Contra el coma, contra el temor y la esperanza
Gabriel Albiac es uno de esos hombres sin esperanza y sin temor a los que -al decir de Spinoza- los poderosos temen.Albiac es un filósofo de garra, comprometido con la verdad. Como otros hijos del 68, configuró su discurso a partir de la triple ruptura que abre nuestro siglo: Karl Marx, Sigmund Freud, Friedrich Nietzsche. Su trayectoria, paralela a la de tantos otros -entre los que destaca Toni Negri-, va de Louis Althusser (del que fue profeta, tal vez demasiado ilusionado) a Baruch Spinoza. Precisamente, en su apogeo spinoziano le ha alcanzado el Premio Nacional de Ensayo.
La sinagoga vacía -de la que Negri hizo la crítica en estas páginas- es una obra arrolladora y deslumbrante. A través de más de 500 páginas, fruto de siete años de roer archivos y neuronas, se desgranan las fuentes marranas del pensamiento spinoziano. Es un drama en tres actos: la tragedia marrana; el estallido de las heterodoxias judías hispano-portuguesas en el Amsterdam del XVII; la cristalización de la anomalía spinoziana (respecto al tema de la sustancialización de la subjetividad).
De Hegel a Spinoza
Hoy -Negri dixit- las miradas se desplazan de Hegel a Spinoza: los dos puntos de mira que pueden orientar una desesperanza militante. Albiac, con Althusser se apartó de Hegel, para caer -ya solo- en Spinoza. Pues la inminencia de la síntesis puede alumbrar una esperanza ilusoria. Pese a la seguridad de la derrota, nadie puede quitarnos "la alegría de romper toda sumisión y toda ilusión imaginaria, que es la única norma de la moral spinoziana".
Albiac es un filósofo marginal. Ignorado por sus compañeros de academia, es una de las pocas voces que interesan a los estudiantes. Una conferencia de Albiac es un espectáculo que vale la pena: sus palabras y sus gestos provocan en la audiencia una atención electrizada.
Contra todo pronóstico, y casi de penalti, acaba de llegar a la cátedra de Historia de la Filosofía Moderna de la Universidad Complutense de Madrid: su elocuencia y su rigor sedujeron a un tribunal presionado para eliminarle (tal vez contribuyera un rebote del efecto Lledó, cuya marginación de la cátedra provocó un escándalo bastante inusual en la vida académica española).
Esta nota tiene un cierto tufillo necrológico. Efectivamente: "La filosofía es un oficio de cadáveres", escribió Albiac en Todos los héroes hanmuerto.
Sólo un cadáver puede "romper desesperadamente la coherencia de la palabra a que el poder nos encadena". Sólo un ser en disipación puede operar la disipación del sentido: sólo un cuerpo agujereado por gusanos puede excavar en las cadenas lógicas agujeros de sinsentido. Sólo en un cadáver se han desinflado las vacuolas de temor y de esperanza. Sólo así se aniquilan los palos y las zanahorias con que nos conducen aquellos que intentan llevarnos del ronzal.
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