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LAS VENTAS

Atropellar la razón

Estuvo arrollador el Niño de la Taurina, en su despedida como novillero de la afición de Madrid, y tanto quiso arrollar que acabó atropellando la razón. Porque una cosa es el valor, que se le reconoce, y otra quedarse a merced de los pitones o entrar en banderillas por un angosto pasillo junto a tablas en el que si apenas cabía su propio cuerpo. En uno de los novillos reunió y clavó arriba; el par fue emocionantísimo. En el otro salió cogido, y menos mal que del volteretón resultó sólo con la taleguilla rota.Y no fue eso lo peor sino que, arrollando y atropellando, casi se olvidaba de torear. Lanceó bien a la verónica el Niño de la Taurina, ciñó chicuelinas y gaoneras, inició una faena trayéndose al toro toreadísimo en ayudados por alto, otra en los medios con la pedresina, mandó en redondos, se echó los novillos por delante en los de pecho, muchos detalles tuvo, en fin, de torero valeroso y maduro, pero ninguna de sus faenas resultó construída y redonda.

Nuncio / Ramos, N

de la Taurina, Plaza Novillos de Branco Nuncio, desiguales de presencia, cornicortos, flojos, de excelente juego. José Luis Ramos: pinchazo, otro saliendo volteado, pinchazo, estocada atravesada que asoma -aviso con un minuto de retraso- y cinco descabellos (silencio); pinchazo y estocada corta baja (vuelta con algunas protestas). Niño de la Taurina: estocada (oreja con algunas protestas); estocada delantera contraria (oreja con protestas); salió a hombros por la puerta grande. José María Plaza: estocada tendida y cuatro descabellos (silencio); media trasera (oreja). Plaza de Las Ventas, 26 de junio.

Lo que trataba de desmostrar ayer el Niño de la Taurina en Las Ventas -temeridad, propósito irrenunciable de ser figura-, ya lo tenía demostrado muchas tardes atrás, a nadie sorprendió, y en cambio la afición se quedó con las ganas de verle en plenitud, interpretando a conciencia ese toreo variado y bueno que indudablemente posee, y más aún cuando la boyantía de los novillos se lo ponía fácil.

Sin tanto arrojo ni atropello, el toreo bueno lo hizo José María Plaza, al sexto, y fue un primor de toreo, que puso al público en pie. También este novillero tenía demostrado, en anteriores comparecencias, que conoce el oficio, y por eso defraudó en el tercero, cuya nobleza desperdició porque ejecutaba las suertes dejando la pierna contraria atrás, menudeaban los enganchones, discurría la faena entre la me diocridad y la sosería.

En el sexto, en cambio, le llegó al alma el influjo del arte y lo transmitió en dos tandas de redondos, interpretadas con la hondura, la cadencia y la gra cia que tiene esta suerte en su versión más pura. Bajó su inspiración en los naturales y nue vas tandas de derechazos no alcanzaron la categoría de las anteriores, pese a que el novillo mantenía su embestida pastueña, pero al público le bastó la muestra y celebró mucho que Plaza estuviera breve con el estoque, pues así pudo refrendar con una oreja, y poner a la altura merecida, la calidad del toreo bien hecho.

La nobleza de los novillos desbordó a José Luis Ramos, cuyo valor, reciedumbre y oficio no bastan cuando el ejercicio de torear requiere, además, gusto interpretativo, sensibilidad para crear belleza. Su primera faena, bien ligada, larguísima, no hacía vibrar al público, acabó sufriendo una impresionante voltereta, y luego escuchó un aviso, que debieron ser dos. El cuarto embestía al primer cite, tomaba la muleta con atemperada codicia y aboluta fijeza, era un toro de triunfo. Demasiado para Ramos, que cuajó algunos pases hondos, pero tuvo problemas para templarlos, aún más para ligarlos y quedarse quieto.

Llovió torencialmente desde mediodía y se retrasó el comienzo de la novillada casi media hora para acondicionar el ruedo; lo cual indica que, cuando intersa, la corrida se da, así caigan chuzos de punta. Existía gran expectación, porque los tres novilleros tienen cartel y el Niño de la Taurina ya es figura. Hubo tres orejas y salida a hombros por la puerta grande. Este balance, casi insólito en plaza tan exigente como Las Ventas, daría a entender que el resultado artístico correspondió a la expectación despertada. Pero no fue para tanto: el toreo bueno surgió escaso y a ratos.

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