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36º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Poca fortuna para 'Malaventura', de Gutiérrez Aragón

OCTAVI MARTIENVIADO ESPECIAL Si los certámenes cinematográficos figuran entre los acontecimientos con mayor poder de convocatoria informativa, este año Cannes y San Sebastián tienen una competencia muy dura. El festival francés coincidió con las elecciones que determinaron un cambio de Gobierno; el español lo hará con los Juegos Olímpicos de Seúl. A pesar de ello y del aguacero que acompañó los actos de la gala de inauguración, la expectación es grande y las películas y los asistentes la alimentan a satisfacción de todos. Simone Simon, la musa de Jean Renoir, Max Ophuis o Jacques Tournier, estuvo en el escenario del teatro Victoria Eugenia para recordar a este último cineasta y presentar la retrospectiva que le dedica el festival.

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Robert Duvall y Willem Dafoe, actores de Colors y La última tentación de Cristo, respectivamente y para referirnos tan sólo a sus últimos trabajos, fueron las estrellas extranjeras invitadas a esta sesión inaugural en la que siempre las autoridades políticas se llevan una exagerada cuota de protagonismo. Las dos primeras películas de la sección oficial han sido Casada con todos, del estadounidense Jonathan Demme, y Malaventura, de Manuel Gutiérrez Aragón, ésta fuera de concurso.Comedia negra

La americana es una comedia negra sobre una mujer que quiere escapar del ambiente mafioso al que estaba condenada a vivir por razones matrimoniales. Al filme le cuesta un poco hallar su tono, que es decididamente enloquecido, porque duda entre crear personajes o entregarse a un estricto juego de gags. Luego, cuando la primera opción toma cuerpo, la película gana enteros, Michele Pfeiffer y Dean Stockwell se apoderan de ella y el conjunto resulta muy divertido.

Demme, que es un cineasta de estilo muy peculiar, que reivindica una planificación en la que nunca intervienen los teleobjetivos o focales semejantes, que monta la música con una libertad extrema y posee una imaginación visual tan poderosa como su sentido para el detalle, logra que parezca nuevo algo que hemos visto mil veces.

A título de curiosidad, vale la pena hacer hincapié en los títulos de crédito finales, montados sobre secuencias finalmente no montadas, con profusión ole nuevos decorados o personajes, algo que suministra una información complementaria sobre la historia y también sobre los métodos de trabajo del director.Malaventura fue escogida con gran frialdad por la prensa especializada, que en ningún momento pareció sintonizar con la película de Manuel Gutiérrez Aragón. Los festivales son a menudo muy peligrosos para, las películas porque la exigencia del publico, la rapidez con que se toman los juicios y el volumen de la oferta hacen que cintas que en condiciones normales serían comentadas con cierto detenimiento desaparezcan de la memoria del festivalero a gran velocidad. Malaventura, que narra las desafortunadas andanzas de un Miguel Molina poseído por la melancolía, es una cinta fallida en la que hay una voluntad de riesgo muy considerable, unas ganas de dejarse llevar por el propio relato que acaban yendo contra la película.

El sentido del humor, siempre presente en la filmografía de Manuel Gutiérrez Aragón, en esta ocasión no logra traducirse a través de la figura de Richard Lintern, un actor inglés que encarna a un personaje desquiciado, poseído por pulsiones criminales o necrófilas. Lintern es un actor de escuela interpretativa muy distinta a la del resto del reparto, y esa diferencia va en detrimento del ritmo y el tono de Malaventura, que no logra encajarlo en el clima sevillano. Con uno de los vértices del triángulo formado entre él, Molina e Iciar Bollaín, la figura geométrica que debiera trazar el protagonista entre un primer plano idéntico al último queda rota irremisiblemente, y el atractivo de algunas de las imágenes -la vertiente documental sobre la noche sevillana posee cierta magia- no puede salvar el conjunto.

En cualquier caso, Malaventura es una película que merece algo más que unas líneas apresuradas o un abucheo.

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