"Europa existe de nuevo"
LA CUMBRE de Hannover ha permitido que se cierre el semestre en la Comunidad Europea con decidido optimismo. Ya en febrero pasado, un Consejo extraordinario hizo posible la adopción de un presupuesto para 1988, bloqueado desde la cumbre de Copenhague, y le puso la brida a los gastos agrícolas, resolviendo de golpe el horizonte financiero y permitiendo así a los comunitarios ocuparse de otras cosas, y hacer frente a otros retos. Bajo la dirección de la República Federal de Alemania, la CE se ha comportado como una maquinaria bien engrasada.Cada día es mayor la presión de los ciudadanos de Europa en favor de la desaparición de sus fronteras. Una encuesta de ámbito comunitario señala que el 54% de los europeos quiere que se progrese hacia la unión europea. Los 12 primeros ministros que, junto al presidente Mitterrand y al presidente de la Comisión, Delors, asistían a la cumbre de Hannover no podían ignorar este mandato moral, que empieza a ser muy claro. Y así, concluido con éxito el Consejo, la eufórica exclamación del canciller federal, Kohl, ha sido que "Europa existe de nuevo".
El logro mayor de la cumbre consiste en la creación de un grupo de trabajo, presidido por Delors y compuesto por los gobernadores. de los 12 bancos centrales y algunos expertos (entre ellos, Miguel Boyer), que deberá explorar en detalle los modos de establecer la unión monetaria y los problemas que ello plantea. El grupo deberá elevar sus conclusiones al Consejo que se celebra en. Madrid dentro de un año.
La decisión de sentar las bases para una unión monetaria es consecuencia lógica del buen funcionamiento del Sistema Monetario Europeo (SME) y del acuerdo de liberalizar completamente los movimientos de capital. Implica, a medio plazo, la creación de una moneda común y de un Banco Central Europeo. La filosofía subyacente es que, si los capitales pueden circular libremente de un país a otro de la CE y las monedas tienen que mantener fijas sus paridades recíprocas, el margen de maniobra de que disponen las políticas monetarias de cada uno de los países tenderá a desaparecer. Las opciones que quedarán entonces abiertas a los países comunitarios serán o alinearse en la práctica con la política monetaria alemana o tratar de definir una política común.
La segunda opción, la más razonable, supone la creación de una autoridad monetaria central, el banco, cuya estructura y funcionamiento hay que definir. El camino no será fácil: la libra esterlina no forma parte del SME, y como concesión a la primera ministra británica (que siente animadversión por embarcar sus finanzas en el sistema comunitario) no se alude en el comunicado final de la cumbre a ese eventual Banco Central Europeo. Es cierto también que la concepción francesa del banco es distinta de la alemana, y que la armonización de miles de leyes y reglamentos tardará tiempo en producirse. Pero la unión, con todas sus consecuencias, ha aparecido por primera vez en el horizonte europeo.
La política exterior de la Comunidad Europea se consolida igualmente, poco a poco. Más de una cuestión internacional candente recibe ya tratamiento unánime. Es el caso de los problemas de Oriente Próximo y de Centroamérica, por ejemplo, para los que la Comunidad formula propuestas unívocas que no ha sido fácil establecer. En otros temas, la unanimidad no llega porque aún priman intereses nacionales duramente defendidos; así, mientras todos piden la libertad de Nelson Mandela, sólo unos pocos proponen sancionar seriamente al régimen racista de Suráfrica.
Finalmente, la reelección de Jacques Delors como presidente de la Comisión es una noticia altamente positiva. Europeo convencido y progresista, autor de numerosas propuestas renovadoras para el futuro, seguirá dirigiendo la gigantesca burocracia de Bruselas en años que se anuncian como decisivos. Se mire por donde se mire, la cumbre de Hannover ha sido un éxito para Europa y augura esperanzas fundadas.
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