Ni el Potito
Después de ocho corridas, aún no se ha visto ningún lance medianamente bueno, ninguna faena de muleta completa. Figuras y menos figuras siguen sin torear. Aquí no torea ni el Potito. Lo mismo importa sí sale un pregonao, que sí sale un torito docilón, como hubo ayer y tantas otras tardes. Salga lo que salga, se encontrará con un pegapases, si hay suerte voluntarioso, y en eso queda lo que hoy llaman toreo.El toreo de siempre, el de parar-templar-mandar, está pasando a la historia y queda de él un vago recuerdo. Julio Robles lo evocó ayer en unas tandas de redondos y de naturales a su primero, pues abrió el compás y ligó los pases. También es cierto que metía el pico y aliviaba hacia fuera la embestida, pero algo es algo.
Fernández / Robles, Espartaco, Lozano
Cuatro toros de Atanasio Fernández, discretos de presencia, flojos, mansurrones; sobreros: quinto de Santiago Domecq, terciado, flojo y con casta; sexto de José Ortega, bien presentado, inválido. Julio Robles: dos pinchazos bajos perdiendo la muleta, pinchazo y descabello (división y saluda); bajonazo descarado y rueda de peones (silencio). Espartaco: dos pinchazos bajos, estocada caída y rueda de peones (ovación y salida al tercio); estocada ladeada y rueda de peones (aplausos y saludos). Fernando Lozano: bajonazo (vuelta); tres pinchazos y estocada corta (silencio).Plaza de Pamplona, 13 de jubo. Octava corrida de feria.
Porque luego salió a la palestra Espartaco, con otro torito de dulce, y ni merece la pena detallar cuántos mantazos pegó. El pico de antes, en versión Espartaco era telonazo descarado al ojo de allá; el temple, asunto ajeno. Bullía andariego Espartaco agitando muleta y flequillo, y cuando agotó el movido repertorio de toreo a pie, recurrió al de rodillas, con pases por alto a lo que saliera y giro lento de espaldas que siempre resulta de gran efecto. Sobre todo en Pamplona. Al verle los mozos de espaldas al toro, creyeron que se quería suicidar, y aclamaban enfervorizados su nombre, acompasándolo con palmas de tango: "¡Es-partaco, plas, plas, plas; Es-partaco, plas, plas, plas!". Menudo alboroto.
Cundió el ejemplo y Fernando Lozano hizo lo mismo. Después de porfiar muchos pases a un torito que se quedaba corto y aguantarle múltiples parones, se tiró de rodillas, arrojó los trastos, se descaró a cuerpo limpio frente al agonizante enemigo. Hubo menos alboroto, pues el tremendismo no cuadra a la personalidad de Fernando Lozano, pero los alardes le valieron ovaciones y vuelta al ruedo.
La atanasiada de ayer era muy distinta a la que se lidió en la Feria de San Isidro, tan pastueña, y los siguientes toros plantearon problemas de diversa índole Al cuarto le salió la mansedumbre en el transcurso de la faena de muleta. Quería escapar a ta blas y Julio Robles hubo de esforzarse en sujetarlo pegando pases a lo largo del diámetro del redondel, desde el tercio de sol al de sombra, ida y vuelta.
El quinto, un buen mozo, estaba inválido y la presidencia lo devolvió al corral cuando lo iban a banderillear. El sexto se acalambró en los lances de recibo, el pobre levantaba la patita dolorida, y también regresó al corral.
El primer sobrero tenía casta y lo acusó Espartaco, moviéndose con más prisas que en su toro anterior. Pegaba pases, desde luego, muchos, pero casi nadie le hacía caso. La merienda merecía mejor atención. Finalmente cogió un cuerno y el toro no consintió en absoluto semejante abuso de: confianza. Es lógico. A nadie le gusta que le anden sobando los cuernos.
Otro inválido
El segundo sobrero, abierto de astas y extremadamente cornicorto, se astilló un pitón por el simple roce con el peto del caballo. Era otro inválido que se caía de morro ante Fernando Lozano a mitad de los pases, o si no se caía pegaba un derrote. Fernando Lozano volvió a porfiar y a consentir, aunque en esta ocasión había de estar atento al gañafón, que se le cernía amenazador.
Así que ni el Potito. Mal camino lleva una fiesta donde las figuras no saben torear, o no se atreven, y justifican su cartel en el tremendismo. Está el toreo de tal forma que si alguien revolviera el escalafón de matadores poniendo a los de abajo arriba -y viceversa- daría igual, o a lo mejor había sorpresas; a lo mejor resultaba que los de abajo saben torear y se atreven.
El único toreo lento, ceñido, bajando la mano, gustándose en la desmayada ejecución de la suerte, clavadas las zapatillas en la arena, lo hizo un espectador en el ruedo. Fue antes de empezar la corrida, y gentes sin sensibilidad artística lo retiraron apresuradamente. Cierto que el espectador estaba cocido a copas, pero toreaba, mientras las figuras, ni con copas parecen ser capaces de torear.
Babelia
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