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Reportaje:

"Jamás los volveré a ver"

La tragedia de los mozambiqueños que pasan a Suráfrica huyendo de la guerrilla del Renamo

"Jamás los volveré a ver". Angelina Mafumo, una de los 250.000 refugiados mozambiqueños en Suráfrica, narra sus experiencias de atrocidades cometidas por miembros del grupo guerrillero Resistencia Nacional Mozambiqueña (Renamo) con una calma sorprendente, pero estalla en lágrimas al recordar a su marido e hijo, cuyo paradero desconoce. Como muchos de estos refugiados, Angelina escapó de las atrocidades del Renamo (robo, pillaje, secuestro, esclavitud, violación, mutilación y asesinato salvaje), pero se enfrenta con la separación indefinida de su familia.

Angelina está en Drickoppies, a escasos kilómetros de la frontera con Mozambique, donde las familias de la zona, pese a su pobreza, han abierto sus casas a los refugiados, en algunos casos desde hace más de dos años. Se encontraba en un grupo de mujeres secuestradas cuando Renamo atacó su pueblo natal, Magude. Después de que sus casas fueron quemadas, se les obligó a transportar sus pertenencias unos 70 kilómetros, sin recibir apenas alimentación, hasta llegar a una base de la guerrilla. "Al llegar nos separaron en dos grupos", cuenta. "Las mujeres jóvenes y atractivas fueron sometidas a abusos sexuales; la mitad de las otras fueron asesinadas con cuchillos y lanzas delante de las demás. Las supervivientes volvieron como pudieron a lo que quedaba de su pueblo".La historia de Angelina coincide con las de muchos de los refugiados en el campo de Mangweni, en el homeland de KaNgwanel pintando un cuadro terrorífico de la política de destrucción total seguida por Renamo en las zonas que no están bajo su control directo: asesinato de mujeres embarazadas y de hijos mayores, destrucción de casas y clínicas, pillaje y secuestro son elementos comunes en sus descripciones. Todos coinciden en que fue Renamo el responsable de las atrocidades.

También afirman que, a pesar de los intentos fallidos de granjearse el apoyo de la población civil al comenzar sus actividades, ahora la guerrilla depende exclusivamente de la violencia y no hace ningún esfuerzo por ganar el apoyo civil con programas políticos.

En un intento desesperado de aferrarse a su único medio de supervivencia, sus tierras, los habitantes de estas zonas se parecen a los que viven en la falda de un volcán. Aun cuando un ataque parece inminente, en vez de huir se refugian en escondrijos primitivos cercanos. Una mujer llegó a Mangweni hace poco con un niño de seis con huellas de una paliza y cicatrices causadas por un cuchillo. Había sido torturado por Renamo hasta que reveló el paradero de su familia y de vecinos escondidos bajo tierra. Renamo los quemó vivos delante de él.

Casas quemadas

Muchas veces, hombres que trabajan en Maputo durante la semana, vuelven para encontrar su casa abandonada y quemada. Siguiendo el rastro de sus familias de pueblo en pueblo, llegan inevitablemente a la valla electrificada de 62 kilómetros de larga y 3.500 voltios de tensión que ahora separa Mozambique de KaNgwane.Tres mujeres relatan su huida de su pueblo con 21 niños después de que una cuñada fuera asesinada a tiros por Renamo. Tras tres días sin comer, cavaron un túnel por debajo de la valla y se encontraron con los disparos de una patrulla del Ejército surafricano.

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Tres niños se separaron del grupo y jamás los han vuelto a ver. Dos meses después, en Driekoppies, han perdido toda esperanza de encontrarlos. Felizmente, sin embargo, acaban de llegar a Mangwera los maridos.

Otros que atraviesan el territorio controlado por Renamo camino a la valla son menos afortunados. Las heridas tratadas en el hospital de Shongwe Mission demuestra los horrores de este viaje. Los que son apresados por Renamo son mutilados, presumiblemente con fines disuasorios. A un refugiado le habían cortado todos los dedos de una mano y tres de la otra, mientras que su compañero murió después de que le amputaron a machetazos brazos y piernas.

Los que evitan el contacto directo con Renamo corren el peligro de pisar una mina en la zona fronteriza, o de sufrir quemaduras en la valla eléctrica que muchas veces exigen la amputación quirúrgica.

Después de atravesar la valla les quedan 12 kilómetros hasta encontrar el refugio en Mangweni. Durante este último trayecto, les queda otro peligro: las patrullas surafricanas, cuya tarea es repatriarlos en el acto. Heridas por disparos son frecuentes. Según alegaciones recientes, Magister Magwarribe murió de insolación en el hospital de Shongwe Mission el 8 de febrero de este año después de ser encerrado por una patrulla militar en un contenedor metálico durante varias horas. Otro refugiado, un hombre de edad avanzada, estaba muerto ya cuando los soldados por fin abrieron el contenedor.

Sin embargo, como cuenta un voluntario de Mangweni, lo que muchos necesitan es tratamiento psiquiático, ya que su problema a largo plazo es una apatía total inducida por trauma, lo que les impide comunicarse y enfrentarse con el nuevo ambiente.

Angelina Mafumo llegó por fin a la valla hace dos meses. Había huido a Maputo después del ataque, y su marido e hijo, ya en Suráfrica, habían enviado dinero y amigos para traerla. Al atravesar la valla, el grupo fue esparcido por disparos de soldados surafricanos, y Angelina se rompió la pierna al saltar.

Es analfabeta y desconoce el paradero de su marido. Sus amigos no han aparecido. Sin familia y sin dinero, su único consuelo es la caridad y compasión de la mujer que la ha acogido y que, cuando termina su historia, llora también.

"El Gobierno de Mozambique debe hacer todo lo posible por poner fin a la guerra civil, para que Suráfrica pueda contribuir a la recuperación". Así decía el presidente surafricano, Pieter W. Botha, el pasado 3 de mayo, con aparente buena voluntad. pero está claro que, a pesar de tales declaraciones, Pretoria sigue violando el Acuerdo de Nkomati con su apoyo al Renamo, grupo mercenario que, con su estrategia de devastación y genocidio, ha causado cientos de miles de muertos civiles y conducido a una hambruna inminente de pronóstico trágico.

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