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Carta a un gobernante español

Gobernante ¿de qué? De lo que sea. De la cultura, de la educación, de los transportes, de las relaciones internacionales, de la justicia, del ejército; de lo que sea. Porque el asunto de que voy a hablar afecta a todos los españoles. Porque atañe no a tal o cual interés particular o de grupo, sino a la dignidad y el prestigio de esta vieja, incómoda y querida colectividad humana que llamamos España. Se trata, lo diré sin demora, para que no se me atribuya el propósito de fare spettazione, de la pronta publicación del Diccionario histórico de la Lengua Española, lenta, lentísima empresa de la Real Academia Española.Acabo de decir que tal empresa atañe al prestigio y la dignidad de España. Y lo he dicho no a humo de pajas o por el gusto de emplear fórmulas grandilocuentes, sino porque todos los países culturalmente importantes la han acometido en relación con sus respectivas lenguas.

El género "diccionario histórico" -un inventarlo de los principales textos en que aparece la historia de cada una de las acepciones de una palabra- nació cuando los hermanos Grimm, en 1838, iniciaron la redacción de su Deutscher Wörterbuch, el cual, a través de múltiples guerras y regímenes políticos, no llegó a su término hasta 1961. No menos de 123 años ha durado su elaboración. Menos lenta, aunque no rápida, ha sido la del Oxford English Dictionary, válido para todo el ámbito de la lengua inglesa: comenzó en 1857 y terminó en 1928; casi tres cuartos de siglo ha durado el trabajo, regido, como es obvio, por una larga serie de directores. Para obviar en alguna medida esta rémora, la publicación del Trésor de la Langue Française, obra del Centre National de la Recherche Scientifique, se ha hecho dividiendo en etapas la historia del idioma francés. Hasta hoy han aparecido 11 volúmenes, correspondientes al período histórico del francés moderno (desde, 1789 hasta nuestros días), y está prevista la terminación de: esta primera etapa en 1990. La generosa ayuda del Estado francés -en el Trésor trabajan en torno a 100 personas- ha permitido que esa primera etapa del trabajo dure poco más de 20 años. Baste con lo dicho. Añadiré tan sólo que, aparte los tres mencionados, están redactados o en curso de redacción diccionarios históricos de las lenguas italiana, catalana, sueca, neerlandesa, escocesa antigua, rumana, vascuence, hebrea y gallega.

¿Y de la española, qué? En 1960, el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española, fundado por decreto en 1946 y continuador de una tarea iniciada en 1933 y truncada por la guerra civil, publicó el primer fascículo del Diccionario histórico de la Lengua Española. Sólo en 1972 pudo completarse el tomo I, de unas 1.500 páginas, y actualmente van preparadas como tres cuartas partes del tomo II. Pero... todavía no se ha acabado con la letra a. ¿Por qué? Porque la subvención que para el Seminario de Lexicografía recibe del Estado la Real Academia Española es tan exigua que, no obstante dedicar al empeño media jornada y de trabajar con ahínco, el equipo redactor no puede hacer más: Muchos conocen este dato: si la ayuda estatal no aumenta de modo sustancial, lo que permitiría dar término a la empresa en pocas décadas -el correspondiente proyecto técnico para que eso sea posible ha sido elevado al Gobierno-, el ritmo actual del trabajo no permitirá que el Diccionario histórico de la Lengua Española vea enteramente la luz antes de... 300 años. Por lo cual, si esta situación se prolonga, y para no ser el hazmerreír de propios y extraños, la Real Academia Española se vería obligada a -como suele decirse- "tirar la esponja". Mas no sólo ella sería el hazmerreír de propios y extraños; también, así me lo parece, un país que se jacta de haber llevado nuestro idioma a casi 300 millones de hablantes y que se dispone a gastar una buena parte de su hijuela en fiestas para celebrarlo.

Al prestigio y a la dignidad de España importan mucho, por supuesto, el buen estado de las carreteras, el buen servicio telefónico, la fabricación de aviones y la investigación científica en las tecnologías punta. Soy el primero en proclamarlo. Pero también, y no menos, debe importar, a mi juicio, que, con la pronta publicación de un Diccionario histórico de la Lengua Española, nuestro país esté en la línea de aquellos a cuyo lado pretende estar.

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