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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fiesta artística

Los amigos de la ópera, que celebran ahora sus bodas de plata, constituyen un elemento permanente en las temporadas de la Zarzuela. Ellos y las diversas direcciones y sobreintendencias que se han sucedido han mostrado un particular amor por la ópera de Mozart, lo que dice mucho en su favor. Los principales títulos mozartianos se han representado repetidas veces. El rapto en el serrallo se había dado en 1965 y 1977. Todavía tuvimos ocasión de aplaudir a Antón Dermota en Belmonte. Hace muchos años que mi memoria ya guarda de modo especial El rapto, de Karl Böhm, producido por Sellner y con un Osmín magistral de Joseph Greindl.Pocos compositores en la historia tan geniales como Mozart, pocos también han sufrido mayor número de lugares comunes firmados incluso por personalidades de tanto prestigio como Dent o Dukas. Esa culminación del singspiel que es El rapto, con la que José II quiso atizar el fuego de la ópera nacional alemana, ha sido tachada de irregular, falta de unidad y mezcolanza de estilos incompatibles. Se leen estas cosas con los ojos redondos y cabe suponer que por estilo se entendió, años atrás, algo diferente a lo que hoy entendemos. Que las formas musicales de los diversos números aparezcan diversificadas sólo revela la rica imaginación y la potencia creadora del compositor. Pero el estilo, esa forma peculiar de pensar y expresar la música, aparece ya en la obertura y unifica toda la ópera basada -esto sí- en un libreto mediocre. La tan cacareada turquería no pasa de anécdota, y la interrupción de la música por la palabra hablada no deshilvana el conjunto más que tantos recitativos que soportamos en tantas otras piezas. La sencillez es otro tópico fundado en la mera apariencia. Quien es capaz de un acto como el segundo de El rapto no sólo demuestra inspiración o dones sino también sabiduría bastante compleja para su tiempo.

El rapto en el serrallo

Música: W. A. Mozart. Libro: Stephanie el Joven, basado libremente en un texto de Ch. S. Bretzner. Intérpretes: M. Devia, E. Wirtz, G. Winbergh, W. Gahmlich y J. Ryhanen. Dirección musical: M. A. Gómez Martínez. Dirección escénica: E. Sagis. Escenografía y figurines: D. Businger. Director del coro: J. Perera. Orquesta Sinfónica de Madrid y Coro del Teatro Lírico Nacional. Teatro de la Zarzuela, 8 de junio.

Hemos visto y escuchado un excelente Rapto. Emilio Sagi ha dado con una versión, entre tantas posibles, fascinante y significativa, en la que están presentes el oriente de la acción y la arquitectura vienesa del ambiente mozartiano, quizá por que Sagí ha sabido ver que en la partitura hay mucho más de espíritu vienés que exotismo pintoresquista, aunque éste dé lugar a ciertos recursos instrumentales plenos de fantasía y novedad.

Gracias a la realización de Sagi vivimos en plenitud a Mozart en sí mismo y en su proyección artística, aunque sobre la fantasmagórica aparición de la imagen del compositor al final de la obra, que más bien parece publicidad de los célebres bombones Mozart que la industria austriaca dedica a los turistas.

Miguel Ángel Gómez Martínez estuvo acertado, en general, por lo justo y flexible de su batuta a la hora de conjugar el foso y la escena. A veces faltó elevación, como en la espléndida obertura, por ese criterio conocido del maestro granadino, que da por supuesto que todo está en la letra, esto es, en las notas escritas, con lo que se evapora la siempre deseable interpretación creadora. Ahora bien, el total de su labor mereció los aplausos.

Excelente el bajo finlandés Jaakko Ryhänan en Osmín, quizá el personaje más definido y atractivo de la obra. No menos valiosa la tierna y lírica Constance de la italiana Mariella Devía, en la que Mozart acumuló un expresionismo lírico en el que se ha querido ver su amor por la Constance real de su existencia; Dorotea Wirtz venció con brillantez su dificil parte de Blonde; el sueco Gösta Winbergh compuso un Belmonte belcantista, noble e ingenuo, y el germano Willfried Gahmlich cantó y mimó su Pedrillo en forma deliciosa. Los escenarios, y figurines de Toni Businger son muy bellos aun dentro de un estilo de aparente simplicidad como la que habita en los pentagramas de Mozart. En resumen: una verdadera fiesta artística que vale por un triunfo grande para sus productores.

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