tenemos de ella, cambia con la naturalidad de un camaleón a medida que salen más papeles, cartas, testimonios. Hace unos años se creía por ejemplo que Pessoa había muerto prácticamente inédito, hoy sabemos que no fue así, y se creía tanto en la leyenda de su discreción que se le llegó a llamar "el hombre que nunca existió". Según los indicios hoy disponibles, Pessoa no sólo existió sino que su fama aumenta con el mismo entusiasmo que la bibliografía, sobre él y sobre su obra. "Ha habido que esperar a la publicación póstuma de la mayor parte de sus originales -muchos de ellos incompletos- para empezar a entender rectamente el sentido profundo de su obra", escribe Angel Crespo en La vida plural de Fernando Pessoa (Seix Barral).Según recuerda su hermanastra y heredera Henriqueta Madalena, el poeta podía llegar a la mesa familiar, que no frecuentó muchos años, y decir: "He pasado mala noche, estoy muy cansado, no he dormido nada, hasta creo que he tenido fiebre. Escribí algo". Y agregaba: "Es de Álvaro de Campos". Álvaro de Campos es uno de los heterónimos de Pessoa, esto es, las identidades ficticias bajo las cuales él se fue expresando y que constituyen el drama em gente. Aunque algunos críticos han visto heterónimos precoces en algunos pseudónimos -que no es lo mismo, pues éstos sólo escamotean una personalidad que no cambia-, los heterónimos principales fueron los de Campos, Bernardo Soares, Ricardo Reis (que inspiró a José Saramago una novela) y, sobre todo, Alberto Caeiro, poeta que algunos creen era el verdadero centro de un sistema en torno al cual giraba el propio Pessoa.
Soltero y pobre
Hay quien piensa que los heterónimos son una expresión artística de la esquizofrenia, y hay quien, como la hermana del poeta, los considera variantes de los juegos infantiles. Pessoa perdió a los cinco años a su padre, un funcionario que escribía sueltos sobre música, y con el padrastro que le sustituyó fue a vivir no mucho después a Durban, en África del Sur; ésa es la razón de que anotara y multiplicara en inglés, y probablemente en esa formación, en una colonia británica durante el apogeo de Victoria, se encuentra la razón de su invariable aspecto de escribiente puntual, pese a las varias refriegas que vivió en representación de la vanguardia y el desorden.
Pessoa encabeza ese momento privilegiado de las letras portuguesas que fue la Renascença, a comienzos de siglo, aunque llegara a romper con el grupo así llamado, que terminó por ser secuestrado por imitadores como suele ocurrir con las vanguardias. Aparte de su guerra individual, en la que se empeñó tan a fondo que por ella permaneció soltero y pobre, la aventura social más memorable de Pessoa fue quizá su participación en la revista Orpheu, de poesía, a la que bastaron dos números para montar otro que todavía se recuerda en la melancólica Lisboa.
En torno a Orpheu se agruparon vanos de los talentos de la época, como el pintor Amadeo de Sousa Cardoso, el pintor y poeta Almada Negreiros -a quien Alvaro de Campos había escrito "Almada: usted no se imagina cómo le agradezco el hecho de que usted exista", y Mario Sá-Carneiro, que antes de suicidarse, acorralado por la conciencia de su progresiva locura, durante días estuvo ambientando su muerte en diversos escenarios hasta que se decidió por un traje de etiqueta y cinco frascos de estricnina que acabaron con él en veinte minutos.
Nieto de una abuela paterna que en sus momentos de extravío musitaba oscuras maldiciones, Pessoa temió toda su vida que la locura le alcanzara. Para algunos en ese temor estriba la razón de su carácter retraído y solitario, dolorido por su propia incapacidad de abrirse a sus mejores amigos o a su madre (una mujer sensible que componía sonetos, hablaba tres idiomas y leía en latín), según escribió en algunas de las abundantes notas que se encontraron tras su muerte. Esa es la razón más plausible de su soltería y no tanto la pobreza que él ha sido el primero en argüir.
El baúl
Pessoa permaneció pobre porque quiso, pues en más de dos ocasiones le ofrecieron sueldos de ejecutivo -toda su vida trabajó en el comercio- y también rechazó una cátedra de inglés en Coimbra. Y quiso permanecer pobre, no por alguna razón caprichosa de su alambicado pensamiento político -era monárquico de vocación y republicano por realismo- sino porque el precio de dejar de serlo era aceptar un trabajo con horario fijo. Siempre quiso poder decidir en qué momento trabajar y en cuál escribir, y siempre lo hizo. A un alto costo: se ha sobado hasta falsearla la vida de nómada urbano que la falta de recursos obligó a Pessoa a llevar por habitaciones realquiladas de Lisboa, siempre con el baúl legendario en el que guardaba sus inéditos.
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