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El peligro de que fracase la 'perestroika' alarma a Occidente

El viceministro norteamericano de Asuntos Exteriores, John Whitehead, está realizando su sexta gira por los países del este de Europa para estudiar sobre el terreno una situación que comienza a alarmar a Occidente. Tras años de dudas, en la mayoría de las capitales occidentales se ha impuesto el criterio de que hay que apostar por las reformas soviéticas. Los riesgos para toda Europa que se derivarían de su fracaso son mayores que los que pudieran surgir del fortalecimiento de la superpotencia soviética con el éxito de Mijail Gorbachov.

Aquellos que en Occidente se alegran de las dificultades de los regímenes comunistas, provocadas por el explosivo problema de los nacionalismos o por sus agonizantes economías, podrían muy pronto añorar la pasada estabilidad de la comunidad socialista. El orden heredado del estalinismo ha tocado techo. Su bancarrota es definitiva. El futuro es, sin embargo, incierto. Pocos países de la región tienen una modesta tradición democrática de la época de entreguerras. La URSS no tiene ninguna.Los temores de los interesados en mantener sus privilegios están más que justificados. También lo está el pánico de los amplios sectores de la población que se han acostumbrado a vivir mal sin esfuerzo. Queda en evidencia también la falacia simplista de los políticos y medios anticomunistas occidentales que predicen el surgimiento del bienestar y la democracia en hipotéticos paraísos de la iniciativa privada en la Europa del Este con el mero desmantelamiento de los sistemas comunistas.

Hasta Bonn se han filtrado informaciones -sin duda originadas por fuentes soviéticas- de que el jefe del Estado de Alemania Oriental, Erich Honecker, ha enviado una carta a Gorbachov en la que advierte del potencial desestabilizador de la política del Kremlln. Honecker lo está sufriendo en su propia carne.' Es una paradoja que, cuando la Unión Soviética permite a la RDA apuntarse los mayores éxitos de su historia en política exterior, está haciendo perder el control a Berlín Este sobre sus propios ciudadanos.

En Checoslovaquia, la ortodoxia ha logrado defenestrar al primer ministro, Lubomir Strougal, que se había erigido en líder del sector reformista del partido. La alianz a de Milos Jakes con personajes tan anacrónicos como Jan Jojtik y Vasil Balik no augura nada bueno en un momento en el que la población está despojándose de la principal mordaza que la mantenía paralizada: el miedo.

En Hungría, las reformas políticas y la maduración pluralista de la sociedad han alcanzado ya una dinámica propia que el régimen no podría frenar aunque quisiera. Las fuerzas contrarias a una economía de mercado y al pluralismo presentarán, sin embargo, batalla.

Un milagro

En Polonia, el nuevo Gobierno de Rakowski deberá conjugar las necesidades de la decrépita economía con los intereses del aparato y los radicalismos de amplios sectores de la oposición, tan poco realistas como la ortodoxia. Un éxito en esta empresa sería difícil para cualquier Gobierno sólido del mundo. Para el polaco, raya en el milagro político. En Bulgaria, el sector ortodoxo se ha reafirmado y se encuentra a la espera, mientras los indicadores económicos se desmoronan paulatinamente.

De Rumanía sólo cabe esperar que la presión internacional consiga paliar el desastre a que tiene abocado al país su presidente, Nicolae Ceaucescu. Si se desata la ira acumulada, Rumanía puede ser escenario de una enorme violencia.

El mayor peligro para la estabilidad europea está hoy, sin embargo, en Yugoslavia. Los conflictos nacionales e ideológicos y una economía en postración absoluta han situado a este país al borde de la guerra civil. La libanización de este país no alineado, entre el Pacto de Varsovia y la OTAN, supone una dramática amenaza para la frágil estabilidad de un continente que está en plena revisión del orden de posguerra.

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