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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Madres trajadoras

LA DECISIÓN del Consejo de Ministros de ampliar por ley el período de descanso de la mujer por maternidad y de autorizar una excedencia de un año para cuidar al hijo recién nacido, puede resultar un acicate para el aumento de la natalidad entre las mujeres que ya gozan de un puesto de trabajo, pero es dudoso que ayude a las que no lo tienen a acce der al mercado del empleo. De aquí a un año, las mujeres trabajadoras disfrutarán de cuatro meses de descanso, en lugar de los tres y medio actuales, cuando sean madres y tendrán derecho, ellas o el padre de la criatura, a un año de excedencia obligatoria para cuidar al recién nacido, con reserva de plaza en la empresa donde trabajan. El ministro de Trabajo, Manuel Chaves, considera que esta normativa favorecerá "la plena integración de la mujer en el mercado de trabajo", así como "el empleo de otras personas, para cubrir los puestos dejados libres, con contratos de interinidad".Si las intenciones del Gobiemo eran realmente mejorar las condiciones de trabajo de la mujer en España, tal como asegura, el ministro del ramo, mejor habría hecho en leer antes las conclusiones de un organismo tan gubernamental como es el Instituto de la Mujer, al que se dedica un presupuesto considerable y que, a juzgar por los resultados, más parece destinado a figurar como un florero en la Administración socialista que a influir en sus decisiones políticas en relación con la mujer.

Según un estudio realizado por el citado instituto, mientras que la tasa de actividad de las mujeres solteras está próxima al 50%, desciende a poco más del 20% en el caso de las mujeres no solteras. En los hombres, la tasa opera justo al contrario: es decir, es mayor el índice de empleo entre los no solteros (71%) que entre los solteros (63%). Aunque existe cada día un mayor número de madres solteras, en España la inmensa mayoría de las mujeres que tienen hijos son no solteras, es decir, aquellas cuya tasa de actividad, segun los propios estudios del Gobierno, es infinitamente menor al del resto del mercado potencial de trabajo.

Mal se entiende que una medida tendente a dilatar los períodos de inasisitencia de las madres al trabajo puede favorecer las posibilidades de acceso al empleo de un colectivo ya claramente discriminado. De forma que lo que, con ciertas dosis de demagogia, se pretende como un instrumento de promoción laboral de la mujer se convierte de hecho en una barrera que acentúa aún más la desigualdad existente entre hombre y mujer, por una parte, y entre mujer con hijos y sin ellos, por otra. En cuanto a la posibilidad de solicitar una excedencia especial de un año, tanto el padre como la madre, es dudoso que muchos hombres casados, cuya contribución a la economía familiar es notablemente mayor que la de las mujeres, puedan permitirse el lujo de perder un año de ingresos para cuidar a los niños. Y será nuevamente la mujer la que, en caso de que esa opción quiera utilizarse, tenga que quedarse en casa.

Durante los últimos años, los países de nuestro entorno europeo, alarmados por un descenso cada vez más acentuado en las tasas de natalidad, han favorecido políticas destinadas a invertir el sentido de esa curva. El caso más notable es el de Francia. En España, el fenómeno ha llegado con retraso, pero empieza a ser tan agudo como en otros países europeos. Pueden ser justificables, en ese caso, medidas destinadas a favorecer un aumento de la natalidad por medios directos o indirectos. Pero encubrirlas dentro de un supuesto programa de ayuda a la mujer trabajadora es una tomadura de pelo.

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