La incongruencia de Rabat
LA NOTICIA del aplazamiento indefinido del viaje oficial a España del rey Hassan de Marruecos lleva las relaciones entre los dos países a niveles insospechados de frialdad. La decisión constituye una respuesta al apoyo prestado por el Gobierno español a la resolución aprobada el pasado martes en la cuarta comisión de la Asamblea General de la ONU recomendando a Marruecos y al Frente Polisario la negociación del alto el fuego en el Sáhara y la convocatoria de un referéndum sobre el futuro de la antigua colonia española. El proyecto de resolución había sido propuesto por Argelia y, como viene siendo costumbre desde hace años, votado favorablemente por España y otros países europeos, así como por el resto de los países del Magreb. Se trata de un texto ya tradicional en el que, sin prejuzgar el resultado de la consulta, se reitera el derecho del Sáhara a la autodeterminación y se propugna el desarrollo de conversaciones directas entre el Polisario y el reino de Marruecos. En esta ocasión, lo aprobado refleja además con bastante fidelidad el plan de paz propuesto por el secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar.Marruecos ha aceptado en principio dicho plan y, en consecuencia, ha admitido la celebración de un referéndum en la ex colonia española y se ha avenido a mantener contactos, aunque indirectos, con el Frente Polisario. Por eso, parecen fuera de lugar y poco congruentes con la propia posición actual de Marruecos- las irritadas presiones de las autoridades marroquíes sobre el Ejecutivo español para que se abstuviera en la votación. Tal vez la razón habría que buscarla en los movimientos actualmente en marcha en la región del Magreb en busca de un difícil equilibrio después de décadas de enfrentamientos y enemistades. La próxima semana se reúne en la ciudad marroquí de Fez una cumbre de jefes de Estado de los países magrebíes. Una abstención de España en la votación de la propuesta argelina -aun no cambiando ni un ápice las políticas de ninguno de los países implicados- habría sido considerada como un triunfo de la diplomacia marroquí frente a la argelina en vísperas de un encuentro en el que las posiciones de ventaja son singularmente importantes.
La actitud del rey Hassan no es nueva y casa mal con los usos diplomáticos vigentes y con la cortesía que un jefe de Estado debe a otro al que otorga, además, el calificativo íntimo de hermano. El Gobierno español ha sido bastante confuso en su tratamiento del problema saharaui y ha incurrido a menudo en contradicciones, dudas y rectificaciones a lo largo de los 12 años transcurridos desde el abandono por España del Sáhara occidental. Pero desde hace algún tiempo la posición española sobre el futuro de su antigua colonia es clara y no ha cambiado, razón por la cual difícilmente puede convertirse en fuente de conflictos de un día para otro. España conoce suficientemente la posición marroquí sobre Ceuta y Melilla y sería estúpido que alguna vez se llamara a engaño. ¿Cómo sería interpretado que nuestro Gobierno exigiera que Rabat modificase su posición al respecto como condición para la realización de un viaje de Estado? Este tipo de acontecimientos tiene como uno de sus objetivos, precisamente, allanar diferencias, y nunca debe ser excusa para ensancharlas.
Nada justifica, en consecuencia, la reacción marroquí, suspendiendo una iniciativa diplomática que es de gran importancia para dos países que están condenados a entenderse. Marruecos no debería seguir utilizando indefinidamente el malhumor y la amenaza soterrada en cuanto sus relaciones con el Gobierno de Madrid dejan de responder a todas sus expectativas. Las relaciones entre dos vecinos siempre son complicadas, pero es misión de los jefes de Estado y de Gobierno abordarlas sin reservas. Cuanto más en este caso, en el que ambos países comparten una zona estratégica sensible e intereses económicos y políticos, aun cuando existan todavía muchas diferencias. España y Marruecos, pese a todos los complicados problemas que los apartan, tienen mucho que ganar en unas relaciones bilaterales basadas en los principios de la equidad y el respeto mutuo. Las presiones ahora utilizadas por Marruecos no son el sistema más eficaz para alcanzar ese objetivo.
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