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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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A la medida de cada episcopado

Juan Arias

Este noveno viaje de Juan Pablo II a América Latina, con sus etapas de Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay, en el que ha revelado una vez más su increíble resistencia física -el Papa llegó hasta a animar a su mismo médico en las alturas de La Paz-, ha estado cargado de especial tensión político-religiosa. Y una vez más, Karol Wojtyla se ha atenido en sus discursos y actitudes- al clima que reinaba en cada una de las conferencias episcopales de los países visitados.Así, en Uruguay, donde los obispos están preocupados por el proceso de secularización del país, el Papa se ha movido en su línea de rigor doctrinal, con duras condenas contra el divorcio, el aborto y el laicismo, e hizo una llamada fuerte a los valores sociales y religiosos más conservadores.

En Bolivia, donde se ha encontrado un episcopado unido en la lucha contra la miseria y en la defensa de los indígenas, el Papa polaco ha tenido esta vez los acentos más duros contra el hambre y la pobreza poniéndose abiertamente a favor de los trabajadores, sobre todo de los campesinos.

Y acabó desilusionando a la Prensa norteamericana que lo seguía y que en vano trató de arrancarle una condena contra los productores de coca en aquel país, ya que el Papa estaba informado por los obispos de que ello hubiese podido suponer una crisis económica y una bofetada moral para aquellos, campesinos para quienes la planta de coca es como un símbolo de su cultura y hasta un rito ancestral de sus costumbres sociales y religiosas. Y así se limitó a condenar la droga, su tráfico y su instrumentalización, por ejemplo, a favor del terrorismo, pero nada más.

En Lima, capital de Perú, donde se ha encontrado con una Conferencia Episcopal con fuertes tensiones internas sobre todo en lo tocante al tema de la teología de la liberación y donde el terrorismo ha crecido lamentablemente desde su primera visita hace tres años, Juan Pablo II ha apoyado más bien las tesis de los obispos más conservadores y temerosos de la nueva teo logía volviendo a las condenas de los años pasados.

Por fin en Paraguay, donde la Conferencia Episcopal se ha re velado unida como un solo hombre en su enfrentamiento contra el general de artillería pesada el dictador Alfredo Stroessner, y muy cercana al campesinado, el Papa polaco ha avalado una de las manifestaciones políticas ante el régimen más fuertes hasta ahora en sus viajes. Y ha escuchado también una de las condenas más duras hechas por un indígena contra los blancos y las autoridades civiles y militares de aquel país. Y ha dado al mismo tiempo su apoyo explícito a los obispos, que era lo único que esperaba y deseaba la oposición política al régimen.

Ha quedado, sin embargo, la duda de que la actitud del Papa en Paraguay haya podido ser más aceptada que buscada. Lo ha revelado una conversación informal del portavoz vaticano, Joaquín Navarro, en el avión de vuelta, quien explicó ayer que el problema de Paraguay es que no existe una alternativa válida a Stroessner y que allí la Iglesia está formada con obispos de poco peso.

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Lo que sí ha quedado evidente en este viaje es que el papa Wojtyla está cada vez más enamorado de América Latina, que allí se encuentra con aquel pueblo bueno, generoso y sencillo que lo aclama en éxtasis por todas partes, como un pez en el agua.

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