Un gran pianista soviético
El pianista soviético Lev Vlasenco dicta estos días, en unión del español Joaquín Soriano, el curso de interpretación que organizan el Concurso Paloma O'Shea : la Universidad Menéndez Pelayo, en el que Y participan 30 jóvenes intérpretes procedentes de 12 países y seleccionados entre más de un centenar de aspirantes.
Como es habitual, los dos profesores, además de sus apretadas jornadas didácticas, han ofrecido recitales abiertos al público del festival internacional. Soriano, en una de las mejores actuaciones que le hayamos escuchado, dejó en el recuerdo de todos una emocionante versión de los Cantos mágicos, de Federico Mompou, y otra muy seria, bien enfocada y expresiva de la Fantasía bética, de Manuel de Falla. Vlasenco ha hecho un Debussy inolvidable. Sus Imágenes, su Isla alegre, se beneficiaron de un pensamiento plástico y de una riqueza de matizaciones señoras tan importantes como la misma técnica poderosa.El repertorio de ataques es extraordinariamente rico, y en toda la gama de posibilidades logra Vlasenco una extraordinaria belleza de sonido: tenso y muelle a la vez. Antes del inolvidable Debussy, había lucido el pianista su espléndida madurez en otro estilo bien diverso del impresionista, la Sonata número 2 de Boris Arapov, un autor nuevo en el festival que evidencia la calidad de su intención expresiva y moderna a través de una segura escritura pianística.
En las Siete bagatelas opus 33, de Beethoven, Vlasenco puso bien claro cómo cada una de ellas, en su brevedad, sintetiza todo un universo musical. En las diversas obras dadas como propina tuvimos ocasión de escuchar a Vlasenco en otras medidas de su talento interpretativo: Chopin, Hummel o lsaac Albéniz, a través de la poética Córdoba o de la punteada Asturias.
El arte de este pianista es vivo, profundo y de una comunicatividad irresistible; su virtuosismo, que le ha valido tantos premios, está puesto en todo momento al servicio de las más altas ideas musicales.
Tanto el paraninfo de la Menéndez Pelayo, en el que tocó Joaquín Soriano, como el claustro de la catedral, escenario del recital de Vlasenco, estuvieron llenos de un público tan buen discernidor como entusiasta.
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