Traspié sandinista
LA EXPULSIÓN del embajador de EE UU en Managua y de otros siete diplomáticos norteamericanos representa un abandono, difícil de explicar, de la política aperturista seguida por el presidente Ortega en cumplimiento del acuerdo firmado en Esquipulas, hace casi un año, por los presidentes centroamericanos. Al mismo tiempo, el Gobierno nicaragüense ha cerrado la emisora Radio Católica por un plazo no especificado y el diario La Prensa durante 15 días. Se trata de medidas muy graves porque precisamente la reaparición de dicho periódico y la reanudación de las emisiones de Radio Católica fueron la primera demostración palpable de que los sandinistas optaban por un camino de restauración democrática, aceptaban ser criticados públicamente y empezaban a distanciarse de los métodos totalitarios.Managua acusa al embajador de EE UU de intervenir en la política interna nicaragüense para justificar su expulsión. No es una razón convincente, al margen de lo que haya hecho Richard Melton. Hay que recordar que el Gobierno sandinista no ha tomado medidas contra la Embajada norteamericana ni en los momentos en que EE UU, de modo público y oficial, armaba a la contra. El Gobierno de Managua demostró entonces su realismo. ¿Por qué ahora decide la expulsión?
Durante el último año, gracias a una serie de concesiones serias para negociar con la contra y acercarse a una situación democrática, Ortega y su Gobierno han mejorado considerablemente su prestigio internacional. Esa política ha sido decisiva para que el Congreso de EE UU negase la ayuda militar a la contra y para reforzar el compromiso de los Gobiernos latinoamericanos y europeos en favor del acuerdo de Esquipulas. Es cierto que éste no ha dado los frutos esperados. En el sandinismo ha causado una gran decepción el fracaso de las negociaciones con la contra, en el seno de la cual se ha impuesto la fracción dura encabezada por Bermúdez, ex jefe de la guardia somocista. Por otro lado, los sandinistas, en la medida en que han concedido mayor libertad de expresión, se encuentran con manifestaciones, como ocurrió el domingo pasado en Nandaime, de descontento popular.
Pero tales hechos son normales en una evolución, que no puede ser lineal y cómoda, hacia un sistema democrático. La forma más negativa de responder a las dificultades es volver a los métodos represivos: un camino sin salida que sólo puede dañar a los sandinistas en el interior y en el exterior. La satisfacción entre los medios partidarios de reanudar la ayuda militar a la contra es obvia, si bien el actual clima electoral no es nada favorable para que pueda ser votada una decisión de ese género. En cambio, el secretario de Estado, George Shultz, en sus visitas a Centroamérica trabaja por agrandar el abismo entre Nicaragua y los otros firmantes del acuerdo de Esquipulas. Es obvio que las últimas medidas de Managua le suministran a Shultz nuevos argumentos.
La respuesta de Reagan, expulsando al embajador nicaragüense, es la normal en estos casos. Pero las relaciones diplomáticas no han sido rotas. El alto el fuego permanece en vigor y el presidente Ortega anunció recientemente su intención de prolongarlo. El camino de la aplicación de Esquipulas debe seguir abierto. Sobre todo cuando en diversos escenarios internacionales -Afganistán, Angola, Camboya- progresa una corriente de distensión. A pesar de su endeblez, el acuerdo de Esquipulas concitó el compromiso de América Latina y de Europa en favor de soluciones pacíficas y democráticas. No hay otras, ni para Nicaragua ni para Centroamérica.
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