Crónica y carta de mi viaje a Roma
Yo no había cumplido ninguna vez con la visita ad limina que los obispos hemos de hacer, yendo a Roma, cada cinco años. Llevo ya 17 años de obispo. Y recibí de la Congregación de los Obispos dos cartas agrias que me cobraban esa visita y me retraían -nueve años después- supuestas cuentas pendientes de la visita apostólica que habíamos recibido, en la prelatura, a consecuencia de las acusaciones de un obispo ultraconservador. Decidí apelar al Papa -de obispo de Sáo Félix para el obispo de Roma- y le escribí, el 22 de febrero de 1986, una larga carta de desahogos eclesiales. "Si usted lo cree oportuno", le decía en ella, "puede hacerme indicar una fecha apropiada para que vaya a visitarle personalmente".El día 16 fui recibido por monseñor Re, secretario de la Congregación de los Obispos y que había estado en la nunciatura de Panamá. Me recordó que el sábado, en la entrevista conjunta con los cardenales Gantin y Ratzinger, debería ir yo vestido con hábito adecuado. (Que iba a ser sotana y faja claretianas, cedidas muy gentilmente por el veterano padre Garde).
El cardenal Gantin, prefecto de la Congregación, me anticipaba: "Será un encuentro de plena sinceridad, con plena libertad, en plena fraternidad".
Sentí luego que sería sometido a un examen de reválida eclesiástica: de disciplina, por parte de la Congregación de los Obispos; de teología, por parte de la Congregación de la Doctrina de la Fe.
Fue el sábado 18. Durante hora y media. Con el cardenal Gantín, su secretario Re y un subsecretario; con el cardenal Ratzinger y su secretario, monseñor Bovone, y monseñor Américo, portugués, de la Secretaría de Estado: los monseñores lo anotaban todo y traían fotocopias de textos míos.
Primera pregunta de Ratzinger: "¿Acepta usted los documentos de la Santa Sede sobre la teología de la liberación?".
Mi respuesta. Los dos, complexivamente, y junto con la carta que el Papa nos dirigió a los obispos de Brasil, en la que afirma que la teología de la liberación "no solamente es oportuna, sino útil y necesaria", complexivamente los tres textos y en sustancia, los acepto. Discrepo en algunos aspectos de teología y de sociología, en algunas afirmaciones que el primer documento hace sobre nuestros teólogos. Se trata de instrucciones, además. El mismo Papa exigió que a la primera, tan negativa, se le añadiesen los cinco títulos introductorios, recordé yo. Más aún, el Papa declinó la paternidad sobre esa instrucción, diciendo: "Del cardenal Ratzinger". "Bromas que se hacen", replicó el cardenal.
Segunda pregunta. "Usted ha escrito que hay que entender la opción por los pobres clasistamente. Nosotros preferimos hablar de amor preferencial por los pobres. Clasistamente es una palabra cargada de sentido que no se puede eludir".
Mi respuesta. Efectivamente, la palabra está cargada de sentido y de sentido válido, a mi parecer. Si no se quiere hablar de lucha de clases, se hable de "conflicto de clases", como lo hacen las instrucciones. Pero el conflicto está ahí. Nosotros, en América Latina, queremos evitar que se piense en los pobres como espontáneamente pobres, aislados, fuera de una estructura que los explota y marginaliza; por eso hablamos de los "empobrecidos". El mismo Papa ha dicho varias veces, en América Latina precisamente, que "los ricos son cada vez más ricos a costa de los pobres cada vez más pobres". Ese "a costa de" es estructural y, si me permite una palabra escandalosa, dialéctico.
El pecado social
Tercera pregunta. "Usted, ustedes, hablan de pecado social. ¿Y el pecado personal".
Mi respuesta. Tengo la práctica de recordar siempre simultáneamente las dos vertientes del pecado. En la Romería de los Mártires, en Ribeiráo Bonito, quemamos en la hoguera penitencial tanto los pecados personales como los sociales, enumerados explícitamente unos y otros. El Nuevo Testamento denuncia "el pecado del mundo". Algo habría de estructura social en ese pecado: la sinagoga, el imperio, la esclavitud... Pecan las personas, pero dentro de unas estructuras que ellas hacen pecaminosas y que en cierta medida, hacen a esas personas.
El cardenal Gantin toca, serio, el problema de mis visitas a Nicaragua. "¡Esto ya es un fatto", subraya, "un fatto! Dejar la propia diócesis para ir a otro país, interferir en otro episcopado...".
Yo intento explicarme. Pero a lo largo de esos encuentros romanos vi que Nicaragua es lo que menos se puede explicar allí.
Nos levantamos. Pedí que rezáramos juntos. Para que fuéramos siempre fieles al Reino, para ayudar a la Iglesia a ser siempre más evangélica. "A revolucionarla, ¿no?", apostilla Ratzinger, sonriendo. "Pues sí, a revolucionarla evangélicamente", añado.
La audiencia particular con Juan Pablo Il fue el día 21. Y duró unos 15 minutos. Después de pasar unos ocho guardias, presentar cuatro veces el biglietto della Prefettura della Casa Pontificia y cruzar patios, corredores y salones.
El Papa, con un gesto, me invitó a hablar, sentados los dos en torno a una mesa.
He tenido la entrevista con los cardenales Gantin y Ratzinger y ellos me han hecho una se rie de advertencias. Usted ya leyó la carta que le envié, con mis preocupaciones y explicándole por qué no había hecho la visita ad limina.
El Papa asiente.
-Estoy aquí para lo que crea oportuno comunicarme -añado.
Él quiere que hablemos en portugués. Y lo habla con soltura, políglota de verdad.
Pondera la importancia de la unidad en la Iglesia; de la comunión y además la comunicación, no sólo con el Papa sino también con sus colaboradores. Yo asiento.
Le explico cómo la realidad diferente de nuestras latitudes y las situaciones que nos toca vivir nos obligan a adoptar posicione quizá no comprendidas por otros en la Iglesia. Él lo reconoce y afirma, varias veces, que "la Iglesia debe asumir la problemática social". "Son problemas de los hombres", explicita. "Muchos", le digo yo, "dentro y fuera de la Iglesia le agradecemos su encíclica Sollicitudo rei socialis, que nos parece muy precisa y lúcida". Él, satisfecho, completa:
-Hasta la llaman la Carta del Tercer Mundo.
Sufrimiento e injusticia
Manifiesta que sabe de nuestros sufrimientos y repite, varias veces, que conoce la mucha injusticia que se da en Brasil.
-Nos pareció muy oportuno -le digo- que usted le recordara al presidente Sarney que sin reforma agraria no habrá democracia. Infelizmente, la Asamblea Nacional Constituyente ya nos ha prohibido la reforma agraria en el texto votado de la nueva Constitución.
Había sobre la mesa un informe con mi nombre en la portada. Y un mapa de nuestra región. El Papa se inclina sobre él. Hablamos de la prelatura, de la situación del pueblo, del equipo pastoral. Me pregunta si los laicos saben leer. Le explico los varios tipos de laicos que trabajan en el equipo y en las comunidades. Y le sugiero:
-Usted piensa volver a Brasil, posiblemente el año próximo, ¿no es verdad?
-Quiero, sí. Espero que el Señor me lo conceda.
-Seríabueno que visitara estas regiones del interior; el santuario de Trindade, por ejemplo, cerca de Goiânia, sería un lugar muy oportuno; es un santuario muy popular, muy frecuentado.
-Trindade, Trindade... -repite él, como para grabar el nombre.
Se sienta; después, abre los brazos y, entre amonestador y bromista, me suelta:
-¡Para que vea que no soy ninguna fiera ... !
Casi me espanto, primero; después, la cosa me hizo mucha gracia.
-Nunca lo he pensado -sonreí.
(Pero sí estaba sintiendo, aquellos días más de cerca, cómo en aquel Vaticano hay mucho de jaula, quizá dorada. Delante de la estatua de bronce de san Pedro recordé, cómo no, los versos de Alberti, las ganas de Pedro de verse, libremente, pescador ... )
Pido a Juan Pablo II su bendición para la prelatura toda y vamos enumerando grupos de personas. Le pido que bendiga a los perseguidos.
-Sobre todo, los perseguidos -repite.
El lunes día 27, por la mañana tuve otro encuentro con el cardenal Gantin y su secretario, monseñor Re. El cardenal se mostraba tenso.
-Estuvo usted con el Papa, ¿no?
_ Sí, unos 15 minutos.
-¡Inútiles!
Ante mi expresión de asombro, él me reprocha duramente que se haya publicado mi carta al Papa. Todo el mundo verá sus discrepancias con el Sumo Pontífice, añade él; e insinúan, el cardenal y el secretario, que en esa carta hay falta de respeto.
-La carta -replico yo- me parece muy respetuosa y muy eclesial. La pensé, la recé, la consulté. Expresa, eso sí, preocupaciones y hasta discrepancias que muchísimos católicos sentimos y que tenemos el derecho de sentir y de expresar.
-El señor cardenal Ratzinger le escribirá -concluye.
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