Otro otoño literario francés con color español
Eduardo Mendoza y Manuel Vázquez Montalbán, los autores más conocidos
El otoño literario francés volverá a tener este año color español. Los editores franceses presentan ahora la cosecha sembrada durante la pasada temporada, cuando la moda española impuso, por primera vez en la historia, una notable presencia de traducciones de jóvenes escritores, mientras el nuevo rumbo de las relaciones culturales entre los dos Gobiernos se expresaba en la celebración de numerosas manifestaciones, exposiciones y conferencias en París.
Los escritores y sus editores, entre copa y copa, entre debate y charleta, firmaron contratos que ahora han dado sus resultados: entre las 151 traducciones de novelas extranjeras que se presentan este otoño se hallan los nombres de Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán, Javier Tomeo, Javier Marías, Julio Llamazares, Alejandro Gándara, Jesús Ferrero, Gonzalo Torrente Ballester y Miguel Delibes.Los españoles, mezclados y apenas diferenciados de los latinoamericanos (Juan José Saer, Horacio Quiroga, Juan Carlos Onetti, Manuel Scorza, Eduardo Galeano, José Emilio Pacheco) o de los catalanes (Sergi Pàmies), sin entrar a distinguir entre vivos y muertos, noveles y clásicos (Vicente Huidobro, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Joanot Martorell y Miquel Llor), tienen un peso considerable en esta segunda temporada de presencia normalizada de las literaturas hispánicas en la edición francesa.
Y dentro del magma hispánico, dos son los escritores que llaman la atención, ambos barceloneses: Eduardo Mendoza, con su Ciudad de los prodigios, y Manuel Vázquez Montalbán con El pianista y La rosa de Alejandría. No es ajeno a todo ello el prestigio creciente de la capital catalana en Francia, especialmente subrayado con ocasión de la novela de Mendoza.
Pero en ambos casos influyen las ventas excelentes producidas con las traducciones de sus libros anteriores. En el caso de Manolo Vázquez, convertido en Montalbán a secas, puede leérsele en francés en la prestigiosa y popular colección de libros de bolsillo 10-18, que dirige Christian Bourgois.
Antoine de Caudemar, periodista del diario Libération, asegura sin titubeos que es la hora de los españoles. Pero Bernard Franck, columnista en Le Monde, señála que el favor de los lectores está con los extranjeros. "Nuestros jóvenes escritores parece que no tienen ya ambición", asegura. "No siempre es malo lo que escriben, pero van a favor de la corriente: del público, de una cierta crítica y, digámoslo, de una ideología de la que tienen tanta menos consciencia cuanto más impregna el aire de sus vacaciones, de sus salas de redacción".
Garantía de calidad
Marie-Thérese Boulay, directora de tres librerías parisienses, ha dado una razón de peso para explicar el éxito de los escritores extranjeros: "Al margen de otros criterios, un libro traducido representa una garantía de calidad. Ha sido traducido "porque es un buen libro". Sea cierto o falso, el argumento halla su eco en las ventas. Así, Michel Deguy, poeta y lector despedido del prestigioso y mitificado comité de lectura de Gallimard, denuncia en su libro Le comité la implantación de un nuevo clisé y prejuicio en la edición francesa, gracias precisamente a la acción de los periodistas: "La novela, y extranjera, es lo más interesante". Y aún añade amarga e irónicamente: "La novela extranjera es la novela auténtica".La realidad es que cada otoño ofrece un número estable de novelas francesas -209 este año, 202 el pasado-, mientras las traducciones crecen a ritmo vertiginoso: 151 este año, 102 el pasado, pero 70 sólo en 1982. Para un país acostumbrado a una feliz y gloriosa autarquía literaria, las cifras empiezan a ser dramáticas.
Si a ello se añade la decreciente valoración que hace el público de los productos autóctonos, el desprestigio de los grandes premios literarios -que producen más dinero y fama local que gloria y prestigio internacionales- y el descentramiento de la literatura francesa hacia el exterior (ilustrado por el enorme éxito de ventas del marroquí Tahar Ben Jelloun o de la turca Kenizé Mourad, con libros escritos en francés), se entiende el desasosiego que vive parte del medio literario.
¿Acaso Stendhal, Flaubert, Balzac y Zola se han quedado sin herederos? Bernard Frank así lo cree y extrema su causticidad sobre los novelistas franceses hasta escribir frases como las que siguen: "Esta literatura es admirablemente francesa, porque no puede venderse en otras partes. Los últimos lepenistas aparecerán en las letras. Dentro de unos años veremos a centenares de nuestros novelistas desfilando desde la Concorde hasta el arco de Triunfo vociferando: '¡Queremos que las librerías sigan siendo francesas! ¡Muerte a los traductores y a las traducciones! ¡Quememos estas novelas extranjeras que nos hacen tanto daño!".
Babelia
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