La paz mediante la fortaleza
El autor de este artículo, vicepresidente de EE UU y candidato republicano a la Casa Blanca, valora la política exterior de Ronald Reagan basada en mantener la presión sobre la URSS para obligar a los soviéticos a llegar a acuerdos.
Quisiera comenzar con tres breves historias, tres episodios de mi experiencia como vicepresidente, que, como las instantáneas que se conservan en un álbum, cuentan una historia más larga, y en este caso la historia de nuestra concepción de la política exterior norteamericana, su gestión y su finalidad.El primero ocurre en Viena, en 1983, último alto de un viaje que me había llevado a las capitales de Yugoslavia, Hungría y Rumanía, países situados al otro lado de lo que expresivamente llamamos telón de acero. En un discurso que pronuncié en el salón de ceremonias de Hofsburg, hablé de la innatural división de Europa, del muro que la escinde como una cicatriz que parte el continente por el corazón, que violenta no sólo a las personas que viven cautivas tras él, sino también toda dignidad humana.
Dije que "no podríamos aceptar ninguna división legal de Europa", que no condescenderíamos con tan profundo mal moral. A los que hablaron de realpolitik, les respondimos que la forma más genuina de realismo político es la que se basa en el compromiso vinculante con los ideales norteamericanos de libertad y democracia, y que el desprecio de tales ideales es despreciar la finalidad de Estados Unidos, despreciar al mismo Estados Unidos. Dije que seguiríamos manteniendo la vinculación de todas las partes con los Acuerdos de Yalta, garantizando las elecciones libres y la autodeterminación de todas las naciones de Europa, tanto del Este como del Oeste. En aquel discurso, también por primera vez, expuse la política norteamericana de diferenciación, una política activa destinada a estimular a los países del bloque oriental a marchar según sones distintos, a comenzar a abrir sus cerradas sociedades y a avanzar hacia la independencia de la línea soviética.
Cuadro dos: más adelante el mismo año, en Krefeld, Alemania Occidental. El coche en el que vamos el canciller Kohl y yo se ve atacado por manifestantes, que apedrean también al autobús en el que van nuestros colaboradores. Los manifestantes protestan por el plan de despliegue de los misiles Pershing (de categoría INF) en Europa. Felizmente, nadie resultó herido y pudimos salir del trance. Pero en aquel momento no podíamos estar tan seguros de que la OTAN fuera a salir igualmente intacta.
En respuesta a la escalada unilateral representada por la introducción de los proyectiles SS-20 en Europa Oriental, los aliados habían convenido en una doble política de negociación respaldada en el despliegue de proyectiles. Pero la URSS tenía también su planteamiento en doble vertiente: atascar las negociaciones ejerciendo a la vez toda la influencia política posible para escindir a la Alianza e impedir que desplegáramos los proyectiles. Parecía que no pasara un solo mes sin una gran manifestación en alguna capital europea contra los misiles norteamericanos. Los Verdes en Alemania, el Partido Laborista en Gran Bretaña, diversos partidos en los Países Bajos y Dinamarca, y otros también en nuestro propio país desarrollaron una presión política tremenda en favor de una congelación que hubiera remachado la ventaja soviética y condenado a la esterilidad a las negociaciones sobre INF.
El plan soviético parecía dar resultado: los europeos percibían el recalentamiento de la atmósfera, cada vez menos seguros de que pudieran resistir la lluvia radiactiva política del despliegue. Tenían que estar convencidos de la fiabilidad de Estados Unidos, que estaba empeñado en el despliegue y decidido a llevarlo a cabo. No podían permitirse el riesgo de que pudiéramos tirar de la alfombra que pisaban, como había hecho la anterior Administración al cancelar la bomba de neutrones. Tal era la misión que me había llevado a Europa.
Repliegue soviético
Cuando volvimos, me dejó un tanto sorprendido el recibir algunos elogios de origen desacostumbrado: un editorial de The Washington Post proclamaba: "George lo consigue". El secretario de Estado, naturalmente, también había contribuido a ello. Lo que hizo que lo consiguiéramos fue en realidad el empeño de la Administración entera. Los aliados, seguros de aquel compromiso, realizaron el despliegue según el calendario previsto. La Unión Soviética abandonaría en un momento dado la táctica de la obstrucción y de la intimidación, y finalmente firmaríamos con ella el primer tratado de la historia para no sólo reducir, sino eliminar por completo una categoría entera de proyectiles nucleares.Cuadro tres: San Salvador, 1983, en la residencia del presidente Magaña, con el ruido de la guerra en la distancia.
Poco tiempo antes, en dos elecciones sucesivas, el pueblo de El Salvador había desafiado las balas comunistas y las amenazas de muerte para concurrir a las urnas en número sin precedentes y para votar abrumadoramente a favor de la democracia, en aquel momento en que ésta atravesaba por un grave trance. El Gobierno comunista sandinista de Nicaragua, con la ayuda de Cuba, estaba engrosando el caudal de ayuda a los comunistas de El Salvador. A medida que se había ido haciendo más intenso el terrorismo de izquierda, la derecha había respondido con la reactivación de los escuadrones de la muerte, y, dado que parecía que en éstos se hallaban implicados algunos militares, el Congreso había amenazado con suspender la ayuda a la frágil democracia nacida poco antes. Sin la ayuda de EE UU, el destino de El Salvador estaba sentenciado: un breve intervalo sangriento de violencia cada vez más intensa desde la izquierda y la derecha, antes de que el vapuleado país cayera preso sin remisión del campo cubano-soviético; en suma, otra Nicaragua en el continente americano.
El objetivo de nuestra Administración era el de explicar en términos inequívocos que tenían que poner su propia casa en orden, que, o cesaba la actuación de los escuadrones de la muerte, o sería la ayuda norteamericana la que cesaría. A ellos tocaba decidir. Con la certeza del compromiso norteamericano, las fuerzas democráticas de El Salvador salieron robustecidas, la derecha violenta fue suprimida en gran medida y el Congreso norteamericano aprobó la ayuda.
Refiero estos tres episodios porque en su repaso aparece un tema constante: la necesidad del empuje, compromiso y resolución norteamericanos. Son tres casos que figuran en los canales de la paz como fruto de la fortaleza, ilustraciones de cómo Estados Unidos ha vuelto espectacularmente a su favor lo que a veces se ha denominado la "correlación de fuerzas", de modo que la libertad, que se hallaba en reflujo en todo el mundo, es hoy una fuerza en ascenso.
No olvidaremos nunca la crisis de confianza creada por la debilidad norteamericana de finales de los años setenta. Una política exterior vacilante, que parecía haber perdido sus resortes morales, nos valió la enemistad de nuestros enemigos y amigos a un tiempo.
Mientras la URSS proseguía su rearme, sobrepasándonos en muchos órdenes importantes, en Estados Unidos se archivaron o dejaron en suspenso planes relativos a sistemas armamentísticos decisivos. Las negociaciones sobre control de armamentos apenas ayudaron a desacelerar la escalada soviética, y había quienes decían que aquello no era más que un reconocimiento del desequilibrio existente.
A medida que flaqueó el compromiso de Estados Unidos en la defensa de la libertad en todo el mundo, la tiranía avanzó. La URSS vio en ello su oportunidad y la aprovechó en Afganistán, Nicaragua, Camboya, Yemen del Sur, Etiopía y Angola. Nuestra respuesta fue ponernos a hablar de una retirada de tropas norteamericanas de Corea del Sur. Parecía como si América estuviera abdicando con plena voluntad de su papel de potencia mundial y de protectora del mundo libre.
Asumimos el cargo en 1981 con el mandato de reconstruir nuestro dispositivo militar. Aceleramos las líneas de producción de importantes armas nuevas, como el bombardero B-1, e hicimos saber que la única posición desde la que negociaríamos habría de ser una posición de fuerza.
Cauto optimismo
Hoy observamos con cauto optimismo los cambios de los que se habla en la Unión Soviética. Cierto es que buena parte se reducen a únicamente a eso, a palabras, pero en una sociedad totalitaria la palabra puede ser revolucionaria. Se ha entornado ligeramente la compuerta de acero, y comienza a pasar el aire fresco de la libertad. ¿Se cerrará nuevamente de golpe, como ya ha ocurrido en otras ocasiones, o se abrirá a una nueva época de esperanzas, una nueva época en la que la paz será previsible en virtud de su única y perdurable razón de existencia, es decir, los intereses mutuos y la interdependencia de las sociedades libres?No podemos saberlo por ahora, pero podemos saber que la promesa que encierran la glasnost o la perestroika no se ha producido en el vacío, sino en el contexto de un pujante fortalecimiento de EE UU. Durante los últimos años setenta, en la bajamar del poderío norteamericano, debió parecer a los gobernantes soviéticos que podían vencer en la competición mundial. Pero sospecho que la ilusión se desvaneció rápidamente cuando EE UU se libró de la enfermiza economía de los setenta para entrar en la economía de crecimiento e iniciativa de los ochenta; cuando reconstruimos nuestro aparato militar e hicimos frente a la agresión y subversión soviéticas en todo el mundo con un nuevo espíritu resuelto, en defensa de los que luchaban por su libertad y de la causa de la libertad humana.
Es este apoyo el que ha permitido a la resistencia afgana obligar a la URSS a retirar su Ejército de Afganistán. Moscú dice que su retirada obedece a un nuevo planteamiento de las disputas regionales.
Tal vez sea así, pero solamente en la medida en que se sostenga un fuerte respaldo a la libertad en todo el mundo. Cuando nuestra iniciativa y nuestro respaldo han sido sólidos -como en Afganistán, en el Golfo y en El Salvador- nuestros aliados se suman a nuestros empeños y sale ganando la causa de la libertad. Cuando no es así -véase Nicaragua-, ocurre lo contrario.
Lo que me importa poner de relieve es que han sido ocho .años de fortaleza por parte de Estados Unidos los que han puesto a la URSS frente a los verdaderos costes de la agresión y frente a la necesidad de reforma. Por eso la cumbre de Moscú pudo constituir tan oportuno colofón de la carrera del presidente, porque el horizonte que ella abría se fundaba en ocho años de resolución moral y de ardua reconstrucción de nuestra fortaleza.
Pero, dicho esto, es preciso recordar que la guerra fría no ha concluido. Tenemos que recordar que el potencial militar de Estados Unidos no se expresa en un mero renglón de nuestro presupuesto, sino que es el precio de la defensa de nuestra libertad.
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