Pacto de intereses
LA REPÚBLICA Federal de Alemania es probablemente el país de Europa occidental que más motivos tiene para seguir de cerca la evolución de las corrientes reformistas en la Unión Soviética. Así como en el pasado todas las conflagraciones continentales han tenido su origen en esa sensible región de la Europa central, hoy cualquier avance en una política de distensión pasa inevitablemente por la estabilidad de esa parte del continente. En ese sentido, la dimensión bilateral de la visita que inició ayer a Moscú el canciller de Alemania Occidental, Helmut Kohl, con ser importante, no agota el significado del acontecimiento.En el plano bilateral, las relaciones entre Bonn y Moscú han conocido un largo período de frialdad y tensiones, agravadas hace dos años por unas declaraciones del canciller alemán comparando al nuevo líder soviético con Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler. Moscú reaccionó duramente, y sólo gracias a intensas gestiones, en particular de Genscher, ministro de Exteriores de Bonn, el clima ha ido mejorando. Ahora se puede decir que existe una nueva situación, plasmada en el viaje de Kohl.
Pero, trascendiendo ese aspecto, hay un problema de fondo que interesa a todos los europeos: una sucesión de hechos obliga a considerar con toda seriedad la nueva realidad de la URSS. La idea de que Gorbachov es sobre todo un propagandista hábil ha quedado desfasada. Cuando Andrei Sajarov -perseguido hasta hace dos años- es elegido para la presidencia de la Academia de Ciencias y obtiene permiso para viajar a EE UU, ello refleja una actitud distinta ante la crítica interna. Barcelona será esta semana teatro de otro hecho sin precedentes: un seminario sobre la perestroika en el que van a estar presentes altas personalidades de la Prensa y la cultura de Moscú, disidentes emigrados y expertos occidentales.
Los viajes a la URSS de los jefes de Gobierno de Europa occidental se han puesto de moda. Antes de Kohl, De Mita ha estado en Moscú. El mes próximo, Mitterrand será el interlocutor de Gorbachov. Está claro que los diversos visitantes europeos tienen posiciones básicas coincidentes. Pero con matices. Kohl, por ejemplo, puede mostrarse más receptivo ante la insistencia de la URSS en favor de la opción triple cero, o sea, la supresión de las armas nucleares que quedan, las de corto alcance. Pero Gorbachov no puede hacerse a ese respecto excesivas ilusiones. Tal como están hoy las cosas, ese desarme nuclear total no podrá alcanzarse sin medidas decisivas de desarme convencional que acaben con los actuales desequilibrios. Si Kohl logra que la URSS acepte, en ese orden, dar pasos efectivos para acercarse a las posiciones occidentales, su viaje será positivo para todos.
Para llevar adelante la perestroika, la URSS necesita reducir sus gastos de defensa. Pero necesita también préstamos y cooperación tecnológica occidental que le ayuden a salir de una situación económica desastrosa. Una actitud positiva en este segundo aspecto puede ser esencial para que la URSS flexibilice su posición sobre el primero, el desarme. Y el papel en este campo de la RFA, dado su peso en la economía europea, es de primer orden. No es casual que unos 50 jefes de empresa acompañen a Kohl.
Muchas veces se ha hablado de la importancia que tendría el mercado de la URSS en una economía mundial más abierta. La perestroika puede impulsar un desarrollo en ese sentido. Una primera muestra de confianza la han dado los bancos occidentales que han otorgado recientemente créditos a la URSS por una suma de 9.000 millones de dólares (más de un billón de pesetas) y que, obviamente, no actúan así por simple simpatía. Los contactos con la URSS pierden el matiz ideológico de otras épocas para configurarse, como no podía ser menos, como un matrimonio de intereses. De tal manera que no es una paradoja que la iniciativa de la apertura de Occidente a la URSS sea asumida por políticos de derecha, como De Mita, Kohl o Margaret Thatcher.
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