Risas y muecas

El ingenio visual de José Luís García Sánchez, de nuevo apoyado en el ingenio verbal de Rafael azcona, ha llegado en este pasodoble a su instante, por ahora, más afinado.Pasodoble lleva dentro un torrente de inventiva que no se percibe en una primera mirada. La película, sin parecerlo, tiene dentro una gran riqueza de personas y situaciones, pero discurre tan ligera y discretamente, tan sin subrayados, tan despreocupada de las jerarquias entre incesantes mayores y menores, que norita y desmonta un complicado juego de impudicias con paradógicas facilidad y pudor.

El filme está compuesto, a la nanera habitual de García Sánchez, con desaliño y una soltura parece mucho a la libertad, esa rara capacidad que tener algunos urdidores de hisorias para decir lo que les vienen ganando la impresión de que obedecen órdenes. Muchos espectadores creen asistir en Pasodoble a una comedieta convencional, hasta que, en un instante impreciso, se dan cuenta de que les están colocando bajo los pies, bajo especie de felpudo, auténtica dinamita. Y sus risas se convierten en muecas.Lo peor que se puede decir de esta, al mismo tiempo suave y feroz, película es que es buena, pero que podría ser mucho mejor, a poco que su director se hubiera esmerado en sus instantes cruciales, Una cosa es ese aludido desaliño, con que García Sánchez torea al natural a las situaciones menos naturales que cabe imaginar, y otra muy distinta son sus descundos del ritmo interior de algunos planos e incluso secuencias, descuido que hace perder fuerza e incluso neutralizar a gags que, compuestos con menos apresuramiento, podrían haber sido mucho más rotundos.

Materiales de derribo

Paralelamente, lo mejor que se puede decir de Pasodoble es que su director, ya desde ese estado primario de la puesta en escena que hay dentro de todo buen guión (y este de Azcona lo es), desprecia por completo las líneas de menor resistencia y orienta a su película por el dificultoso camino contrario. En medio de la actual tendencia del cine español a eludir el riesgo, este gusto de García Sanchez por la cuerda floja es más que meritorio.Es Pasodoble, en efecto, una casi insostenible obra coral, que García Sanchez sostiene con desarmante facilidad. En sus imágenes conviven una docena amontonada de personajes y, pese a la clíficultad que esto entrafia, hay una definición nítida de cada uno de ellos, hasta el punto de que sus comportamien to son adivinados por el especta dor antes de que ocurran, lo que permite al filme superar la más dificil prueba a que se puede so meter la comicidad: crear risas antes de que se vea el estímulo destinado a provocarlas.El filme es una especie de comedia de fachada elegante, construida con materiales de derribo, de la más baja estofa estética: el sainete populachero, el libreto de revista licenciosa, el mugriento chiste aldeano, la almoneda de la irreverencia ibérica, el humor soez de tabema rural, el regusto por el susurro desvergonzado, el folclor de prostíbulo y colmado, y otros recursos que la incredulidad ha extraido de los vertederos de la miseria española, que son conjugados aquí en un batiburrillo perfectamente ordenado.El director de este arriesgadoy magnífico despropósito transmite libertad a sus actores -este es el punto de mayor distinción del estilo de García Sánchez- y estos actuan con soltura admirable, en la que cabe aislar algunos momentos de estado de gracia en los personajes que interpretan Juan Diego, Cassen, Antonio Gamero, Kit¡ Manver y casi todo el reparto, que cojea por el lado de Fernando Rey, algo agarrotado, y la pareja Eva León y Luis Ciges, que corren con la peor parte, por culpa del director, que no supo dar cauce a sus comprometidos personajes.