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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Mbaqanga power'

Menudo potaje el mbaqanga, quizá las ollas del esclavizado lumpen de Soweto no rebosen precisamente en viandas ni calorías, pero no es menos cierto que lo que no calienta un aguachirle de pobre puede caldearlo el homónuno cocido musical con el que alegra el cuerpo y alivia el alma con naturales del lugar desde hace más de un cuarto de siglo. Y ahora, ya sea gracias a los vaivenes de la veleta y vana moda, a los buenos oficios consulares de un músico con el pedigrí de Paul Simon, a la focalización del interés mundial sobre la vergüenza de Suráfrica (hasta el momento, tan displicente como farisaica, la verdad sea dicha) o al mismísimo lucero del alba -que en lo tocante al tema bien poco importa de terminar si manda el azar o la necesidad-, parece que también vamos a ponemos tibios en Occidente con un vigorizante atracón de mbaqanga.

Mbaqanga

Mahlathini (voz y danza), Mahotella Queens (voces y danza), Makgona Tsohle Band. West Nkosi (saxofón y flauta), Marks Mankwane (guitarra solista), Vivien Ngubane (guitarra rítmica), Joseph Makwela (bajo), Lucky Bonoma (batería), Didú Kwane (acordeón). Vitoria, polideportivo de Mendizorroza, 4 de junio.

Así pudo constatarse en Vitoría tras una valiosa transacción de intangibles entre 10 surafricanos y alrededor de 5.000 vascos entreverados de algún que otro fuereño. Fue un negocio negro, negro y bien honrado, por cierto, muy lejos del hipócrita cambalache deportivo-empresarial consolidado de oficio. Mendizorroza era una fiesta, un clamor, un viva Soweto, el león, las reinas, la banda, el proto-Jackson y lo que hiciera falta. El personal ya llevaba una hora larga con la sonrisa puesta de oreja a oreja, el cuerpo serrano y la cadera guapa. Los sudorímetros registraban una humedad ambiente del 273,16%: sudor absoluto.

Y no nos engañemos, no había trampa ni cartón. Esa entregada respuesta era justo pago a una experiencia musical de las que dejan huella.

El mbaqanga nació instrumental, precisamente de la mano de West Nkosi y su Makgona Tsolile Band, pero pronto se contempló la necesidad de propelerlo con una voz solista alejada de las melosas armonías mbube (las de los Ladysmith Black Mambazo) y un apoyo coral femenino que redondeara el clásico esquema llamada-respuesta. Resultado, una excitante música de baile sin parangón en el continente africano, mucho más cercana al frenesí que provoca el zydeco louisianés, el ska kingstoniano o la cumbia cienaguera que de las polirritmias rumberas que imperan, en buena parte del África negra, países límitrofes incluidos. El área de Soweto ya tenía sus ídolos musicales, su música urbana tradicional, su folclor vivo, eléctrico y electrizante.

Y aquí tuvimos anoche un ramillete de leyendas en plena tersura. Al frente, Simon Nkabinde, más conocido por Mahlathini, más aclamado por el león de Soweto. Y a fe que ruge como pocos. Más que una voz, su textura de bajos es un fenómeno circense. Con toda seguridad estamos ante uno de los juegos de cuerdas vocales más singulares del planeta, un artista capaz de decorar un eructo o colgarle artesonados a un mugido. A su lado, las Mahotella Queens, sensuales danzarinas de anca poderosa -de las que pondrían el bigote tieso a Robert Crumb-, poderío sólo superado por el de sus exquisitas y potentes gargantas.

Ensamblando, una banda que convierte en obra de arte la esquiva simplicidad. Dirigiendo, Nkosi, un saxofonista que ama a los Rolling y a Pukwana, amén de haber producido las grabaciones de todos los más grandes músicos de su país en los últimos 20 años.

Música, voz, danza, color, vestuario, garra, facultades, genio, naturalidad, raíces, energía, todo junto y revuelto en un reconfortable potaje, el mbqanga.

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