Alicia de Larrocha y Esa-Pekka Salonen, dos triunfadores
Nueva actuación de la Filarmonía de Londres, con el director Esa-Pekka Salonen a su frente, y la colaboración de una gran figura de la pianística catalana: la barcelonesa Alicia de Larrocha, que, como es sabido, ocupa un lugar cabecero en el gran cartel de la pianística internacional de nuestros días. Nuevo lleno también del Carlos V, dado el atractivo del programa (con obras de Beethoven y Bruckner) presentado anteayer en el curso del 37 Festival Internacional, que se celebra estos días en Granada, y la categoría de sus intérpretes.
Decía Ravel que la Pastoral era el milagro de las sinfonías beethovenianas; otro tanto podría afirmarse del Concierto en sol mayor, número cuatro, opus 58, distinto a los demás, cargado de serenidad interior y de energía vital, y hasta descubridor, en ciertos pasajes, de unas perspectivas que son pura invención espacial.La pianista barcelonesa Alicia de Larrocha junta en su misma sentimiento romántico, condiciones idóneas para desvelar cuantos misterios encierra el cuarto concierto, cuya clave ideológica se nos da en el segundo movimiento de esta composición al contraponer fuerza y lirismo, poderío y sumisión, queja y reación al disonante.
Versión fascinante
Así, la gran artista se alzó rotunda y fascinante frente a la acústica, relativamente buena, del patio renacentista granadino y la densidad definitoria de los filarmónicos londinenses, animados por el resistible fluido musical de Salonen.
Nada de inspiracionismo momentáneo hay en la interpretación de Alicia de Larrocha, puesto que lo que se advierte al fondo de su Beethoven es toda una vida de meditación y análisis sobre los pentagramas que aborda y los problemas que presenta. Ya decía Markevich que prefería la experiencia a la improvisación, y Alicia de Larrocha es un ejemplo del primer valor, tanto en la concepción general de la obra como en la delicada solución de los remansos líricos, en el avasallante martilleo de los acentos y en la mutación de las diversas expresiones.Su éxito fue muy grande en el festival granadino, como lo había sido, 48 horas antes, en el primero de los homenajes que el festival rinde al guitarrista ya fallecido Andrés Segovia.
Cuando a los 30 años -los que tiene el director finés Esa-Pekka Salonen- se hace una tan espléndida versión de la Sinfonía número cuatro, denominada romántica, aunque no lo sea más ni menos que cualquier otra obra de Bruckner, puede hablarse de un maestro fuera de serie, llamado a suceder legítimamente a los números uno que todavía alientan y dictan desde el podio sus lecciones por todo el mundo.
Ante Bruckner caben dos actitudes iniciales: o se le conecta con Beethoven o se le trata como continuador de Schubert. Su le suceder que, durante la juventud, los maestros transitan por la primera posibilidad, mientras que con el paso de los años acentúan la segunda. La Novena sinfonía de Schubert justifica sobradamente sus relaciones con Bruckner, quien, a su vez, abre de par en par las puertas a Gustav Mahler.
La gran arquitectura y el entramado interno de la Cuarta sinfonía estuvieron en Pekka Salonen vivificados por el soplo de una mística que desde la polifonía y el órgano accede a una superación de lo romántico. El enorme triunfo del director y la orquesta quedó equilibrado con el de la pianista barcelonesa Alicia de Larrocha.
El recorte de Caballé
[Por otra parte, informa la agencia , la dirección del Festival de Granada hizo pública ayer una nota en la que culpa a Esa-Pekka Salonen del recorte del programa con el que Montserrat Caballé participó el pasado sábado en el concierto inaugural del certamen. La nota, dada a conocer una vez que el director finés abandonó Granada, asegura que la supresión de un fragmento del Tristán e Isolda de Wagner que estaba previsto interpretase Caballé, "estuvo motivada por la organización del ensayo hecha por el director". Según esta versión, la cantante intentó participar a las diez de la mañana en el ensayo con la orquesta, pero Pekka Salonen quiso que fuera a partir de las 11.30. Sólo a las 12.35 pudo ensayar la soprano, y sólo el fragmento de la ópera de Strauss Salomé. La cantante pretendió en vano ampliar el ensayo, por lo que, "por respeto al público y al festival" por parte de Caballé, se suprimió del concierto el fragmento de Wagner.]
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