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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sendero tenebroso

INCAPAZ DE abandonar un escenario en el que reinó merced al miedo de muchos, ETA busca nuevos objetivos en los que justificar la necesidad de su existencia. En esa búsqueda amplía incesantemente el círculo de enemigos, es decir, de víctimas potenciales, y pone de manifiesto su faz más siniestra: la de un colectivo que perquisiciona, juzga, condena y ejecuta desde la arbitrariedad absoluta.Por segunda vez en menos de 15 días, los terroristas han asesinado a un vecino de Elgóibar añadiendo al crimen el escarnio de escupir sobre la memoria de la víctima. La expresión más dramática del miedo que ha paralizado los resortes morales de amplios sectores de la población vasca ha sido el comentario "algo habrá hecho" con que, tras cada nuevo asesinato, se lavaban las manos quienes se creían a cubierto. A medida que el arco de víctimas potenciales ha ido ampliándose, la eficacia probatoria de la frase ha disminuido, y ya sólo quienes están dominados por un miedo insuperable -es decir, los cómplices de los asesinos, sus redes de confidentes y los componentes del coro que aplaude- recurren a ella. De ahí que, frente a los más pesimistas, sea legítimo resaltar la importancia de la movilización contra ETA que siguió, la semana pasada, al asesinato de Aizpiri, o la reacción unánime que ha seguido al de Zabaleta. No porque a estas alturas quepa esperar de los terroristas una reflexión que los lleve a no matar. Pero sí porque esas reacciones constituyen un síntoma de que están desapareciendo las condiciones que han posibilitado durante años, a despecho de detenciones y aprehensiones, la reproducción de los núcleos violentos. Sin el miedo de la mayoría, ETA se hubiera extinguido ya.

De ahí que ETA intente recomponer como sea esa atmósfera de temor. Todos los ciudadanos deben saber que están bajo sospecha. Frecuentar ciertos locales, haber tenido acierto o suerte en los negocios, elegir equivocadamente las amistades o, más verosimilmente, negarse a ceder a la extorsión mafiosa puede ser motivo para figurar en una lista. Si llega el caso, ya se completará el dossier a posteriori. Por ejemplo, con referencias a la droga con que los enemigos seculares intentan "debilitar y romper a los sectores potencialmente más combativos de la población". Para ello se cuenta con los informadores, ocupantes del escalón más bajo de la degradación moral a que ha llegado el abertzalismo violento. Aquellos que -como los confidentes de la policía franquista, con quienes comparten no pocos rasgos psicológicos- señalan desde la impunidad, el resentimiento personal o la simple arbitrariedad, a la víctima que otros eliminarán.

ETA actúa como las policías de los regímenes autocráticos. En eso ha quedado su mensaje liberador. Entre quienes aún cierran los ojos a la evidencia -en ocasiones, para abrirlos con sobresalto sólo cuando la represión etarra llega al círculo más inmediato- figuran personas que, con ocasión de las pasadas elecciones europeas, consideraron que no había contradicción entre sus convicciones libertarias, hasta pacifistas, y su voto a favor de los que justifican muertes como las de Aizpiri y Zabaleta con el argumento de que "es de dominio público que la introducción de la droga en Euskadi no es casual". Ante tan deslumbrante razonamiento, resulta secundario saber si, como sostienen fuentes policiales del País Vasco, ETA compagina su campaña contra la droga con la obtención de beneficios derivados de su tráfico. Quienes se atribuyen el derecho de matar sin otro trámite que su voluntad de hacerlo no tienen por qué retroceder, por escrúpulos morales, ante cualquier forma de obtención de fondos. Y no existe droga tan peligrosa ni que cree un hábito de tan difícil desenganche como el suscitado por la práctica de la violencia.

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