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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ni sombras ni luces

De este filme puede decirse lo que un egregio escritor español, cuyo nombre guardo, dijo a la esposa de un político, por desgracia nuestro: "Lamento, señora, que se haya casado usted con un hombre tan innecesario". En efecto, ¿cómo ha podido desperdiciarse en un desarrollo tan trivial una idea matriz -lo más difícil de encontrar en cine- de tanta sagacidad: penetrar con una cámara en las abarrotadas oquedades de Las meninas?Desde hace tres siglos sobrevuela las lagunas de la imaginación este enigma: ¿qué metáfora se agazapa detrás de Las meninas? Más que el lienzo dice, ¿qué calla? ¿Cómo es posible penetrar con su luz en el mundo de las sombras? Si sus evidencias son tan rotundas que se salen del cuadro como un puñetazo a los ojos, ¿qué impide a la mirada penetrar en esas evidencias, que así se vuelven misterios?

Luces y sombras

Dirección: Jaime Camino. Guión: J. Sanchís Sinisterra y Camino. Fotografía: J. M. Civit. Música: X. Montsalvatge. Decoración: E. Arranz. España, 1988. Intérpretes: JackSheperd, J. L. Gómez, Ángela Molina, Fermí Reixach, I. Aierra, Victoria Peña. Cines Gran Vía, Minicine y Aluche.

Preguntas mayores: flotan entre los enigmáticos repliegues del conocimiento humano y el cine podría haber buceado en ellos en busca de alguno de sus oscuros fondos. Pero Camino que, con la idea matriz de Luces y sombras, ha tenido en las manos esa oportunidad, ni siquiera ha sabido enunciar la superficie de dichos repliegues. El resultado de su conversación en filme de esa idea matriz a nada contesta, nada desvela. Nada crea, por consiguiente, su innecesaria película.

Luces y sombras tiene estructura aparatosa, pues consta de al menos seis estratos argumentales y visuales: el cuadro visto desde fuera, su interior visto por el niño que penetra en él, ese niño evocado por sí mismo adulto, los personajes históricos de Velázquez recreados por ese adulto contemporáneo como personajes de una película, el rodaje de la película y, finalmente, la vida privada del cineasta.

Sin conexión

Entre estos estratos superpuestos en Luces y sombras no hay rastro de interconexión orgánica, de organización recíproca en forma de relato, de composición o de metáfora visual. Simplemente, se suceden e interfieren unos a otros, guiados por tan evidente arbitrariedad, que jamás alcanzan a manifestarse como complementarios, como partes necesarias de un todo igualmente necesario. Son cual son, pero podrían ser de otra manera o simplemente ser otros, sin que la identidad del guiso cambiara por ello de sabor.Las zonas de tiempo imaginado o recordado no son derivaciones necesarias del tiempo real, no emanan fatalmente de él: están allí porque los guionistas así lo quieren, no porque lo exija la lógica del relato, de la composición o de la metáfora, que de esta manera no alcanzan condición de relato, composición o metáfora, sino solo de muñones infructuosos de ser lo que buscan, y no alcanzan, ser. No hay, por tanto, en Luces y sombras, guión propiamente dicho, sino un estado previo, meramente intencional de guión. Y esto es mortal parla cualquier película.

Por ello, en un filme sobre un monumento de armonía reina el desconcierto; en un filme sobre el conocimiento reina la confusión; en un filme sobre la pluridimensionalidad de una imagen reina las linealidad; en un filme sobre un misterio reina la obviedad; en un filme sobre una metáfora reina el prosaísmo; en un filme que quiere penetrar en los movimientos secretos que gobiernan las relaciones entre lo real y lo imaginario no hay deslizamiento imaginario alguno, ni traslación real alguna: hay sólo estampitas estáticas, cromos inmóviles.

Los únicos instantes en que Luces y sombras arroja luz sobre las sombras eternas que malmaneja y desperdicia son aquellos en que hay en la pantalla un destello dramático documental, como son el intenso y lúgubre monólogo de un gran actor, Fermí Reixach -que interpreta a Felipe IV-, o el diálogo entre otro gran actor, José Luis Gómez -que encarna a Velázquez- y un bufón, en el gabinete del pintor, mientras éste hace sus cuentas y de ellas deducimos la situación de servidumbre en que aquel hombre genial había de desplegar su genio.

Jaime Camino, buen prosista de películas de ficción documental, como Dragón Rapide y otras que demuestran su solvencia, se ha metido a poeta, ha invadido un territorio ajeno. Es como si a Pujol le diera por ser Espriu, o a El Buitre, por ser Arconada. No hay manera de entender por qué se ha metido en el berenjenal de esta película innecesaria.

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