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Al otro lado del río

Francisco G. Basterra

"Aquí sólo se piensa en la chamba, y no hay chambas" (puestos de trabajo), afirma pensativo Prístino Olmedo mientras mira discurrir a un crecido Río Grande a su paso por el puente fronterizo de Brownsville -la capital del valle- con la ciudad mexicana de Matamoros. Cinco indocumentados pasan corriendo con el culo -no la espalda- aún mojado. Son las seis de la tarde, aún de día, y acaban de cruzar ilegalmente la frontera, una cicatriz de más de 2.000 millas de longitud, por delante de nuestras narices.Desde que lo hiciera en 1952 el general Eisenhower, ningún candidato presidencial republicano ha ganado en esta región. Al sur de San Antonio sólo hay un juez de condado republicano. Y este año -por inercia histórica, que no por Dukakis- pasará otro tanto.

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Ésta es una zona que vive fundamentalmente de la agricultura -algodón, cítricos, grano y legumbres- y del comercio fronterizo con México (la clase media mexicana pasa a comprar a EE UU), y en el invierno, de la inyección que supone la llegada de más de 100.000 ancianos que huyen del frío de los Estados del Norte, los llamados tejanos de invierno. La tasa de paro en el valle se sitúa entre un 15% y un 30% (la media nacional es del 5%), y en las colonias de chabolas, donde se concentra el aluvión de la inmigración más reciente, se pasa hambre, hay malnutrición infantil y se carece de los servicios más elementales de agua corriente e incluso electricidad.

Es una economía basada en un peonaje al que se le paga 3,35 dólares la hora, el salario mínimo en EE UU, y que no puede atraer industria porque no hay mano de obra cualificada. Son trabajadores muy buenos para trabajos repetitivos y además tienen un índice de sindicación muy bajo (un 3%), dice el presidente de la Cámara de Comercio de Harlingen, David Allex, un personaje con aspecto de luchador de grecorromana. Pero aunque el panorama no sea muy rosa, siempre es mejor estar a este lado del río.

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