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Breve imágen de Damaso Alonso

Rafael Alberti, miembro de la Generación del 27, siente por Dámaso Alonso, el otro miembro, el mismo afecto invariable que nació el día en que Alonso fue a llevarle su primer poemario, Poemas puros. Poemillas de la ciudad, mucho antes de la guerra, cuando los poetas hacían aún visitas. Alberti rememora los torneos de buena memoria en que ambos se enfrentaban en paseos por el Retiro, o su encuentro en Buenos Aires con León Felipe, que quiso hacer con ellos dos una troupe de declamadores.

Por aquel tiempo -1922- yo estaba en reposo curándome de algo que en lenguaje técnico es llamado "adenopatía hiliar con infiltración en el lóbulo superior del pulmón derecho", y salía poquísimo de mi casa, incluso de mi cuarto de dormir. Y allí un día se me presentó un joven escritor, Dámaso Alonso, acompañado de otro, valenciano, Juan Chabás; los dos acababan de publicar un libro de poesía y venían a ofrecérmelo. El de Dámaso se titulaba Poemas puros. Poemillas de la ciudad. El de Chabás, Ondas. Fue el primer contacto con Dámaso, quien luego llegaría a ser uno de los poetas más distinguidos de la generación del 27. Yo acababa de hacer mi primera y última exposición como pintor en una sala del Ateneo de Madrid.Intimé en seguida con Dámaso, quien me dijo que estaba triste, pues había cumplido 22 años y se consideraba ya un viejo. Nos hicimos pronto grandes amigos, y algo más tarde, cuando nos cogió nuestro entusiasmo por Góngora, nuestra amistad llegó al límite y, sobre todo, al prosificar él las Soledades del cordobés, para demostrar así que era un poema absolutamente claro, como también lo era la Fábula de Polifemo y Galatea. Echábamos continuos desafíos para demostrar cuál de los dos tenía más memoria. Me acuerdo ahora de aquella maravillosa estrofa que comenzaba: "Quejándose venían sobre el guante los raudos torbellinos de Noruega". Extraordinarios versos que nosotros en nuestros duelos poéticos decíamos bajo los árboles del Retiro y la Moncloa.

Centenario de Góngora

Luego del inolvidable viaje a Sevilla para celebrar el centenario de don Luis de Góngora, nos vimos con más dificultad, pues Dámaso -un sabio desde que nació- andaba siempre rodando por las universidades de Europa o Estados Unidos. Le vi después algo en la guerra, sobre todo en Valencia, donde escribía en la recién fundada Hora de España, o en la revista Madrid, que publicaban los intelectuales, sobre todo aquellos evacuados de nuestra gloriosa ciudad.Acabada la guerra, Dámaso no pudo o no quiso salir de España. Yo sé bien que durante un tiempo lo pasé muy mal, pero luego, después de haber muerto don Ramón Menéndez Pidal y ser presidente de la Real Academia de la Lengua José María Pemán, éste logró que ocupara su cargo por mucho tiempo, hasta ser sustituido por Pedro Laín Entralgo.

Cuando volví a España en 1977, Dámaso me ofreció un puesto en la Academia, creo que el sillón que dejaba Díez Alegría. Yo se lo agradecí infinito, recordándole, más bien como una broma, aquel pis con que escribimos nuestros nombres en los muros de la docta casa, por oponerse ella a celebrar el centenario de Góngora.

Durante mi largo destierro en la Argentina, le vi ya asistiendo a alguna de sus perfectas conferencias. Recuerdo, sobre todo, una sobre Garcilaso de la Vega. Dámaso, que siempre fue muy bromista, un poeta Reno de gracia, de excelente humor, allí en Buenos Aires lo fue aún más, pues se encontró con León Felipe, aquel poeta profético, Reno también de una inmensa gracia, que le propuso a Dámaso no regresase a España y que unidos a él, el propio León y yo, formásemos un equipo con la gran escritora aristocrática argentina Victoria Ocampo, y recorriésemos toda la América Latina dando recitales. ¡Extraordinario, León Felipe! Y ya no volví a ver más a Dámaso hasta mi vuelta a España.

Recuerdo que antes, con motivo de un cumpleaños suyo, le envié este poema que sé le gustó mucho:

"Dámaso: verte quisiera

como hace tiempo te vi.

Como hace tiempo yo era,

tú, verme a mí.

¡Ay, que entonces era del

año la estación florida!

Tu vida andaba y mi vida

dentro del vergel.

Y era en campo de alba pluma

nuestro joven batallar

por la hija de la espuma,

lejos de la mar.

¡A los remos, remadores!

¿Qué pasó, qué no pasó?

Aunque la nave de amores

era, se perdió.

Nadar contra la corriente

nunca fue grano de anís.

¿Dónde está ya Gil Vicente,

dónde, D. Luis?

Dámaso: verme quisieras,

como hace tiempo, tú a mí.

Como hace tiempo tú eras,

yo, verte a tí'.

Después de mi regreso a Madrid le vi algunas veces, le escuché una buenísima e irónica conferencia sobre Juan Ramón Jiménez, intervine con él en un acto dedicado a García Lorca, y otra vez a Pedro Salinas.

Hoy, Dámaso, quiero que sepas que te conservo siempre la misma admiración y cariño que nacieron aquel día en que me trajiste a mi casa tu primer libro de poesía: Poemas puros. Poemillas de la ciudad.

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