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Tribuna:LOS PREMIOS LITERARIOS
Tribuna
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El precio de la gloria

Al hablar de libros, el general manager lo hizo refiriéndose a los millones de ejemplares vendidos y a la buena salud de que gozaba su emporio editorial. Al hablar de las razones que le habían movido a presentarse al concurso, el ganador lo hizo refiriéndose a la atractiva cuantía económica del premio. El general manager insistió en que la cantidad podría cuadruplicarse perfectamente de no ser por el indecoroso hostigamiento de la Hacienda pública. El ganador indicó la escasez de su sueldo de jubilado y el número de vástagos a quienes debía educar, aunque explicó que si Hacienda le dejaba algo emprendería una obra de ingeniería, cierto sueño que, al parecer, venía acariciando desde tiempo atrás. El finalista se explayó con su condición de ex ministro sin prebendas. El general manager aseguró que su imperio jamás caería en manos extranjeras y el ganador se mostró muy por encima de la situación, convencido de que la maestría de su pluma beneficiaba a ambos. El público asistente admiró el desparpajo del maestro ganador y agachó la cerviz ante los sinsentidos verbales del general manager. Claro que, como dice Joe Orton, cuando se es rico poco importa desagradar o no a los demás.Afuera seguía campando un viento abrumador que, sentido desde el interior del rascacielos, amenazaba con transformar los muros en planchas de cartón. El orden previsto permaneció inalterable bajo los atentos auspicios del jefe de imagen: uno de esos ejemplares con la americana por debajo de la ingle, que circulan diligentes haciendo notar que no están en la presidencia, pero que en la presidencia está quien ellos quieren. Que juegan al tenis con el jefe los fines de semana o le acompañan al partido, que jamás bajan la mirada en sociedad y siempre mantienen los cabellos en la posición correcta.

Chucherías

En la cena se produjo overbooking, un excedente discreto que el servicio de orden palió como mejor pudo. Sin embargo, hubo un tiempo en que el departamento correspondiente tuvo que diseñar estrategias diversas para que la asistencia a la cena de aquel galardón se convirtiera en algo codiciado. Residuo de esa época sin duda era la variedad de presentes con que los ídem eran obsequiados entre plato y plato. Ya saben, esa clase de chucherías que andan zascandileando por las casas y que la gente se lleva pensando en los niños, en la asistenta o en el regalo de Navidad para el portero. No faltaron libros: de un autor para las señoras, de otro para los señores. Desconoce la causa de tal dicotomía, pero seguro que los profesionales de la imagen tendrán sus razones. Tal vez sea simplemente un problema de stocks. Los invitados periodistas recibieron con anterioridad obsequios más suculentos, signo de buen trato y distinción.

Terminada la conferencia de prensa, se dirigió al salón donde una orquesta cateta amenizaba a la concurrencia. Pidió una copa y el camarero le informó que era barra libre, pero que costaba 600. Volvió a preguntar y el camarero volvió a responder, así que pagó por una marca deleznable y se asombró de que el jefe de imagen hubiera descuidado este pequeño detalle. La mayoría de las mujeres lucía medias negras y alguien dijo que las piernas de negro parecen iguales. Los hombres se habían colocado todos el mismo traje. Dispuestos unas y otros en torno a grandes mesas circulares, comentaban los incidentes de la gala. Los más arredrados bailaban agarrados sobre un cuadrado escurridizo situado delante del escenario de la orquesta. Huyó.

De camino al local de moda, supuso que este año la venta del premio superaría con creces a la del año anterior: el nombre del ganador garantizaba, como se dice en el argot, una vida media mucho más alta. Vida media del producto, del libro. El general manager había sido absolutamente claro al explicar la esencia del asunto: si antes se trataba de tener un buen fondo, ahora la situación exigía novedades continuas y perecederas. "Al tercer año es como si un libro se hubiera tirado al desierto". Usar y tirar. Comprar y volver a comprar. De ahí que el énfasis se ponga no en la bondad del producto, sino en la eficacia de los canales de comercialización.

Centrifugadora

Pensó en el libro ganador y lo visualizó en una centrifugador a enorme, apareciendo y desapareciendo entre cientos, miles de objetos semejantes. Pensó en cuántos de aquellos libros resistirían al feroz impulso del dispositivo que los lanzaba. Pensó en las grandes superficies, en estanterías de longitud infinita cuyo contenido se modificaba de día en día. Pensó en una librería agotadora, en el plano que le daban a la entrada para que se orientase y en el absurdo recorrido por los nombres sin dar con nada ante el apabullamiento de la mercancía. Huyó.

Sorteó a los ansiosos por entrar diciendo que era de la prensa y los amables gorilas le permitieron el acceso. Dentro, racimos de cuerpos sudorosos se meneaban en un simulacro caribeño. Más dentro aún, el maldito ritmo de la música disco devoraba espasmos y movimientos. Pidió su marca y se repantigó sobre un sillón de terciopelo sintético salpicado de quemaduras de cigarro. Tras los cristales, a las tres de la mañana, el personal jugaba a meter una pelotita en un agujero con un palo. Los contempló como si estuviera visitando el zoológico.

Entonces fue cuando emergió ella de la espuma de la pista y se dejó caer sobre el sillón de enfrente. Arrastró las palmas de las manos por sus mejillas perpleja de la humedad que rezumaban. A pesar de la semioscuridad sintió el destello de amargura que brotaba de sus labios y quiso decirle algo, pero no supo qué. Ella habló de libros y de casos y dijo que a los escritores fachas había que avergonzarles cada vez que cruzaran una sala, que a los fachas había que amedrentarles en lugar de cederles la voz y la palabra. "No sería muy elegante", apuntó algún listo. Y ella se levantó con violencia exclamando que se lo pensaba bailar todo.

La vio agitar los brazos antes de ser tragada por la crispación del sábado en la pista. Ya no la vio y volvió a pensar en aquel ganador de aspecto venerable y en aquel general manager de aspecto bonachón. Hasta que los billetes les sepultaron y recordó que debajo de algunas mesas los comensales habían dejado abandonados los libros de regalo. Al día siguiente todos los medios hablarían del premio y del premiado dando por buena la obra desconocida. Pensó que, no tardando mucho, el fallo del jurado y el texto en forma de producto se ejecutarían casi simultáneamente. Huyó fabricándose un camino entre el roce de sombras abultadas. Al salir comprobó que el viento había cesado y que la primera tormenta invernal se aproximaba.

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