¿Colonia o champú?
Corrían los tiempos en que el nacionalismo gallego radical, alimentado por las tesis del profesor José Manuel Beiras sobre el colonialismo interior, era conducido políticamente por la UPG, o Unión do Pobo Galego, a quien algunos llamaban simplemente la U. Una oscura tarde de invierno, en la tranquila Compostela de los primeros años de la democracia, por la angosta rúa de la Calderería, en la parte vieja de la ciudad, bajaba una pequeña manifestación. La componían apenas una docena de jóvenes irreverentes y festivos. Perfectamente acompasados, golpeando con énfasis militar los zapatos contra el suelo, gritaban a coro: "¡Que se defina la U! Galicia ¿es colonia o champú?".Por estas cuestiones de cosmética anda ahora el profesor Beiras en las paredes. En los severos muros del edificio que ocupa en la actualidad el antiguo solar de la Inquisición, en el centro mismo de Compostela, su nombre aparece desde hace un tiempo escrito con enormes letras de trazo grueso en la lista infamante de los traidores. No es que, hablando de cosmética, los radicales de hoy no le perdonen su atildado aspecto de hombre moderno; sino que rechazan con furia su presencia en los escaños del Parlamento autonómico. Consideran que eso es el champú.
De acuerdo con la más pura doctrina que Beiras les enseñó un día, los radicales quieren volver al espíritu de la colonia. Para ellos, la autonomía y sus instituciones forman parte de una farsa y en ella al diputado y en otros tiempos brillante teórico del nacionalismo gallego le corresponde el simple papel de decorado. Lo tienen de adorno. Y sus palabras, por supuesto, no son más que ruido.
Claro que, ruido por ruido, los nacionalistas radicales prefieren el de las bombas. Ahora le ha tocado el turno a la casa que Fraga posee en Perbes. Veremos cuánto tardan algunos en darse cuenta de que las bombas sin víctimas pueden acabar siendo un adorno casi tan inofensivo como la presencia del profesor Beiras en el Parlamento gallego.
Ese día le tocará la china a alguien y entonces se habrán acabado las risas de quienes aseguran, a la vista de una historia pintoresca, que el hecho de que el independentismo gallego no haya practicado la violencia contra las personas le ha ahorrado al país un buen número de cojos, mancos y ciegos, tan chapuceros y malos tiradores los consideraba todo el mundo.
La verdad es que hasta ahora nadie parece haber hecho demasiado caso al Exército Guerrilleiro que desde hace poco actúa en Galicia. Se considera que el pueblo gallego es pacífico y que cuantas veces los violentos han intentado ganarlo para su causa, aquél ha recibido sus proclamas y actividades con indiferencia y a veces con hostilidad. Todavía se recuerda que en el atraco de la Caja de Ahorros de La Derrasa, cerca de Orense, cuando uno de los asaltantes dio el alto a los presentes en el nombre del pueblo, un vecino que acudía en aquel momento a retirar sus ahorros levantó el bastón para bajarle un garrotazo en la cabeza al vago aquel que, según confesaría después a los periódicos, quería llevarse el dinero de los sufridos y honrados emigrantes.
En aquella ocasión, procedieran de las cuentas de los emigrantes o de quien fuera, los asaltantes sólo se llevaron unas 200.000 pesetas. Una chapuza más y una nueva oportunidad para la chirigota. Pero que le pregunten ahora a las compañías eléctricas en qué estado quedaron las torretas de alta tensión que les volaron y que le vayan a Fraga con bromas acerca de la ineficacia de unos individuos que le han reducido la casa a escombros.
El galleguismo de Fraga
A Fraga. En la bomba que le pusieron hay, por lo menos aparentemente, una contradicción. Es como si a los independentistas les molestara la decisión del político gallego de presentarse a las elecciones autonómicas o les asustara la posibilidad, realmente no remota, de verlo presidiendo el Gobierno de su tierra. Para quienes piensan que las instituciones autonómicas no son más que un asunto de cosmética para ocultar en la colonia el poder puro y duro del Estado, la presencia de Fraga en la vida política gallega debiera tranquilizarlos: pocos políticos van a encontrar menos dotados para el arte del maquillaje. En plan de adorno, el galleguismo de don Manuel no da para un florero.
De primera intención parece incomprensible, por tanto, que los independentistas gallegos participen en asuntos que no son de su incumbencia, como esta larga campaña electoral que se acaba de iniciar. En pura lógica, para los autores de este atentado, Fraga no debiera merecer ni una pintada, pues sería equipararlo a Beiras, que después de todo sigue ostentando la categoría de un antiguo correligionario. A no ser, hipótesis que no conviene despreciar, que la intención de los independentistas esté puesta en otra parte. En ese caso podría ocurrir que el nacionalismo gallego más radical hubiera pasado en poco tiempo de la chapucería a la eficacia técnica, como acabamos de ver, y de la indigencia teórica a la sabiduría estratégica, como tal vez podamos comprobar en poco tiempo.
Esa otra parte podría ser, por ejemplo, la comarca de El Ferrol. La profunda crisis que allí se está viviendo ha producido ya un descontento generalizado y hace pensar además que las perspectivas de futuro no permiten ser demasiado optimista. Aunque la dicha de estas tierras no sea exactamente Fraga, pues en la actualidad carece de responsabilidades de gobierno, su figura políticamente espesa tiene volumen suficiente para desalojar de ese espacio a políticos de perfiles menos dibujados, todos odiados y despreciados por igual. Tirarle abajo la casa fue un acto de chulería.
Perdida la confianza en los políticos a los que se considera absoluta y únicamente responsables de la situación desesperada que se vive en la zona, no hace falta tener demasiada imaginación para suponer los sentimientos que el bombazo contra Fraga debió provocar en capas no pequeñas de la población, tanto en la citada comarca como en todas las demás afectadas por la crisis. Hasta ahora, lo que producía cierto entusiasmo en las bases nacionalistas eran las arremetidas verbales de Beiras en el Parlamento tanto más aplaudidas por sus entusiastas cuanto más claramente dejaran al aire las denostadas vergüenzas de los políticos españolistas. Ahora son sólo palabras.
La definición que sus enemigos festivos pedían a los radicales cuando exigían saber si Galicia era colonia o champú llega más de 10 años después. Cansados de que muchas gentes ilustradas les tomasen el pelo por sus ridículos petardos, los independentistas gallegos han aprendido a poner bombas. Ya no las colocan pensando en los campesinos, que probablemente creerían que se trataba de la fiesta del patrono, sino con la mente puesta en una Galicia nueva, difícil y dura. Ahí es donde nos puede doler a todos el pie en los próximos años. De un zapato parecido salió la piedra del GRAPO.
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