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El caos en Rangún obliga a la evacuación de embajadas

El presidente birmano, Maung Maung, rechazó ayer el ultimátum lanzado por la oposición para que abandone el poder y ha ordenado refuerzos militares en las calles. Diplomáticos occidentales en Rangún se refieren a "una confrontación inevitable", mientras la Embajada de EE UU y algunas otras occidentales han iniciado la evacuación de parte de su personal. El partido único (BSPP) tiene previsto discutir hoy la celebración o no de un referéndum sobre el cambio político, mientras la oposición pidió anoche a toda la población que inicie una huelga general indefinida. Hay pillaje en almacenes de arroz y la anarquía reina en la capital, Rangún, pese a la vigilancia de comités ciudadanos. La oposición culpa a agentes provocadores gubernamentales de tales desmanes.

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El tradicional lema de los funcionarios públicos birmanos, "Maloke, mashoke, mapkoye" ("No trabajar, no meterse en líos y que no te despidan"), se ha olvidado y ahoran engrosan las filas de la rebelión. La Administración de este país de casi 37 millones de habitantes está en manos de los comités populares, integrado por monjes budistas y estudiantes. Proliferan los periódicos sin censura, sufragados con dinero privado. Las multitudes obedecen las consignas de huelga y manifestaciones. El Estado totalitario del BSPP no existe, su fin comenzó "cuando Ne Win dimitió el pasado mes de julio", dice un experto en temas asiáticos.Tradicionalmente, el budismo birmano ha sido el depositario del nacionalismo -algo similar a lo que la historia ha deparado al catolicismo polaco- y por ello prestó su apoyo "a la vía birmana de desarrollo" que propuso en 1962 Ne Win y que se demostró una falacia.

En las pagodas de Rangún y Mandalay, entre las túnicas azafrán de los monjes, los estudiantes de los dos únicos centros universitarios del país iniciaron su revuelta contra la corrupción administrativa, la represión y, de manera especial, por el desorbitado precio del alimento básico el arroz, en un país que antaño era su principal exportador.

Cuando Ne Win dimitió ante la presión callejera era demasiado tarde. Su sucesor, el ex ministro del Interior Sein Lwin, garantizaba un derramamiento de sangre. Luego, la llegada de un civil, el encargado de Justicia y antiguo general Maung Maung, no ha servido para apaciguar ni a los impacientes ni a aquellos que dicen que el fin del régimen es un hecho y es absurdo prolongar sus instituciones. Hoy, la oposición y el Ejército tienen la palabra.

Cuando el general Tin Oo fue acusado de alta traición y condenado a siete años de presidio en 1976, era el personaje en el que se tenía confianza para que abriera las fronteras al mundo exterior y acabase con las camarillas que impedían todo desarrollo. Ahora emerge como una figura, tal vez la más importante, en el frente opositor agrupado en torno a la Liga para la Paz y la Democracia. Hasta el momento es él, casi siempre acompañado por Aung San Kuu Kyi, la hija del héroe de la independencia Aung San, el que arenga a los manifestantes. A esta última alguien quiere compararla con Cory Aquino, más por afinidad de circunstancias históricas que por su peso político. U Nu, el depuesto primer ministro, aporta a la Liga su experiencia de gobernante y correligionarios del Partido Democrático Parlamentario. A los tres se suma el carisma del ex general Aung Gyi, uno de los primeros en señalar el despotismo del régimen.

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La actitud del Ejército está aún por desvelar. Sin embargo, las noticias sobre tomas de posición a favor de la opción democrática de tal o cual guarnición se suceden. El pasado martes se supo que gran parte de los oficiales de dos unidades importantes -la 77 División de Infantería Ligera y las tropas de asalto del 502 Grupo de Fuerza Aérea- se han manifestado a favor del cambio. Se dice que el comentario de todos ellos es que "Aung San fundó el Ejército regular birmano para apoyar al pueblo, no a un partido único". Los jóvenes oficiales no se han beneficiado de la corruptela bajo Ne Win; además, los birmanos han demostrado que la represión a tiros no les detiene, e incluso gran parte de los históricos supervivientes de los 30 camaradas se han declarado partidarios del cambio.

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