Los católicos mexicanos vencen a la Revolución
La beatificación, hoy, del padre Pro, una bofetada al sistema mexicano y su legislación antirreligiosa
El México católico obtiene hoy su primera gran victoria en una guerra de 70 años contra el México revolucionario e institucional. La beatificación, este domingo, en Roma del sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro Juárez, fusilado en 1927, a la edad de 36 años, por sus actividades contra el Gobierno, supone el respaldo oficial del Vaticano al movimiento cristero, que intentó derrocar por las armas al régimen anticlerical, y la condena de un sistema que mantiene legalmente a los cristianos en las catacumbas.
El padre Pro fue condenado a muerte, junto a otros presuntos implicados en un atentado frustrado contra el general Alvaro Obregón, que por entonces ya había sido presidente y se preparaba para un segundo mandato al frente de su Partido Reeleccionista. Está demostrado que la juventud católica de la época estaba empeñada -y lo consiguió finalmente- en acabar con la vida de Obregón y evitar así que el presidente Plutarco Elías Calles fuese su cedido por un político aún más irreligioso que él. Pero no está, sin embargo, claramente establecido que el sacerdote que hoy inicia su recorrido hacia la santidad tomase parte, el 13 de noviembre de 1927, en el atentado que apenas causó rasguños en el vehículo de Obregón.Algunos historiadores sostienen que el presidente Calles, en frascado por esos años en una dura pugna contra los cristeros -llamados así porque firmaban sus acciones con el grito de ¡Viva Cristo Rey"-, quiso hacer ejemplarmente justicia en la figura de un sacerdote, sin parar se a investigar su implicación en el atentado. Entre 1926 y 1929, Calles libró una cruenta guerra contra un ejército católico que llegó a reunir bajo las armas y la cruz a más de 50.000 personas.
No es exagerado, por tanto, decir que la beatificación del padre Pro es una verdadera bofetada al sistema mexicano y su legislación antirreligiosa. En México ninguna iglesia tiene reconocimiento jurídico. Por disposición constitucional, todas las propiedades religiosas están en manos del Estado. Los sacerdotes no tienen derechos ciudadanos, no pueden votar ni ser votados. Tampoco pueden vestir con sotana fuera de los lugares de culto, ni realizar actividades religiosas en la calle. Mucho menos les está permitido exponer opiniones políticas.
Esto es, desde luego, la ley. La realidad es algo distinta. Más del 90% de los mexicanos están bautizados, entre ellos los principales políticos del régimen. Se condena y se prohíbe oficialmente la enseñanza religiosa, pero el actual presidente, Miguel de la Madrid, fue alumno de La Salle, como también lo son sus hijos.
Una oportunidad para revivir esa guerra es la beatificación del padre Pro. La Iglesia mexicana ha organizado en la basílica de Guadalupe -El Álamo del catolicismo mexicano- un acto paralelo al que se celebrará en Roma. La organización Pro-Vida ha convocado una manifestación en defensa de las ideas de Pro Juárez y de las reclamaciones históricas de la Iglesia.
El portavoz del episcopado, Jenaro Alamilla, asegura que "la Iglesia quiere reivindicar algunas cosas que el Estado le quitó en tiempos de Calles, como es el hecho de no tener más que en custodia algunos bienes". Alamilla advierte que el caso de Pro -el primer mexicano elevado a los altares en este siglo- no es más que el inicio de una ofensiva para lograr la beatificación de más de 50 sacerdotes supuestamente víctimas de la persecución religiosa por los Gobiernos revolucionarios. Los obispos más radicales han desenterrado sus hachas de guerra y anuncian un empeoramiento de las relaciones con el Estado si éste, que está atravesando por el peor momento de su existencia, no cede ante las exigencias del clero.
El investigador Ángel Limón, que actualmente realiza un estudio sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado mexicanos, previene que "si la Iglesia no canaliza positivamente este triunfo suyo pueden reabrirse heridas muy profundas que, indudablemente, tendrían repercusiones". Según este profesor, "no se puede culpar a Calles de una decisión muy difícil que tomó en su momento, ni se puede creer en una total inocencia de Pro". Enrique Krauze, en sus Biografías del poder, afirma que Calles quiso de verdad extirpar la religión de México, pero movido por un puro afán renovador y modernizador.
Hasta ahora, el Estado ha evitado el enfrentamiento abierto con la Iglesia. El año pasado los propios diputados del Partido Revolucionario Institucional (PRI) se volvieron atrás en su decisión de grabar con letras de oro el nombre de Calles, fundador del partido. En relación con la beatificación de Pro, lo máximo que llegó a hacer el Gobierno fue solicitar la postergación del acto, inicialmente previsto para septiembre del año pasado, con el fin de evitar que coincidiese con la campaña política para las elecciones del 6 de julio pasado.
El retraso ha sido, en todo caso, inútil para el Gobierno, porque México sigue viviendo hoy en plena ebullición política, y el padre Pro, 61 años después de su muerte, vuelve a ser una figura de actualidad. Carteles con su rostro han sido pegados en los muros de la ciudad y son enarbolados por los militantes del derechista Partido de Acción Nacional (PAN). Es como si desde las tumbas surgiesen las sombras que amenazan el imperio del PRI: Cárdenas, por la izquierda, y ahora Pro, por la derecha.
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